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La gesta de la Cristiada

Grandes gestas de la Historia

La gesta de la Cristiada: católicos, santos y mártires que vencieron al yugo de la revolución

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Este año próximo cumple su centenario una persecución cruel y salvaje que se convertiría en un verdadero martirologio católico: la guerra cristera o La Cristiada. Las invocaciones al Sagrado Corazón de Jesús y a la Virgen María fueron en México la proclama inquebrantable de los combatientes en el fragor de la batalla y «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!» las últimas palabras de los mártires a ante sus ejecutores, después de haberlos perdonado.

Cristeros con el Sagrado Corazón de Jesús

Hace 25 años san Juan Pablo II canonizaba a san Cristóbal Magallanes y a sus 24 compañeros mártires de esta guerra, uno de ellos era Santo Toribio Remo, hoy patrono de los emigrantes mexicanos. Y hace 20, Benedicto XVI beatificaba en Guadalajara a otros 14 mártires. Uno de ellos, el niño cristero José Sánchez del Río, ajusticiado defendiendo su fe tras sufrir terribles torturas sería canonizado en 2016 por el Papa Francisco. En la actualidad decenas de sacerdotes y laicos mexicanos siguen en proceso de beatificación tras haber sido asesinados por odio a su fe católica en la guerra cristera.

Este conflicto armado fue un tabú hasta 1980 en los estudios históricos y políticos mexicanos. Se intentó borrar de la memoria colectiva y se transmitió casi en secreto entre los miembros de las familias que la vivieron.

Santos mártires mexicanos entre los que puede verse al niño José Sánchez del Río.

Conspiración de silencio y represión

El estado mexicano quería distanciarse de la tradición hispánica, especialmente del catolicismo, para imponer los principios anticlericales de la Revolución Francesa. Consideraba al clero católico el enemigo más peligroso del país algo que se plasmaría en la Constitución mexicana de 1917. Pero en 1926 el presidente Plutarco Calles fue más allá, buscando la erradicación del catolicismo y promulgó la llamada Ley Calles que conllevaba multas y cárcel por negarse a disolver comunidades religiosas, por enseñanza de la religión, el uso de sotanas y por cualquier tipo de manifestación pública de la fe.

También decretaba la expulsión de sacerdotes extranjeros y la incautación de iglesias, conventos y monasterios con sus bienes. Obligó también a la quema de todos los documentos eclesiales, incluidas las fes de bautismo. Todo culto y acto católico fue prohibido y pasó a ser clandestino, como en la época de las catacumbas.

Una foto de oficiales y familiares del regimiento de combate Cristeros Castañón

El Gobierno inició una política de arrestos e intimidaciones, comenzaron las ejecuciones y una violenta represión por parte del ejército.

Ante la dramática situación, el pueblo empezó a armarse de forma espontánea y aparecieron las primeras guerrillas, campesinos que comenzaron a sublevarse y por su grito de: «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!» fueron conocidos desde entonces, despectivamente, con el nombre de Los Cristeros.

La rebelión cristera

La rebelión cristera comenzó en Jalisco y pronto se difundió por todo México. El gobierno declaraba la guerra a la Iglesia Católica y se convertía en una auténtica guerra civil.

Los católicos se unieron en la llamada Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) para organizar la lucha y dan el mando al general Enrique Gorostieta, un experto en guerra de guerrillas y estrategia militar más bien descreído que acabaría convirtiéndose, impresionado por la fe de sus soldados. Gracias a él, pasarán de ser una tropa espontánea y desharrapada a ser un ejército disciplinado de 50.000 hombres, divididos en regimientos y con jefes legendarios, como los curas-generales padre Vega y padre Pedroza.

Cristeros de San José de Gracia (Michoacán): al centro, con sable, Anatolio Partida, a la derecha, Honorato González

Un enfrentamiento desigual

La mayoría de los cristeros eran campesinos humildes y mal equipados, pero esto no los detuvo. Su profunda fe en Cristo les daba una gran fuerza moral. Siempre portando el estandarte de la Virgen de Guadalupe, cada soldado en su pecho exhibía una gran cruz, cual fresco epopéyico carlista de Ferrer-Dalmau, «el pintor de batallas».

Cristero portando una gran cruz

En los 80.000 hombres del ejército de Calles llamados por el pueblo «los federales» o «comecuras» eran frecuentes las deserciones, hasta el punto de que algunos mandos como el general Ortiz, hacían fusilar a soldados por el simple hecho de portar un escapulario. Por su parte, el coronel conocido como «Mano Negra», aunque parezca increíble, arengaba a sus tropas al grito de «¡Viva Satán!».

