La conspiración de Venecia que mató a centenares de españoles e hizo huir a Quevedo disfrazado de mendigo
En 1618 el Consejo de los Diez había llenado las calles, los canales y las islas con la orden y autorización de prender y dar muerte a cuantos españoles hallasen
Una hermosa mañana de mayo de 1618 los venecianos más madrugadores descubrieron con espanto el terrible espectáculo que formaba un gran número de personas ahorcadas en los postes de la Piazza de San Marcos. A la madrugada siguiente volvió a darse el espectáculo de otras víctimas ejecutadas de la misma forma.
Los rumores hablaban también de un número considerable de personas, encarceladas en las siniestras mazmorras de la Señoría, en el mayor de los secretos. A nadie se le ocultaba tampoco que en los canales y lagunas se encontraban numerosos cadáveres que se habían tragado en las aguas.
En los días siguientes fueron llegando noticias de numerosas ejecuciones en las posesiones venecianas del Adriático, incluyéndose entre las víctimas incluso personalidades de alta alcurnia, como el general Pietro Barbarigo que gobernaba la isla de Curzola. Fue detenido en secreto, metido en un saco y arrojado al mar.
También se supo que una gran parte de los asesinados eran extranjeros sobre todo españoles y franceses al servicio de Venecia. Perecieron ahorcados, acuchillados o entre las olas, sin que el gobierno veneciano diese la más mínima explicación.
Se supo, eso sí, que el Consejo de los Diez había llenado las calles, los canales y las islas con la orden y autorización de prender y dar muerte a cuantos españoles hallasen, sin interrogatorio o formación de causa alguna. Nunca se ha sabido ni se sabrá en número de víctimas. Algún historiador aventuró la cifra de 600 ejecutados, la mayoría españoles.
Un bulo para avivar el odio a los españoles
Nunca hubo una declaración oficial sobre las causas de semejante ordalía. Cinco meses después de aquel horror, el Senado veneciano celebró un solemne Te Deum para dar gracias a Dios por permitir la salvación de la República. Eso sí, nunca explicó que peligros la habían amenazado.
Los venecianos siempre fueron hábiles para desacreditar a sus enemigos y enmascarar sus intenciones. Poseían el mejor servicio diplomático de la época y un eficaz ejército de agentes secretos. Los usaron hábilmente para sembrar Europa de rumores que acusaban sin pruebas al embajador español, marqués de Bedmar y al Duque de Osuna, virrey de Nápoles y pesadilla de los venecianos.
Se les acusaba de haber introducido en secreto en la ciudad a numerosos agentes extranjeros, algunos de ellos franceses, provistos de considerables fondos. El objetivo habría sido organizar una siniestra conspiración que incluiría poner fuego al arsenal, saquear la aduana y la casa de la moneda y poner una mina en el Senado para volar a los senadores en una de sus reuniones.
También se sembraron falsedades acusando de encabezar la conspiración al finado Pietro Barbarigo y al corsario francés Jacques Pierres. Este último había sido el terror de los turcos en aguas de los mares de Levante antes y después de entrar al servicio del Duque de Osuna. Sobornado por Venecia para que pasase a su servicio, fue asesinado de forma misteriosa. Se difundió el bulo de que había seguido siendo agente doble al servicio de Osuna. Su asesinato sirvió para que Venecia se congraciase con el turco y para avivar el odio del pueblo veneciano contra España.
Estos infundios crearon el caldo de cultivo para que la plebe se convenciera de que los españoles eran un peligro y para que se produjesen manifestaciones exigiendo su muerte y la expulsión del embajador, que llamado por la corte de Madrid fue sustituido de su cargo.
Un escritor convertido en espía en Venecia
Quevedo se encontraba en Venecia. Había llegado en secreto a la ciudad pocos días antes como agente del Duque de Osuna. Fue uno de los pocos españoles que consiguió escapar de la matanza, aunque el Consejo de los Diez había dado instrucciones específicas de asesinarlo. Escapó de los sicarios que le perseguían disfrazado de mendigo harapiento gracias a su prodigioso dominio del italiano popular. Dos colaboradores que le acompañaban fueron asesinados. Años después se burlaba de sus calamidades con su inimitable gracejo motejando a los venecianos de torpes y descuidados.
No hay duda de que Quevedo fue agente secreto y espía al servicio de España. Tuvo contactos con el marqués de Gondomar, jefe de los incipientes servicios de información de la Monarquía. Posiblemente organizó la maniobra mediante la que Don Francisco simuló huir a Italia acusado de un falso asesinato. Allí entró al servicio del Duque de Osuna como secretario personal. Viajó por toda Italia afrontando considerables riesgos y sirviendo de enlace entre los agentes de España en la Península. Tuvo que desplazarse con frecuencia a Madrid, donde llegó a tener una entrevista personal con Felipe III para explicar la política del Virrey de Nápoles.
No está clara la razón por la que se encontraba en Venecia en el momento de desatarse la brutal represión. Él siempre negó la implicación del Duque de Osuna en ninguna conjura y mantuvo una discreción presuntuosa sobre su participación. Aunque está claro que hiciese lo que hiciese, lo hizo al servicio de España.