
El Glorioso. Obra de Augusto Ferrer-Dalmau
El 'Glorioso', el navío español que humilló a doce barcos británicos y resistió cinco enfrentamientos en 1747
«Nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un barco que lo hicieron ellos», dijo el comodoro George Walker, uno de los capitanes británicos que intentó capturar uno de los grandes buques de guerra español
Dice Agustín Rodríguez González, uno de los mayores expertos en Historia Naval, que son muchos los que se conmueven con épicos combates en los que un poderoso buque, aislado y luchando contra fuerzas muy superiores, sabe dar lo mejor de sí antes de su tan heroico como inevitable final. Estas líneas describen a la perfección la gesta del navío San Ignacio de Loyola, conocido como el Glorioso, y que hizo honor a su nombre.
Su historia debe situarse en el contexto de la Guerra del Asiento, que enfrentó a España contra Gran Bretaña por el dominio comercial del Caribe. El Glorioso era un buque de 70 cañones construido en el arsenal de La Habana y botado en 1740. Su único capitán, desde la entrega a la Armada hasta su rendición, fue el cordobés Pedro Messía de la Cerda, quien a bordo de este navío español protagonizaría una de las páginas más brillantes de nuestra historia.
El capitán de navío «era un veterano bien probado en combate y navegación que, llegado el momento, supo llevar a cabo una de las campañas más notables de la historia de un buque en solitario», indica Rodríguez en un artículo publicado en la Revista General de la Marina sobre La gesta del Glorioso.
La carrera del Glorioso
Su apodo de El Glorioso vino marcado por una serie enfrentamientos navales que se libraron en 1747. El 28 de mayo de aquel mismo año, el Glorioso, buque de guerra que se empleó para garantizar el transporte de los metales preciosos de las provincias españolas de ultramar en la península, partió de Veracruz con destino a España para transportar oro y plata (cuatro millones de pesos de plata y 4.400 onzas de oro). La travesía transcurrió sin mayores incidentes hasta que el 25 de julio, a unos 200 km al norte de las Azores, una flota británica avistó al navío español tratando de darle caza. Según narra Alberto Ayuso García en un artículo publicado en esta cabecera, tras 40 horas de persecución en las que el Glorioso mantuvo una ventajosa posición, el navío español entabló combate con tres barcos británicos: el Montagu de 16 cañones, el Lark de 40 y el Warwick de 60.«Los dos primeros, de inferior capacidad, huyeron tras un corto enfrentamiento» y dejaron al tercero solo frente al Glorioso, «el cual, tras varias acertadas maniobras y seis horas de combate, obligó al navío británico a huir con fuertes destrozos», indica Ayuso García.

Pedro Mesía de la Cerda, comandante del Glorioso
Siguiendo su rumbo, el siguiente enfrentamiento ocurrió el 14 de agosto, cuando otra flotilla británica trató de interceptarle en el área del cabo de Finisterre. El San Ignacio de Loyola volvía a enfrentarse él solo a tres embarcaciones: el navío de línea Oxford de 50 cañones, el Shoreham de 24 y el Falcon de 14. Esta triada intentó atacar al buque español por los dos costados; sin embargo, tras verse rodeado y comprobar el fuerte oleaje, Messía demostró su superioridad táctica y osadía virando bruscamente y situándose a sotavento de toda la flotilla británica. De esta manera, pudo arremeter contra el Oxford, que no lograba ser auxiliado por los otros dos barcos más alejados: «Pese a sus denodados esfuerzos, no lograron impedir que el ‘Glorioso’ arribara el día 16 al pequeño puerto de Corcubión (junto a Finisterre)», advierte Rodríguez.
Y lo cierto es que, una vez más, la flotilla inglesa optó por huir, renunciando al tesoro del navío español. Antes de continuar su viaje, el capitán de navío español decidió, ante los daños sufridos y el riesgo de nuevos combates, descargar en Corcubión el tesoro que transportaba. «Cabe imaginar las felicitaciones y parabienes que recibió por cumplir tan denodadamente su misión, venciendo en el camino a dos agrupaciones superiores», reflexiona el experto en Historia Naval.
Tras asegurar el tesoro en tierra, permaneció casi dos meses en la ría, donde se repararon los daños sufridos durante los dos choques. El 5 de octubre, el buque español desplegó sus velas para partir hacia Ferrol, pero la meteorología le forzó cambiar de planes y dirigirse a Cádiz. «Todo se condujo como se había planeado, pero al doblar el cabo de San Vicente, obligada encrucijada y más en la era de la vela, el ‘Glorioso’ volvió a ser descubierto por buques de la escuadra británica en la tarde del 18 de octubre, dándole caza pronto no menos de 10 embarcaciones», relata Rodríguez.
Los navíos ingleses aún no sabían que el buque español había descargado el gran tesoro que transportaba en Corcubión, por lo que cuando la escuadra de corsarios ingleses, conocida por el sobrenombre de Royal Family por los nombres de las embarcaciones que la componían, no dudaron en atacar. «Los vigías del solitario navío español divisaron una decena de buques enemigos. Dos de ellos se adelantaron al encuentro del ‘Glorioso’, eran las fragatas británicas ‘King George’ y ‘Prince Frederick’. Ambas naves formaban parte de una pequeña escuadra corsaria comandada por el comodoro George Walker», explica Agustín Pacheco Fernández en su artículo publicado en la Revista de Historia Naval con el título La verdadera historia del ‘San Ignacio de Loyola’, alias el ‘Glorioso’.