Un fusilamiento captado por un fotógrafo

En las zonas donde la rebelión parecía ser aplastada, a los pocos días resurgía con más fuerza. Y es que tácticamente, la guerrilla cristera era superior al ejército gubernamental. En pequeños grupos, gracias a su conocimiento del terreno y destreza como jinetes atacaban por sorpresa y huían con rapidez a las montañas.

Boicot en contra de la Ley Calles

Los federales, aunque con una infantería mucho más desarrollada, difícilmente podían perseguirlos. Por ello, lo compensaban utilizando una política de terror, tanto contra las comunidades insurrectas como contra las sospechosas de serlo. Su ferocidad y ensañamiento con los campesinos hizo que los cristeros fueran apoyados por una mayoría de la población.

Una acción habitual en los ataques cristeros fue el asalto a trenes, lo que obligó al ejército federal a posicionar efectivos en estaciones, túneles y puentes. En esta tesitura se produjo el único crimen de guerra atribuible a los cristeros: el incendio de un tren antes de su completa evacuación.

Concentraciones y hambre

Ante la imposibilidad de controlar la insurrección, el gobierno organizó concentraciones obligando a los campesinos a reunirse en poblados determinados. Si no lo hacían, eran fusilados sin juicio. Así los campos de cultivo se abandonaban y se perdían las cosechas ocasionando una intensa hambruna entre la población civil. Los sacerdotes que permanecieron en el campo estuvieron en gravísimo riesgo y tuvieron que quedarse escondidos con la protección de los fieles, que en muchos casos fueron también ejecutados por darles cobijo.

Las brigadas bonitas

Las mujeres también tuvieron un importante papel en la guerra cristera a través de las brigadas femeninas de Santa Juana de Arco (BB). Su fin era suministrar municiones, pertrechos, dinero, provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes cristeros. Desarrollaron algunas actividades muy similares a las de las mujeres falangistas y margaritas carlistas en la Guerra Civil española. Llegaron a ser 25.000 mujeres que trabajaban en total clandestinidad, con un juramento de obediencia y secreto. La mayor parte eran célibes, para no dejar huérfanos o evitar el chantaje si eran capturadas.

Transportaban municiones en chalecos o en carros cubiertos de maíz o cemento hasta las zonas de combate, donde a lomo de mula las hacían llegar a los cristeros. El ingenio y la audacia de aquellas jóvenes fue legendario y llegaron a abastecerse directamente en las fábricas militares de la capital, mediante la seducción o la connivencia de operarios católicos y de algunas autoridades.

Una cruel represión

Los prisioneros cristeros eran pasados por las armas, al igual que quienes ayudaban a los rebeldes, o simplemente los que bautizaban a sus hijos, asistían a las misas clandestinas o se casaban por la Iglesia. Muchos civiles sucumbieron, en ocasiones víctimas de matanzas colectivas. Los lunes había fusilamientos públicos y muertes en la horca. La tortura se practicaba sistemáticamente, no sólo para obtener informes, sino con complacencia en el suplicio, para intentar obligar a los católicos a renegar de su fe.

Una de las jornadas de fusilamientos

Turistas norteamericanos denunciaban en la prensa estadounidense la presencia de ahorcados en los postes telegráficos a lo largo de las vías férreas y carreteras. La asociación católica antimasónica llamada los Caballeros de Colón, llegaron a recaudar un millón de dólares en Estados Unidos para ayudar a los cristeros. Frente a ellos, la masonería, muy poderosa en el México de entonces hizo que el Ku Klux Klan protestante y anticatólico ofreciera a Plutarco Calles diez veces más.

Cristeros colgados en Guadalajara

Los arreglos, el engaño y el anticlericalismo

En 1929, el ejército federal estaba formado por 100.000 hombres. Las milicias cristeras por 50.000, pero controlaban la mitad de los 30 estados de México. Ante las inminentes elecciones presidenciales, Calles pidió la mediación de Estados Unidos, que necesitaba la paz por el petróleo mexicano. La Santa Sede, presionada por los Caballeros de Colón, impuso entonces la necesidad de una salida política que se conseguirá con los arreglos.

Con los arreglos el estado se comprometía a otorgar amnistía a obispos, sacerdotes y a los fieles sublevados, a devolver las iglesias y permitir celebrar los cultos. Los cristeros obedecieron y depusieron las armas, pero había sido una trampa. 5.000 cristeros fueron hechos prisioneros y ejecutados, junto a medio millar de sus líderes y la persecución volvería en 1931.

