Fundado en 1910

Pedro Salazar de Mendoza, pintura de la colección Borbón lorenzana

Picotazos de Historia

Los Linajudos, chantajistas sociales en la España de los Austrias

Si se les sobornaba, dirían maravillas de la ascendencia del candidato. Si no era así, contarían la verdad

En la España de finales del siglo XVI y primera mitad del XVII tendrá lugar el punto álgido de una obsesión por la nobleza; la limpieza de sangre que será requisito para acceder a muchos cargos y empleos de prestigio. Curiosamente, el concepto de limpieza de sangre tiene su origen entre los sefarditas españoles quienes estaban muy orgullosos del prestigio, antigüedad y tradición que tenían frente a los asquenazi (judíos de la Europa del Este y Centro) que empezaron a aparecer por la península huyendo de los progromos y expulsiones desde el siglo XI. En la sociedad del siglo XVI el concepto de la hidalguía era muy importante: motivo de orgullo, camino en el que labrarse un futuro y eje moral y ético en algunos casos.

En la escala de importancia, entonces, primero estaba la hidalguía por ramplona que fuera. La limpieza de sangre judía o de penitenciado por el Santo Oficio permitía la posibilidad de acceder a ser Familiar del Santo Oficio (miembros menores y laicos de esta organización que ejercían de informantes), que se consideraba como gran honor y era prueba de haber pasado el celoso escrutinio de esta gente. Por encima estaban las verdaderas categorías de la nobleza y por lo mismo las más codiciadas: caballero del hábito de alguna orden militar, título de Castilla y grande de España. En ese orden y siempre a Fuero de Castilla por tenerse como el principal.

Será con motivo de las investigaciones para la merced de hábito de las órdenes de Santiago, Alcántara y Calatrava que surgirá un grupo de delincuencia, patio de Monipodio, que aprovecharan las envidias, mezquindades, resentimientos y, muy especialmente, un profundo conocimiento de las genealogías e interrelaciones familiares para llevar a cabo extorsiones sobre aquellos aspirantes de no tan claros antecedentes.

Estos individuos, que podían ocupar cargos en las Reales Audiencias o ser familiares del Santo Oficio y por ello tener acceso a las informaciones e investigaciones que esos archivos contenían, se agrupaban en las principales ciudades, muchas veces de manera espontánea. Siempre al tanto de las solicitudes de cargos o puestos por el estado noble, hábitos de órdenes o ingreso en el Santo Oficio, cuando detectaban a un aspirante con algún flanco débil, saltaban y como sabuesos en montería acosaban a la presa. Y es que entre las filas de estos delincuentes, conocidos como los Linajudos, había genealogistas de gran predicamento como se dio con el caso de Pedro de Salazar y Mendoza. Estos no dudaban en falsificar para crear una contraprueba a los documentos presentados por el aspirante con el fin de arruinar sus aspiraciones y difamar a su familia.

Cien años atormentando

Esta asociación de delincuentes, pues tal eran y no sociedad secreta, aunque para el conchaveo y negocio necesitaran del secretismo, actuó durante casi cien años atormentando a las familias en ascenso social. Más raramente lo intentaban con personas de familias reconocidas, pues la alta nobleza era consciente de sus ascendientes más oscuros como de ello dejó constancia Francisco de Mendoza y Bobadilla en su Tizón de la Nobleza, donde no dejó títere con cabeza. Como les decía, estas personas (los miembros de la alta nobleza) eran conscientes, pero se sabían bien blindados y podían revolverse contra el chantajista, por ello era preferible y más fácil víctima los que estaban trepando en la cucaña social.

En 1654 un grupo de Linajudos en Sevilla intentaron chantajear a Don Antonio del Castillo, quien era caballero del hábito de Santiago y alguacil mayor de la Real Audiencia. Este señor había presentado una solicitud de hábito en la orden para su hijo, motivo por el cual el Real Consejo de Órdenes envió informantes para requerir información sobre la familia del postulante. Enterados los Linajudos enviaron una misiva a casa de Don Antonio. La carta enumeraba las fallas en el linaje de la madre del postulante y en la posibilidad de que aparecieran nuevas —y amañadas— pruebas en contra de padre e hijo. La misiva continuaba indicando los pagos que debían hacerse y enumeraba las personas a quienes debían abonarse para su silencio. En total eran diez nombres y, añadía la carta: «Suplicamos a Vmd la brevedad (en el pago), porque cuatro de estos no han comido a estas horas».

Don Antonio fue a la Real Audiencia con la carta y denunció la extorsión. La Audiencia ordenó a los alcaldes de la Sala del Crimen que se diera orden de prender a los mencionados en la misiva. Tras un interrogatorio, con la delicadeza y garantías propias del tiempo y lugar, el número de detenidos aumentó. Al final se dio garrote a un tal Luis Álvarez que ejercía como líder de los Linajudos en Sevilla, a un escribano público llamado Juan Medina lo enviaron a galeras y a unos veinte restantes les cayó una «pedrea» de seis a ocho años en diferentes presidios. Por supuesto, todos estaban desterrados a perpetuidad de la ciudad de Sevilla. Descubierta la trama, todas las Audiencias de los diferentes reinos de España estuvieron al tanto, actuando de manera expeditiva y severa cuando detectaban algún caso. En muy poco tiempo desaparecieron los Linajudos.