En el centro el Glorioso (der.) cañoneando al Russell durante su último combate. Al fondo el King George desarbolado y el Darmouth hundido por el navío español
El San Ignacio de Loyola consiguió rechazar el ataque de estas dos fragatas corsarias tras tres horas de fuego, según detalla Rodríguez. Por su parte, Pacheco puntualiza que durante el duelo artillero, Messía, «consciente de sus ventajas, no iba a permitir un duelo a corta distancia» e «hizo maniobrar su buque y se apartó del inglés para aprovechar el mayor alcance de sus cañones. Durante las siguientes horas las fragatas corsarias fueron literalmente arrasadas».
Los últimos combates del Glorioso
Aunque consiguió escapar de este tercer ataque, al navío español le quedarían dos últimos enfrentamientos. Sin tregua, al día siguiente el Glorioso se vio perseguido por una tercera embarcación: el navío Russell de 80 cañones dirigido por Mathew Buckle. Para evitar otro combate desigual, Pedro Messía ordenó virar el buque y dirigirse hacia el noroeste.
Poco después, el buque español se encontró con un solitario navío sin bandera que lo identificara. Era el navío Darmouth de 60 cañones que se acercaba «dispuesto a poner fin al tan coriáceo buque español», recoge Rodríguez. A pesar del «duro intercambio de andanadas», prosigue el autor de libros como La leyenda negra de la Armada española, el fuego «cesó bruscamente cuando el navío inglés voló en pedazos al ser alcanzado en su santabárbara [almacén de pólvora], pereciendo toda su dotación» excepto 18 hombres de los 370 hombres que conformaban la tripulación.

El Último combate del Glorioso en un cuadro de finales del siglo XVIII
Acto seguido, el navío de tres puentes y 80 cañones Russell, junto con dos fragatas, rodearon a la embarcación española, «que, pese a saberse ya sentenciada, prolongó su resistencia hasta el amanecer», afirma Rodríguez. El Glorioso presentaba serios daños en su estructura, por no hablar de su tripulación, ya exhausta. Pero aquellos aguerridos marinos se habían propuesto luchar hasta el final. El corsario Walker diría: «Y de nuevo comenzó la persecución y la conquista de su audaz y escurridizo enemigo; porque nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un barco que lo hicieron ellos».
Así, la feroz batalla se prolongó durante seis horas, hasta que el Glorioso agotó sus municiones. El capitán de navío español, tras consultar con los oficiales y la marinería sobreviviente, decidió rendir la embarcación. Al subir al navío inglés, Pedro Messía pudo observar lo cerca que había estado de la victoria y lamentó no haber tenido un poco más de munición. A pesar de su rendición, lo cierto es que los ingleses habían empeñado contra el San Ignacio de Loyola doce barcos, muchos de los cuales acabaron seriamente dañados, y cinco combates.