Persecución religiosa en México. El padre Francisco Vera antes de ser fusilado

Desde entonces en México, el anticlericalismo de los gobiernos que se han sucedido se ha mantenido de manera soterrada. El PRI, Partido Revolucionario e Institucional al frente del país durante décadas fue abiertamente hostil a la Iglesia católica. De hecho, no mandaría embajada al Vaticano hasta finales de los 60 y solo en 1985, por primera vez el presidente Miguel de la Madrid reconocía la magnitud de la guerra cristera.

Hasta 1990, con Salinas de Gortari no se reconoció el status jurídico de la Iglesia y hasta apenas 15 años, se necesitó permiso gubernamental para celebraciones religiosas.

En el siglo XXI : la polémica visibilidad

En el siglo XXI ha sido cuando el episodio cristero adquirió visibilidad, pero se ha desatado una situación incómoda en la historiografía mexicana. La vigente línea ideológica intenta destruir y tergiversar dos de los pilares de la identidad mexicana: el hispanismo y el catolicismo.

Contra el hispanismo se sigue difundiendo la leyenda negra, utilizando los medios y la educación. Y es más, la Cristiada fue una guerra defensiva y religiosa, pero también un movimiento con raíces sociales y políticas muy hispanistas en el sentido de oposición a lo jacobino y revolucionario del estado, a la opresión de los más humildes, al imperialismo americano y a la deriva protestante y prolaica de la sociedad.

Y, para diluir el catolicismo como patrimonio de México, es incómodo el heroísmo del martirologio cristero, y se alienta su rechazo por ser «contrarrevolucionarios antimodernos». Se carga las tintas en las pretensiones económicas de la iglesia, que intentaba no perder sus riquezas y abordar la rebelión como simple bandidaje. Curiosamente, estas razones también son esgrimidas a menudo en la historiografía actual para abordar las guerras carlistas con las que la guerra cristera guarda interesantes paralelismos.

Y es que la defensa de la libertad, uno de los derechos fundamentales del hombre, se pondera y valora, pero se cuestiona cuando la libertad supone ejercer la religión católica. El ejemplo más cercano al tema aconteció con el estreno en España de la meritoria película For Greater Glory, traducida como la Cristiada, cuyo estreno fue retrasado y su distribución obstaculizada por sus «posibles paralelismos con la Guerra Civil española»

La victoria católica para la posteridad

Jean Meyer, el máximo experto en el movimiento cristero y que atesoró centenas de testimonios afirmó que «La cristiada fue una guerra que llegó a movilizar cincuenta mil combatientes, apoyados por todo un pueblo. Emiliano Zapata no tuvo más de diez mil hombres; Pancho Villa, veinte mil en su apogeo. Y ambos son mundialmente famosos; los cristeros, no, que son comparables a los campesinos católicos de la Vendeé, a esos chuanes que la Revolución Francesa no pudo vencer. Napoleón tuvo que hacer la paz con la Iglesia para desarmarlos. Le pasó lo mismo a los gobiernos anticlericales de la Revolución Mexicana».

Niños mártires, asaltos de trenes, indómitos guerrilleros, vías férreas pobladas de ahorcados, poderosos masones, brigadas de valientes mujeres con voto de silencio, emboscadas en sierras desérticas, Caballeros de Colón antimasónicos, el Ku Klux Klan y traiciones de un gobierno anticlerical… son protagonistas, hechos y elementos rigurosamente históricos que jalonaron la guerra religiosa más dramática, sangrienta y desconocida de la historia de América: la Guerra Cristera. Una lucha que perdieron por las armas, pero que se convertiría en una gran victoria católica.

El mártir José Sánchez del Río

Una gran victoria porque de algún modo la deriva prosoviética del país se pudo ver frenada al constatar los gobiernos la dimensión religiosa de la nación y que, pese a la persecución brutal, México siguió siendo y es hoy, el mayor estado católico del mundo. El pueblo mexicano se ha mantenido fuerte en su fe y, sobre todo, perseverando en su devoción a la Virgen de Guadalupe y creciendo la del niño cristero José Sánchez del Río hoy uno de los santos más universales.

Las reliquias del Niño José portadas en la canonización por el joven actor que lo interpretó en la película Cristiada.

Los cristeros, valientes davides contra el Goliat totalitario de un estado nacido de la revolución, protagonizaron una gesta epopéyica: la Cristiada, en la que una sociedad campesina, tradicional y católica peleó hasta la muerte por defender lo que para ellos era lo más sagrado de su existencia: la fe en Dios, simbolizada en su santo y seña, «¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Cristo Rey!».

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