
«Sopa de Monstruos comúnmente llamada agua del Támesis». Obra de William Heath
Picotazos de historia
El insoportable hedor de Londres en 1858
En 1855 el físico y científico Michael Faraday denunció, en un articulo publicado por el periódico The Times, que el río Támesis se había transformado en una autentica cloaca
Debajo de la ciudad de Londres existía un sistema de alcantarillado de madera construido durante el medievo que estaba completamente obsoleto y desbordado desde el siglo XVI. Durante el siglo XVII se aprobaron reformas que llevarían a la construcción de una canalización de ladrillo. Aun así esta era demasiado escasa, y la mayoría de las casa de la ciudad contaban con un pozo negro que periódicamente se limpiaba y cuyos contenidos se vertían en las aguas del Támesis.
En el año 1858, fecha de los acontecimientos a narrar, la ciudad de Londres contaba con unos 200.000 pozos negros y unas 360 y pico alcantarillas. El sistema, imperfecto e insuficiente como era, producía acumulaciones de gas metano que regularmente explosionaban y provocaban incendios. Este primitivo sistema se vio colapsado con la ley de obligatoriedad de inodoro con cisterna en cada casa –en 1849– y con la migración del campo a la capital que llevó a situar a la población de Londres por encima de las tres millones de personas.
A la acumulación de los habitantes de la ciudad había que sumar los efluentes asociados a las fabricas, mataderos, curtidurías, etc. lo que ocasionó el colapso total del alcantarillado y la completa degradación del río donde se acumulaban todas estas aguas residuales.
En 1855 el físico y científico Michael Faraday denunció, en un articulo publicado por el periódico The Times, que el río se había transformado en una autentica cloaca. En 1857 el hedor que emanaba de las pútridas aguas del Támesis era tal que el ayuntamiento de la ciudad aprobó un presupuesto de emergencia por valor de 1.000 libras para la compra y vertido de cal, hipoclorito de calcio y fenol (ácido carbónico), con el fin de mitigar algo la insoportable pestilencia. Charles Dickens menciona en su novela La Pequeña Dorrit, novela publicada por entregas entre 1855 y 1857, que «el Támesis es una cloaca mortal».
Michael Faraday da su tarjeta al Padre Támesis
En el mes de junio de ese año de 1858, la ciudad está disfrutando de unas temperaturas inusualmente altas, llegando a marcar los termómetros medias por encima de los 36º C. Este calor y la sequía asociada dieron lugar a una bajada del nivel del río, que no al volumen del efluente de aguas residuales que diariamente se descargaban sobre las torturadas aguas del río.
Los efluvios que de estas emanaban alcanzaron una intensidad y riqueza de matices, hasta entonces nunca alcanzados, e impensables por pituitaria alguna. El día 15 de junio la reina Victoria y su consorte el príncipe Alberto de Sajonia Coburgo Gotha, cancelaron un crucero de placer por el Támesis al poco de iniciarlo –tres damas de compañía de la reina se desmayaron por la fetidez de las aguas– debido a la intensidad de lo que ya todo el mundo denominaba «El Hedor».
El 25 de junio las sesiones del parlamento se vieron afectadas aunque se había tenido la precaución de empapar las cortinas de las ventanas con hipoclorito de calcio en un vano intento de disimular el pestazo que provenía del río. El 3 de junio el Hedor alcanzó tal grado que un periódico londinense publico, con especial delectación, como se vio abandonar la cámara al primer ministro Disraeli «...con un montón de papeles en una mano y un pañuelo en la otra que apretaba contra su nariz». En el Parlamento se llegó a plantear el asunto, en ambas cámaras, y tuvieron que admitir que era un problema sobre el que no tenían jurisdicción alguna, aunque ambas reconocía que de ser un asunto meramente urbano y local se estaba transformando en uno de estado.

La Muerte rema en el Támesis. Grabado de la época
Esta situación permitió al gobierno de Disraeli el aprobar un proyecto de ley para la limpieza del río y la modificación del sistema de alcantarillado de la ciudad. Para realizar las urgentes obras necesarias se aprobó –por unanimidad y sin oposición alguna– una partida de tres millones de libras esterlinas. El proyecto de ley sobre el Támesis –«...estanque estigio, que apestaba con horrores inefables e intolerables» publicó el normalmente moderado diario Hansard– se aprobó el 2 de agosto entre los aplausos de los parlamentarios.
La nueva ley daba autoridad sobre el proyecto a la Junta Metropolitana de Obras que estaba bajo la dirección del ingeniero John Bazalgette, quien llevaba tiempo pensando en la mejor manera de solucionar el grave problema de la ciudad. Bazalgette había sucedido en el cargo al también ingeniero Frank Foster, quien había fallecido a consecuencias debidas del exceso de trabajo y el estrés producto de las responsabilidades.
Los planes de Bazalgette para llevar a cabo las reformas requerían de la construcción de uno 1.800 kilómetros de alcantarillado adicional y de unos 132 kilómetros de grandes alcantarillados (cloacas máximas) o canales principales. En 1861 el periódico The Observer señalaba que las obras de alcantarillado que se estaban realizando en la ciudad «...suponían la obra más cara y maravillosa del mundo moderno».

Construcción de las alcantarillas en 1859, cerca de Old Ford, Bow en East London
Las obras de reforma se consideraron completadas en el año 1875, aunque Bazalgette continuó trabajando en su desarrollo y mejora el resto de su vida. Para entonces el coste total se aproximaba a los siete millones de libras esterlinas. El nuevo sistema de alcantarillado dio lugar a una caída de los casos de cólera y tifus (enfermedades cíclicas y casi endémicas en Londres), motivo por el cual el ingeniero está considerado como el mayor benefactor que ha tenido la ciudad y el funcionario de la era victoriana que mayor cantidad de vidas ayudó a salvar. Todo eso por no hablar de suprimir el inefable e indescriptible Hedor del Támesis.