Fundado en 1910
Íñigo Moreno de Arteaga

Ayacucho, el adiós americano de España

Se cumplen 200 años de esta batalla que supuso el momento en el que se consolida la independencia de los virreinatos americanos de la Corona española

Madrid Actualizada 04:30

La Batalla de Ayacucho, de Martín Tovar y Tovar. Librada el 9 de diciembre de 1824, marcó el fin de las guerras de independencia en Sudamérica

El 9 de diciembre se cumplen doscientos años de la batalla de Ayacucho, una fecha significativa, pues aunque San Juan de Ulúa y El Callao siguieron con la bandera alzada del Rey, el combate en los llanos de Quinoa supone el fin de la guerra civil que había enfrentado a unos criollos frente a otros durante catorce años.

En 1824 la guerra americana había sufrido un vuelco, batidas las tropas patriotas, recuperados los fuertes de El Callao y la capital Lima, Bolívar se había tenido que refugiar en Trujillo. Entonces se produjo la insurrección del general realista Olañeta para proclamar a Fernando VII en todos sus derechos en base a informaciones recibidas de los insurgentes que en el virreinato no querían anunciar hasta tener confirmación gubernamental. El Virrey tuvo que enviar al general Valdés y su ejército a reducirla. Los patriotas no dejaron de aprovechar esa insubordinación y el 2 de agosto, nueve mil doscientos bolivareños acampaban a siete leguas de Pasco.

El 8 de agosto de 1824 llegó a El Callao el bergantín Tetis portador del Real decreto de 19 de diciembre de 1823, especialmente satisfactorio para el virrey La Serna y los mandos de su ejército: «Quiere S. M. que le manifieste su Real satisfacción, nombrando a V.E. en propiedad Virrey, Gobernador y Capitán General del Perú. Manda igualmente S. M. que a todos los Generales, Jefes, Oficiales y demás individuos que hayan manifestado con su conducta los mismos leales sentimientos que V.E. les dé las gracias en su Real nombre.»

Retrato del último virrey del Perú, José de la Serna

Dos días antes, en la planicie de Junín y según el relato del insurgente Miller, novecientos hombres de la caballería patriota se adelantaron imprudentemente. «Canterac dio una carga maestra (…) el choque fue tremendo (…) y fue la derrota total de los patriotas a excepción de unos cuantos granaderos a caballo de Colombia (…) y un escuadrón peruano. (…) la caballería española, en vez de guardar su primitivo orden o conservar una reserva, se dividieron y dispersaron.» Lo que había sido victoria, se mudó en dolorosa derrota.

Cuando el Virrey se enteró del destrozo de Junín, ofició a Valdés ordenándole el inmediato regreso. Valdés tenía 2.000 hombres escasos, por lo que incorporó las guarniciones de Cochabamba, La Paz y Puno aumentando su número hasta los 4.000 hombres, con los que llegó al Cuzco el seis de octubre tras realizar una marcha de más de 1.000 Km.

La Serna asumió la dirección, nombró a José Canterac, Jefe del Estado Mayor, y a Jerónimo Valdés al frente de la vanguardia. El conjunto sumaba 9.310 hombres, 1.600 caballos y 14 piezas de artillería.

El 24 de octubre los realistas vadearon el Apurimac y persiguieron a Sucre, a quien había dejado Bolívar al mando, con marchas y contramarchas hasta batirle en Tamará donde este perdió el parque de campaña, sus mulas y caballos de respeto, y una de las dos piezas de artillería que le quedaban.

Antonio José de Sucre en la batalla de Ayacucho

La Serna repetía la guerra de movimientos que tanto éxito le había dado en la campaña de Intermedios. El 8 de diciembre, el Virrey se situó sobre los altos de Condorcanqui dominando el campo de Quinoa o Ayacucho donde Sucre se había establecido.

Los dos ejércitos estaban abocados a enfrentarse en una batalla definitiva. Dice García Camba: «Los españoles fueron perdiendo el ganado que conducían para racionar su tropa, considerable número de hombres por enfermos, rezagados y desertores y dejando atrás varias cargas por falta y flaqueza de las mulas, entre ellas cuatro piezas de las catorce que habían sacado a campaña. (…) Este ejército, sin medios de subsistencia, no podía permanecer en la observación que le convenía».

Los patriotas estaban también obligados: «Se hallaban imposibilitados para continuar la retirada sin correr con toda la probabilidad los riesgos de una disolución y (…) no contaban más que con unas setenta reses vacunas para su manutención».

Amaneció el 9 de diciembre, Valdés con los cuatro batallones de vanguardia, dos escuadrones de húsares y cuatro piezas de artillería se adelantó al resto del ejército por la derecha para forzar el flanco izquierdo de los patriotas. Monet, con cinco batallones, en el medio del ataque había de descender al llano, tomar el borde contrario de la vaguada central y segundar la acción una vez que Valdés hubiera tomado ventaja.

Villalobos, por la izquierda con otros cinco batallones, tenía que ocupar el borde superior de la quebrada para proteger la descarga y montaje de seis piezas de artillería y, cuando esto se hubiera realizado, iniciar su ataque siempre que Valdés estuviera fuertemente empeñado en la batalla. El batallón Fernando VII y los dos de Gerona quedaban como reserva.

Valdés hizo retroceder a La Mar y motivó que Sucre enviara dos batallones, de los tres que componían la reserva, en auxilio del ala izquierda que estaba comprometida.

