Constantinopla: la ciudad que transformó un Imperio
Constantino, tras conseguir alzarse como único emperador del Imperio romano, decidió fundar una ciudad que llevaría su nombre. Así surgió Constantinopolis, la ciudad que cambiaría el curso de la historia del Imperio romano
El pasado septiembre conmemorábamos el aniversario de la batalla de Crisópolis, momento en que Licinio fue derrotado.
Esta victoria marcó un punto de inflexión en la historia del Imperio Romano, pues Constantino dio un paso decisivo en la transformación del Imperio al fundar una nueva ciudad, su ciudad.
Constantinopla, fundada sobre la antigua Bizancio, hizo tambalear el orden establecido desequilibrando la orientación habitual del Imperio y poner el foco de atención en Oriente. Esta ciudad no solo supuso un cambio geográfico en la concepción del Imperio, sino que se convirtió en el símbolo constantiniano, capaz de hacerle sombra a Roma.
Roma, una capital sin emperador
Parece extraño que un jefe de Estado no establezca su residencia en la capital de la región que gobierna, como es habitual; no obstante, en el caso del Imperio romano, desde la segunda mitad del siglo II d. C. los emperadores prefirieron establecerse en ciudades fronterizas en vez de en la capital debido a las operaciones militares que reclamaban su presencia.
Era por una simple cuestión práctica. No por ello dejaron de viajar a Roma; esta seguía siendo la capital. Allí se celebraban, entre otras actividades, los juegos correspondientes y se realizaban las entradas triunfales tras las victorias, siempre bajo la atenta mirada del emperador, aunque este residiera lejos de la Urbs.
Hay que destacar que, durante el siglo III, ninguna de estas residencias tuvo un carácter permanente. En ningún caso poseían la índole de capital, pues eran sencillamente meras residencias imperiales.
Pese a ello, la presencia continuada del emperador en estas ciudades periféricas –como pudieron ser Tréveris y Nicomedia– y los cambios en los patrones de vida de la corte imperial –especialmente a partir de la Tetrarquía– evidenciaron un aumento de competencia y cierta rivalidad entre la capital y estas ciudades residenciales.
Constantino, al igual que sus cogobernantes y aquellos que le precedieron, había ido cambiando de residencia y trasladando su corte durante sus años de gobierno.
Cada tetrarca residía en un punto diferente del territorio romano, así se controlaban mejor las fronteras y se gestionaba mejor cada área. Hasta el 316, la principal residencia de Constantino fue Tréveris; a partir de esa fecha se trasladó a Sirmio (Sremska Mitrovica, en la actual Serbia) y luego a Sérdica (la actual ciudad de Sofía, en Bulgaria), en la parte oriental del Imperio.
En busca de la ciudad que encarnaría el deseo de Constantino
A partir del 324, una vez que todo el Imperio estuvo bajo su autoridad, Constantino inició su nuevo proyecto. Inspirándose en Alejandro Magno, quien instituyó varias Alejandrías en su camino hacia la India, este emperador sintió la necesidad de crear una nueva ciudad.
De esta forma, también aprovechaba la ocasión para celebrar la unificación del Imperio y el fin de la disgregación y vulnerabilidad anteriores.
Pero ¿dónde podría establecer su nueva residencia imperial? ¿Dónde ubicaría la que sería su ciudad? Occidente ya no se le hacía atractivo: Oriente en esos momentos era una zona más dinámica e importante en materia económica.
Además, establecerse en la capital conllevaba riesgos, ya que se trataba de la cuna de la tradición romana, en donde, posiblemente, no podía asegurarse lealtades, además de que la ciudad se hallaba lejos de las fronteras. Por todo ello, lo que estaba claro era que su residencia se ubicaría en la zona oriental del Imperio.
La ciudad de Nicomedia podría haber sido una opción por su importancia: Diocleciano residió allí; sin embargo, esta fue una razón de peso para desestimarla, pues evocaba al régimen precedente.
Se barajaron otras opciones, como el caso de Sérdica. Fue una de las residencias imperiales de Constantino, y, de hecho, le han atribuido las palabras: «Sérdica es mi Roma» (Anon. post Dio. 15.1). Pero ninguna de estas posibilidades convenció al emperador. Habría de hallar la ciudad perfecta.
De Bizancio a Constantinopla: la segunda Roma
Finalmente, Constantino eligió Bizancio como la ubicación de su nuevo proyecto. Esta ciudad presentaba una perfecta ubicación, pues contaba con una excelente localización estratégica, acceso directo al mar y un gran potencial económico.
Tenía muchos años de historia, pues se fundó en el VII a. C. El emplazamiento de la ciudad era el puesto más avanzado de Europa y la puerta que abría paso al comercio del mar Negro.
Unas semanas después de su victoria sobre Licinio en Crisópolis (18 y 19 de septiembre del 324), en noviembre, el emperador fundó la ciudad de Constantinopla sobre la antigua Bizancio, momento en el que aprovechó para proclamar como nuevo césar a su hijo Constancio.
Allí emprendió un programa constructivo para renovar y mejorar diversos edificios ya presentes y erigir nuevas construcciones. Como emperador evergeta, llevó a cabo un primer plan urbanístico entre los años 324 y 330 para engrandecerla. Incluso, se atrevió a crear un nuevo senado, de segundo orden, para asegurarse la lealtad de la aristocracia.
En mayo del 330 la ciudad fue consagrada a la Tyche de Constantinopla (diosa de la suerte o la fortuna), que sería la garante de su perpetua seguridad y prosperidad.
La consagración se llevó a cabo durante dos días de festividades. Dicen fuentes posteriores a esta época que, durante estas celebraciones, una estatua con corona radiada de Constantino se llevó en procesión al nuevo Foro de Constantinopla y se dispuso coronando una columna hecha de pórfido.
Además, en una procesión en el hipódromo desfiló una estatua dorada con el retrato del emperador en cuya mano derecha portaba una personificación de la ciudad de Constantinopla. Realmente, fue Constantino el centro de atención de toda la celebración. No era para menos: era su ciudad, llevaba su nombre.
Constantinopla se convirtió en la nueva residencia del emperador y desde allí gobernaría el Imperio. Aunque Roma ya no era residencia, no había dejado de ser la capital, y ninguna otra ciudad había osado hacerle sombra… Hasta ahora.
Poco a poco, Constantinopla se convirtió en una ciudad que se elevó a la altura de la Urbs, y la fue eclipsando paulatinamente hasta tomar los calificativos de «Segunda Roma», «Otra Roma» e, incluso, «Nueva Roma». Ya lo dijo Herodiano: «Roma está donde el emperador está» (Hdn. 1.6.5.).
Constantino fue más allá que cualquier dirigente anterior: fundó una nueva ciudad, fijó allí su residencia, le puso su nombre y asentó ahí su dinastía; la implantó como su Roma. Con el paso de los años Constantinopla llegó a ser una nueva capital, que más adelante sería el centro de un nuevo Imperio: el Imperio romano de Oriente.