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Recreación de cómo sería 'Miguelón' de Atapuerca

Miguelón, un pariente, aunque un «poco» lejano

Es uno de la treintena de cuerpos de pre-neandertales que fueron depositados por sus congéneres en la famosa Sima de Los Huesos de la Sierra de Atapuerca

Como le llamaran los suyos no lo sabemos, pero cuando Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez Mendizábal dieron con su cráneo unos 400.000 años después de muerto, mas o menos, Miguel Indurain ganaba siempre el Tour de Francia. Así que el grupo de paleoantropólogos, que aunque no se lo crean son gente muy ocurrente y divertida, decidió ponerle Miguelón en honor del ciclista navarro, al que apodaban también así cariñosamente. Bautizado quedó y como tal ha alcanzado la fama y entrado en la historia. En la prehistoria mejor dicho y en tiempos muy paleolíticos.

Pre-neandertal

Lo primero que toca, tras tanto tiempo bajo tierra, es sin duda el presentarlo. Miguelón es uno de la treintena de cuerpos de pre-neandertales que fueron depositados por sus congéneres en la famosa Sima de Los Huesos de la Sierra de Atapuerca, en uno de sus yacimientos mas señeros, que han convertido al lugar en uno de los más renombrados del mundo y lugar de peregrinaje de los científicos que investigan el origen y evolución de la especie humana.

Los de aquella «tribu» ya nos tocan un poco, aunque se extinguieran, porque sus sucesores los nehandertales, que también acabaron por desaparecer, ya se mezclaron con nosotros y nos ha quedado un algo suyo como herencia genética. Parentesco, aunque lejano, tenemos.

Cráneo de Miguelón

Miguelón no era de los más viejos que fueron a parar al lugar, andaba por los 35 años según los cálculos del desgaste de sus piezas dentales, que ya era bastante, ni el más robusto, había alguna osamenta claramente más poderosa, un tal «Agamenón», pero el encontrar su cráneo del todo y con todo al completo y ahora encima la colección de sus vértebras cervicales le llevó a la fama, con un factor añadido: el comprobar que un terrible golpe había hecho un gran daño en el lado izquierdo de su cara, que le había producido una infección que afectó a mandíbula y raíz dental y que ello le había producido, amen del impacto, al cabo la muerte, que debió ser en extremo dolorosa.

Que o quien, animal, caída u otro congénere le provocó la herida no lo podemos saber aún, aunque están en ello, pero si conocemos por el porte de la «familia» que en edades comprendidas entre los 5 años y los cerca de 40 del más anciano han dejado para la Ciencia sus huesos, como eran físicamente, de que se alimentaban y que todo parece indicar que algún tipo de pensamiento sobre la muerte tenían. En la Sima donde acabaron por ser llevados todos en señal de un indudable respeto y protección de sus restos apareció depositada junto a ellos una hermosa bifaz tallada muy precisa y esmeradamente en cuarcita roja. ¿Una ofrenda? Pues eso parece dado que las mas exigentes investigaciones y análisis demostraron que no había sido usada en ninguna de las tareas para las que hacha de piedra se empleaba.

Tallaban la piedra, se protegían y vestían...

Aquellos clanes, pues es también evidente que de tal forma se organizaban que frecuentaron las grutas de Atapuerca, ya tenían variados conocimientos y aptitudes humanas. Tallaban la piedra y buscaban los materiales más adecuados para sus hachas y utensilios de cortar, hendir y raspar, se protegían y vestían aunque fuera de forma muy tosca con las pieles de sus presas. Conocían el fuego para darse calor y endurecer con él las puntas de sus largas lanzas de pináceas con las que embestir a los grandes ungulados que eran sus más codiciadas presas.

