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El general Prim en la batalla de TetuánGTRES

¿Fue el general Prim un héroe militar o un farsante?

Tan seguro estaba de que era su valor lo que le había llevado hasta la cumbre que llevó su papel de valiente hasta las últimas consecuencias

«Mi fortuna está en el pomo de mi espada». Con esta frase, el general Juan Prim y Prats dio a entender que todos sus éxitos se debían a su trayectoria militar. Y no era poco lo que había logrado en su vida: vizconde del Bruch, conde de Reus y marqués de los Castillejos, capitán general del Ejército, ministro de la Guerra y presidente del Consejo de Ministros. Todo se lo debía a sus heroicas actuaciones en el campo de batalla.

Nacido en Reus el 6 de diciembre de 1814 en el seno de una familia de clase media, el joven Juan decidió seguir los pasos de su padre, Pablo Prim, que alcanzó el grado de teniente coronel por su desempeño en la guerra contra Napoleón.

Así, en 1833, con apenas 19 años, Juan Prim se alistó en la compañía liderada por su padre para defender los derechos al trono de la reina niña. Movido por su ideología antiabsolutista, rápidamente entendió que el Ejército y la guerra constituían la mejor opción para obtener un puesto entre la alta sociedad.

En la Primera Guerra Carlista (1833-1840), Prim mostró ya sus intenciones: iba a destacar por su valentía, por un arrojo casi temerario. Como recordaba su biógrafo, Pere Anguera, él sabía que «la fama de valiente y arrojado le creaba adhesiones firmes y una aureola de popularidad».

Arriesgaba su vida con el único objetivo de maravillar al resto y crear un personaje heroico que, por su propio peso, acabaría rigiendo los destinos de España. Su plan pareció salir a la perfección. Al concluir dicho conflicto Prim era coronel (con 26 años) y diputado en el Congreso. El precio a pagar había sido escaso: tan sólo ocho (o nueve, según él) heridas recibidas en combate.

Pero si hubo un conflicto que encumbró a Prim ese fue el iniciado con Marruecos en 1859. Su acción en Castillejos descolló por encima del resto. Su inteligente empleo de la propaganda hizo su efecto y, el ya marqués de los Castillejos, fue conocido desde entonces como el héroe impenetrable que se adentró en solitario entre las líneas enemigas portando únicamente la bandera de España.

Su arrojo temerario enardeció a sus tropas que, a su lado, convirtieron una derrota segura en una victoria gloriosa. En 1860 Juan Prim era el hombre de moda, el militar aguerrido por excelencia, aquel que no temía a nada ni a nadie. Su fama de valiente le precedía y esto le llevó a liderar el Partido Progresista y, poco después, el propio gobierno. Tan seguro estaba de que era su valor lo que le había llevado hasta la cumbre que llevó su papel de valiente hasta las últimas consecuencias.

Tras sufrir dos tentativas de asesinato, Prim continuó paseándose por Madrid armado solamente con su bastón de estoque y con dos ayudantes a los que tenía prohibido llevar armas. La sola sospecha de ir acompañado de escolta armada enfurecía al valeroso general. Sólo él podía enfrentarse a los proyectiles porque aseguraba que «todavía no se ha fundido la bala que tiene que matarme».

Su imagen heroica no podía cuestionarse por llevar una escolta armada o por los rumores sobre pandillas que pretendían acabar con su vida. Finalmente, estas cumplieron su objetivo: la noche del 27 de diciembre de 1870 un grupo de asesinos disparó contra la berlina del desarmado general, que falleció tres días después.

Pese a sus esfuerzos, Prim no pudo evitar que surgiesen voces críticas que cuestionaban su valor y sus acciones en el campo de batalla. Galdós, en sus Episodios Nacionales, puso en boca de uno de sus personajes la siguiente sentencia: «Lo de Castillejos no fue más que una comedia indecente, pues ni hubo los aprietos que decían, ni Prim había hecho más que sacrificar soldados, quedándose él en lugar seguro, haciendo el figurón». Idéntica idea tenía Joan Mañé, director del Diario de Barcelona, quien aseguraba que Prim sólo «sabía hacer comedia».

No obstante, si existió un medio capaz de darle la vuelta a la imagen construida por el conde de Reus, esa fue la revista republicana y satírica La Flaca, que decía de él: «Nació valiente. Sufrió con valor el agua del bautismo. El obispo que le confirmó, conociendo ya el valor de Juanito, procedió con sumo tiento al arrimarle la santa bofetada. Prim la creyó una caricia […] En la clase de gramática ninguno de sus compañeros le aventajó… en valor. Enseñáronle más tarde el francés y en poco tiempo llegó a ser más valiente que el mismo profesor».

No debía hacer gracia esa clase de chascarrillos al general Prim quien, movido por su temor a perjudicar su imagen de valiente, prefirió enfrentarse desarmado a sus asesinos, sin ni siquiera la ayuda de una escolta. No hay mayor prueba de la importancia que el general Prim daba al personaje que llevaba construyendo casi medio siglo.