Croquis de la batalla de Ayacucho

Cuando llegó al punto acordado el primer batallón de Villalobos y con tres cañones ya montados y armados, su comandante, el coronel Rubín de Celis, al oír el cañoneo de las baterías de Valdés, se lanzó, en solitario, a un irreflexivo y prematuro ataque. Sucre no desaprovechó la oportunidad y ordenó que toda la división Córdova interceptara ese batallón, deshaciéndolo por completo y dando muerte a su valiente aunque insensato coronel. Córdova avanzó luego sobre las desorganizadas fuerzas de Villalobos, y el escuadrón de San Carlos tuvo que defenderlas a costa de caer casi entero bajo el fuego enemigo. Los patriotas se apoderaron de las seis piezas de artillería.

Canterac, ante este inicio desastroso, mandó que Monet tomara la vaguada central, mientras él con los dos batallones de Gerona acudía al flanco izquierdo, restableciendo por un tiempo la batalla. De nuevo Sucre reaccionó con presteza y no dio tiempo a que Monet ocupara el borde sur del barranco, cargando con el resto de la caballería colombiana y dos batallones de la división Lara a los españoles mientras cruzaban el hondo.

En un último intento, los españoles cargaron con los tres escuadrones que estaban formados en el centro, siendo recibidos por los colombianos con sus largas lanzas enristradas que consiguieron detener a la caballería realista. La izquierda y el centro del ejército real estaban totalmente batidos, y aunque Valdés había conseguido sus objetivos, ahora resultaban inútiles.

En los altos de Condorcanqui se reunieron con Canterac, que sustituía al Virrey herido y prisionero, los Generales Monet, Villalobos, Caratalá y Valdés, junto con otros jefes del ejército Real y un pequeño grupo de soldados de caballería. Canterac expuso que no cabía otra posibilidad que una capitulación aceptada por los demás, a continuación Canterac y Carratalá marcharon al campamento enemigo a oír la propuesta de Sucre.

Miller cuenta la entrevista que sostuvo con La Serna, prisionero en una de las miserables habitaciones de Quinoa: «Halló al Virrey sentado en un banco y recostado contra la pared de barro de la choza. (…)Su persona alta, y en todos tiempos noble, parecía en aquel momento más respetable e interesante. La actitud, la situación y la escena, todo reunido, era precisamente lo que un pintor histórico habría escogido para representar la dignidad de perdidas grandezas».

El mismo día de la batalla, Sucre envió a Bolívar un oficio que es parte de la historia del Perú: «El campo de batalla ha decidido, por fin, que el Perú corresponde a los hijos de la gloria. Seis mil bravos del ejército Libertador han destruido en Ayacucho los nueve mil soldados realistas que oprimían esta República. Los últimos restos del poder español en América han expirado el nueve de diciembre en estos campos afortunados.»

A pesar de que el combate que decidió la suerte de todo un continente sea un hecho histórico muy investigado, se puede aportar una precisión interesante sobre el número de tropas del ejército realista.

Batalla de Ayacucho en el Perú, obra de Denis Auguste Marie Raffet

La cifra de los patriotas de 5.780 lo atestigua Sucre y resulta lógica después de casi dos meses de movimientos y de la batalla adversa de Tamará, sabiendo que inició la campaña con 7.000 hombres. Se ha repetido hasta la saciedad la de los realistas, 9.310 según los estados apresados, pero sin tener en cuenta que ese número se refiere al inicio de la campaña y no respeta la disminución sufrida por la deserción y el desgaste de una guerra de movimientos.

El único dato contemporáneo lo ofrece Jerónimo Valdés en su Exposición al Rey Don Fernando VII y es de 6.906 hombres, número que se antoja acorde con la realidad, sabiendo que la deserción obligaba a cercar la tropa en los campamentos con los soldados de más confianza y con un gran número de oficiales vigilando.

La causa principal del desenlace, fue el ataque prematuro de Rubín de Celis que desguarneció a las seis piezas de artillería del Cuerpo de Villalobos que los realistas no llegaron a utilizar. Pero la responsabilidad la denuncia el fiscal nombrado para el Consejo de guerra que había de entender sobre Ayacucho —documento recientemente adquirido por mí— haciendo responsable de su resultado al general Olañeta.

Y la realidad histórica es que nunca se hubiera producido sin la traición de Riego, que en 1820 sublevó en Cabezas de S. Juan a la tropa destinada a combatir a los insurgentes. Esos 18.000 hombres hubieran cambiado la suerte de las armas del Rey en Hispanoamérica, pues superaban en 5.000 soldados a la suma de los dos ejércitos enfrentados en Ayacucho.

Sobre los realistas, Bolívar afirma: «puedo decir que la conducta de ustedes en el Perú como militares, merece el aplauso de los mismos contrarios. Es una especie de prodigio lo que ustedes han hecho en este país». Y el general patriota Guillermo Miller: «No puede negarse que los generales españoles merecen gran crédito por el talento y perseverancia con que prolongaron una lucha tan sangrienta y difícil por años enteros, después que la madre patria cesó de suministrarles toda clase de auxilios. (…) en honor a la verdad debe decirse que, como soldados bizarros, pelearon valerosamente hasta el último momento, y son acreedores con justicia a los mayores encomios».

  • Íñigo Moreno de Arteaga, marqués de Laserna, Académico de honor de la R.A. de la Historia.