El clan o la horda, o como llamársele quiera, estaría dotado de ciertas pautas, normas y hábitos de relación y conducta e incluso de división de tareas. Supongamos una de ellas más lógica. Los jóvenes y fuertes intentarían obtener las presas más grandes, aunque las más difíciles, bien por la caza, el carroñeo o disputándosela a otros carnívoros mientras que mujeres con crías, niños y ancianos se dedicarían más a la caza menuda, la pesca y recolección de huevos, nidos, caracoles, plantas, frutos, bulbos o raíces, que en muchas ocasiones serían el sostén primordial de todos. No todos los días se daba caza a un bisonte, se abatía un megaceros o se conseguía derribar un gran rinoceronte.

Entre 1,70/1,80 y 100 kgs de peso

La especie era de buena estatura, sobrepasaban con facilidad los 1,70-1,80 metros y eran bastante más anchos, de espaldas, pecho y caderas siendo los machos más voluminosos y pesados que las hembras, aunque estas tampoco quedaban muy atrás en talla y musculatura. Los varones en la plenitud de sus fuerzas alcanzaban a los 100 kilos de peso. Y sin una gota de grasa superflua. superflua.

La dieta era en buena parte carnívora pero complementada con pescado, vegetales y cualquier otro tipo de nutrientes. En resumen, mucho más variada que lo que sería posteriormente en el Neolítico cuando los humanos se quedaron fijos y asentado en lugares fijos alimentándose casi en exclusiva de lo que obtenían de sus cultivos. El alimentarse de animales, fueran estos pequeños o grandes, era sin embargo por entero prioritario, pues la ingesta de frutos o plantas recolectadas venía muy marcada por las estaciones y había largos periodos en que era casi del todo inexistente.

El cerebro de Miguelón ya sobrepasaba los 1.100 cm3 de cerebro y no era el que mayor capacidad del grupo tenía, pues hay uno que casi alcanza los 1.400 cm3 que es el equivalente a un sapiens actual. Su capacidad cognitiva y la enorme sorpresa de los cadáveres depositados en ese pozo en la entraña de la cueva, al que había de llegar ex profeso para realizarlo lleva de inmediato a la hipótesis de que había una intencionalidad manifiesta y cuyo significado hace volar todas cuantas preguntas queramos. Preguntas sobre la vida y la muerte ¿por qué no? Que ya pudieran plantearse ellos y que nosotros nos seguimos haciendo.

El cráneo de Miguelón donde se han recuperado todos y hasta el más mínimo de los huesecillos del oído medio (martillo, yunque y estribo) nos descubrió una maravillosa capacidad emisora y auditiva de sonidos. Así que podemos afirmar que los sonidos que emitían y por los que se comunicaban no eran para que nos entendamos como los de los chimpancés, nuestros simios más cercanos, sino como los que emitimos y escuchamos nosotros mismos. O sea, que hablaban.

El sentido de comunidad y rito

Ello es algo, pues ahí ya está el engarce con la mente simbólica plena y fieramente humana, que de inmediato sugiere una relación con ese posible lugar de entierro en el cual Miguelón tras su muerte, fuera esta tras doloroso o largo padecimiento o más rápida y debida a un golpe por caída, proporcionado en un lance de caza o incluso por un congénere o según otra teoría, un enfrentamiento con un oso, fue llevado a aquel lugar donde el clan iba depositando a sus muertos. Un lugar al que colectivamente el grupo, pues ahí ya aparece el sentido de comunidad y rito los que quedaban en el lado de la vida despedía y entregaban a quienes caían en el lado oscuro de la muerte.

El Sapiens, o sea nosotros los cromañones, lleva impresa esa pauta desde el mismo comienzo de la especie y nuestros más antiguos primos, tan cercanos, los neandertales sabemos que lo hicieron. El descubrimiento en Pinilla del Valle en el Alto Lozoya madrileño de la Niña Pelirroja enterrada en el santuario de la Des-Cubierta, y otros enterramientos por otros lugares de España y Europa no permiten ya dudas sobre ello. ¿Vamos a negarle esta faceta de radical humanidad a Miguelón y a los suyos?. ¿Vamos a repudiarlos como familia? Desde luego no seré yo quien lo haga.