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El príncipe Baltasar Carlos en el picadero de Diego Velázquez (1636-1637)

El príncipe Baltasar Carlos, la gran esperanza de los Austrias para salva su dinastía

En plena crisis de la Monarquía española, asediada por sus enemigos a mediados del siglo XVII, se alzaba la esperanza de un joven bien formado para unir las dos ramas de los Habsburgo

El pequeño nació en Madrid el 17 de octubre de 1629 en medio de grandes alegrías pues, tras seis embarazos fallidos, la reina había llevado a buen término su misión, facilitando un heredero varón a la Corona. En Barcelona, los consellers ordenaron que se dispararan salvas de artillería desde los baluartes, engalanándose la ciudad condal y que, durante las siguientes dos noches, se tocara música con timbales, trompetas y menestriles. Los consellers participaron en un oficio religioso organizado por la diputación de la Generalitat de Cataluña en agradecimiento por el feliz nacimiento.

El príncipe de Asturias fue bautizado el 14 de noviembre en la madrileña parroquia de San Juan con los nombres de Baltasar, Carlos, Domingo, Lucas, Felipe de Austria. La regia ceremonia en la que fue jurado como heredero por las Cortes de Castilla y León se celebró en el monasterio de San Jerónimo en Madrid el 7 de marzo de 1632. El niño fue vestido con el mismo traje con el que aparece en el retrato pintado por Velázquez, acompañado de un enano palatino, que se conserva en el Museo de Boston.

El príncipe Baltasar Carlos con un enano. Obra de Diego de Velázquez

Más tarde, el genial maestro andaluz le pintaría a caballo, ofreciendo la imagen que el aparato político de la corte consideraba necesario desplegar en el príncipe. De ahí la estudiada combinación de solemnidad, actitud marcial, destreza con el caballo y contacto con la naturaleza, fuente de inspiración para filósofos y artistas. Al dotarle de atributos reales como la banda roja de capitán general y el bastón de mando se subrayaba la continuidad y perennidad del cuerpo del monarca a través de su heredero.

Su educación, por ello, no descuidó la equitación -como demuestra el cuadro del joven a caballo junto, a lo lejos, varios cortesanos como el conde duque de Olivares. No obstante, también fue un apasionado jugador de pelota vasca en el alcázar madrileño, donde sus padres construyeron una galería para que practicara. Más adelante, se trasladó al palacio de la Zarzuela con aposentos y servidores propios.

El escritor y diplomático Diego de Saavedra Fajardo escribió para Baltasar Carlos su famosa obra Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas (1640). Se trataba de la reunión de principios de conducta acompañados de símbolos icónicos. El escritor ponía en boca de personajes históricos famosos las lecciones políticas y morales de prudencia, virtud y justicia que no se atrevían a proporcionar los cortesanos a muchos reyes. Y es que la historia se consideraba entonces como una escuela de formación política, de tal manera que Felipe IV comenzó a traducir al español la Historia de Italia (1537-1540) de Francisco Guicciardini para su hijo.

En 1640 se produjo el cénit de la crisis interna de la Monarquía española, pues a los problemas en Flandes se unió la rebelión en Cataluña, la separación de Portugal, la conspiración del duque de Medina Sidonia en Andalucía y la sublevación de Nápoles siete años más tarde.

Retrato del príncipe Baltasar Carlos. Obra de Martínez del Mazo

A partir de 1645, el joven Baltasar Carlos comenzó a aprender el proceso de toma de decisiones de gobierno, acompañando a su padre a Zaragoza, donde le juraron fidelidad, como heredero, las Cortes aragonesas. Hecho que se repitió en el reino de Valencia, intentado de esa manera evitar infidelidades y alborotos en esos territorios.

Sor María de Agreda, consejera y confidente de un viudo Felipe IV, conoció al príncipe de Asturias en una visita que le hicieron padre e hijo, quedando satisfecha de su talento y viril aspecto. No se trataba de un halago pues, hasta Contarini, embajador de la enemiga Venecia en España, le describió como «muy capaz en el estudio, entendiendo varias lenguas y hablándolas».

Al año siguiente, Baltasar Carlos y su padre continuaron viajando para consolidar, con su presencia, la unión entre la familia real y sus súbditos, sobre todo por Navarra y Aragón. Fue Luis de Haro, el más influyente ministro de ese momento, el que expuso al rey la necesidad de que el príncipe contrajera matrimonio para garantizar la continuidad dinástica con su prima María Ana, hija de Fernando III, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. De esa manera, a nivel internacional, se reforzarían los lazos entre las dos ramas de la Casa de Habsburgo o de Austria, frente a sus enemigos protestantes y franceses.

El 6 de octubre de 1646, el príncipe de Asturias enfermó en Zaragoza y sus médicos declararon su desconcierto ante un mal que no habían visto nunca. Tres días más tarde recuperó la consciencia, se confesó y comulgó, falleciendo ese mismo día. La pena de su padre no tuvo límite, pese a un sentimiento mezclado de resignación cristiana y culpabilidad. Su hijo –pese a las peticiones de los aragoneses de que fuera enterrado en su ciudad– fue llevado al panteón real de El Escorial.

La única heredera era la infanta María Teresa, por lo que Felipe IV –con el consejo de Luis de Haro y del duque de Medina de las Torres– decidió mantener el compromiso de la archiduquesa María Ana, casándose con ella. Francia comenzó a mostrar su interés porque el joven rey Luis XIV contrajera matrimonio con la infanta María Teresa, con vistas a una paz con España.

María Ana de Austria tuvo doce embarazos y seis hijos, de los cuales sobrevivieron Margarita Teresa –futura emperatriz– y el rey Carlos II.