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Destrozos en la fachada del Empire State Building tras el accidente de 1945Wikipedia

Picotazos de historia

Cuando un bombardero chocó contra el Empire State Building

Un B-25 en vuelo rutinario sufrió un accidente en Nueva York en 1945 y acabó estrellado contra el Empire State Building tras esquivar el edificio Chrysler

Día 28 de junio de 1945, una espesa niebla oculta la ciudad de Nueva York. El teniente coronel William Franklin Smith está a los mandos de un bombardero B-25 Mitchell durante un vuelo rutinario de transporte de personal.

Hoy hay una niebla tan espesa que al piloto no le es posible aterrizar en el aeropuerto de La Guardia. Desorientado, consigue esquivar por un pelo el edificio Chrysler, pero a las 9.40 A.M. chocará contra el lado norte de Empire State Building (ya saben ustedes, el edificio favorito de King Kong).

Justo entre los pisos 78 y 80. Uno de los motores del bombardero atravesará el edificio, saliendo por el extremo opuesto y destrozando el ático de un edificio a 900 metros de distancia. El otro motor junto con parte del tren de aterrizaje acabarían cayendo por el hueco de uno de los ascensores mientras seccionaban varios cables de seguridad.

Todos los tripulantes del avión acabaron carbonizados: el teniente coronel Smith, el sargento Domitrovich y el maquinista de aviación Albert Perna que había aprovechado el vuelo para empezar a disfrutar del permiso que le habían concedido.

El Empire State Building en llamasWikipedia

En el momento del impacto había unas sesenta personas en el mirador de la planta 86. El impacto, la explosión y el pánico subsiguiente ocasionaron once muertos, a sumar los de la tripulación, y un número impreciso de heridos que se calculó entre treinta y sesenta.

Entre las victimas estaba una joven operadora de ascensores. Betty Lou Oliver estaba manejando el ascensor en la planta 76 cuando el impacto y la explosión la alcanzaron. Fue recogida por personal de las oficinas. Estaba gravemente contusionada y tenía quemaduras de segundo grado.

Como el ascensor que había estado manejando ella había quedado desencajado y fuera de servicio, la trasladaron al otro ascensor con intención de que fuera de las primeras en ser evacuada debido a sus heridas.

Acuciados por la urgencia de la situación y bajo el impacto emocional de la experiencia nadie comprobó el estado del otro ascensor. Y es que varios cables de seguridad habían sido seccionados y yacían en el fondo del hueco junto con un motor Wright R-2.600 Twin Cyclone. Eso sí, el edificio no había sufrido ningún daño crítico en su estructura. Pero volvamos con Betty Lou Oliver, de 20 años de edad y cuyo marido estaba embarcado en una lancha torpedera en el frente del Pacífico.

El ascensor empezó a caer cada vez más rápido, bajando a la velocidad de un cohete. Ahí se produjeron varios milagros. Por un lado, en el último momento funcionaron algunos frenos de emergencia.

Por otro lado, la compresión del aire en un espacio cerrado ayudó a desacelerar al ascensor que caía libremente y, para terminar, el cable seccionado había caído en el hueco y había quedado depositado en el fondo. Cientos de metros de cable de acero que también ayudaron a amortiguar el impacto.

La suma de todo permitió que se salvaran los ocupantes del ascensor, pero el tortazo fue de órdago. Todos salieron lesionados en mayor o menor medida. La señora Oliver que había entrado en el ascensor con quemaduras de segundo grado y contusiones salió con la espalda y la pelvis rotas, amén de una espeluznante aventura con la que entretener a sus nietos.

Y es que la señora continúa manteniendo el récord de caída a plomo de un ascensor desde setenta y cinco pisos de altura y salir vivo. Pueden comprobarlo en el Libro Guiness. A ese récord singular también se unía el de sobrevivir al impacto de un avión contra un edificio.

El periódico Daily Mirror de fecha de 31 de julio menciona que se siguen buscando cadáveres entre los restos y señala, con asco e indignación, que las plantas se han llenado de gentuza que aprovechan la desgracia para saquear, incluso a los cadáveres.

El edificio estuvo cerrado al público durante dos días. La investigación concluyó que el accidente se había producido a consecuencia de una desafortunada decisión del piloto.