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La música se tocaba normalmente durante los brotes de la manía del baile, ya que se pensaba que remediaba el problema. Una pintura de Pieter Brueghel el Joven

Picotazos de historia

La extraña epidemia de danzantes que aterrorizó Estrasburgo en 1518

Estos episodios de brotes histéricos están documentados desde el siglo VIII d. C. y son algo que siguen desconcertando a médicos e investigadores

Se denomina peste del baile, manía de la danza, baile de san Vito o, de manera más culta, coreomanía (del griego choros que significa bailes y manía que se traduce como locura) a un fenómeno social, a veces catalogado como histeria colectiva, que se ha dado en diferentes partes del mundo —por algún motivo con más frecuencia en Centroeuropa— y caracterizado por la compulsión de sus afectados en bailar, incluso hasta la muerte.

Estos episodios de brotes histéricos están documentados desde el siglo VIII d. C. y son algo que siguen desconcertando a médicos e investigadores. El brote más documentado, o del que tenemos una información más completa, es uno que se produjo en la ciudad de Estrasburgo en el año de gracia de 1518. Una de las fuentes que tenemos viene del famoso médico, alquimista y astrólogo suizo Paracelso (cuyo verdadero nombre era el mucho más complicado de: Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim).

Festividad de San Jorge alrededor del árbol de mayo. Pintura de Pieter Brueghel el Joven

En el mes de julio, el día catorce para ser exactos, la señora Troffeau (o Troffea) salió de su casa camino del mercado. De repente, sin motivo ni razón aparente, se arrancó a bailar delante de sus vecinos que la miraban asombrados por tan extraño comportamiento. La pobre señora bailó y bailó sin hacer caso de lo que le decían, pero mucho más preocupante fue que, a medida que pasaba el tiempo, se comprobó que se producía un efecto de contagio entre los vecinos que mostraban la misma compulsión en bailar.

En pocos días el número de danzantes había ascendido a más de cuarenta y la población y concejo estaban terriblemente preocupados por aquello que, al principio, habían tomado a broma. Y es que los afectados parecían incapaces de poner fin a sus danzas. Los pies se hincharon y empezaron a sangrar, los ojos fueron quedando vacíos de expresión a medida que el agotamiento se apoderaba de las pobres víctimas y sus movimientos se fueron volviendo convulsos al tiempo que suplicaban ayuda o, al menos, que pusieran misericordioso fin a su suplicio.

La mayor parte de la documentación que nos ha llegado pertenecen a los archivos de la ciudad, eruditos como Paracelso y particulares que dan cuenta y relación de los sucesos que vivieron durante esos meses. Para el mes de agosto los afectados superaban la cifra de cuatrocientos y toda la comarca estaba al borde del pánico y de la histeria.

Coreomanía en una peregrinación a la Iglesia de Sint-Jans-Molenbeek

Los distintos remedios recetados por los médicos consultados fracasaron. Una de las medidas que se tomó, y fue apoyada por la comunidad científica de entonces que pensaba que el baile era una manera de expulsar el mal y que había que fomentarlo en los enfermos, fue la de formar orquestas que tocaban música para animar a los aquejados del mal y de animar a sus familiares y amigos a bailar con ellos. Pasadas unas semanas, y viendo el terrible suplicio y muerte que sufrían los afectados, se suprimieron estas charangas que amenizaban con bailables al personal, pues quedó bien acreditado que hacían más mal que bien.

El concejo de la ciudad tomó entonces medidas en contra: se prohibió a los danzantes en las calles, se suprimieron las orquestas y se desaconsejó a la familia a imitar el comportamiento del enfermo. Se ignora de donde surgió la idea, pero fue a mediados del mes de agosto que empezó a generalizarse la creencia de que los enfermos podían encontrar cura si peregrinaban hasta una capilla dedicada a San Vito que se encontraba en las cercanías de Estrasburgo. Por su puesto no era tan fácil y se debían de cumplir ciertos requisitos. Para empezar, el afectado debía calzar zapatos rojos (como Judy Garland en El mago de Oz) bien empapados en agua bendita.

Además debían tener grabadas o pintadas cruces, tanto en la suela como en el empeine del los zapatos. Del mismo modo, debían portar pequeñas cruces en cada mano (lo mejor en este caso era atárselas para evitar que se les cayeran) al tiempo que familiares y deudos recitaban una serie de letanías y conjuros (por supuesto en latín), mientras que sahumaban a base de bien, con incienso y otras sustancias, a la pobre victima a lo largo de todo el camino.

Danza Campesina, cuadro pintado por Pieter Brueghel el Viejo en 1568. Museo de Historia del Arte, VienaBridgeman Images / GTRES

Fuera por intercesión del glorioso y muy milagrero san Vito o porque se había tocado alguna secreta tecla de la compleja psique humana, el hecho es que los afectados se fueron curando y, tan rápido como apareció la epidemia, desapareció.

No hay certeza del número de muertes que produjo la manía de los danzantes. Algunos textos hablan de quince muertos diarios en su peor momento, pero no deben de bajar de varios cientos los difuntos. A día de hoy se siguen barajando diferentes teorías que expliquen los extraños sucesos de esas semanas de locura.

Se habla de intoxicación por cornezuelo (un hongo que se da en el grano y que tiene propiedades semejantes a la droga LSD), de un trastorno neurológico llamado Corea, de una histeria colectiva producto de las tensiones sociales y económicas, etc. Solo hay un punto en el que todos estuvieron de acuerdo desde un principio —médicos, concejales, sacerdotes, eruditos, cuñados…— y es que los planetas no tuvieron nada que ver con los sucesos. Esto es: el mal no tenía un origen astrológico. Ya es algo.