La guerra global contra el terrorismo: una lucha sin consenso y dispar
El comodín afgano, la típica neutralidad suiza, la excepción latinoamericana, y el distorsionado enfoque chino
Después de la retirada occidental de Afganistán, pareciera que todo está perdido o que la amenaza terrorista ha desaparecido. Aunque los talibanes, nuevos gobernantes de Afganistán, son enemigos declarados de los terroristas del «Estado Islámico», ni en territorio afgano ni en territorio europeo ha desaparecido la amenaza extremista declarada contra los «infieles» occidentales.
El liderazgo occidental no ha salido ileso de Afganistán y una de las mayores heridas ha sido ante la opinión pública mundial. Se le critica de debilidad, torpeza y falta de liderazgo; acusaciones que sin embargo no borran la existencia de una amenaza terrorista y la necesidad de reunificación de criterios, reconstrucción de confianza y la recuperación de la moral de militares y fuerzas de seguridad.
Multilateralismo y contraterrorismo
La última conmemoración del 20 aniversario de los ataques terroristas contra los Estados Unidos, ha sido especialmente deslucida por la caótica salida de Afganistán a finales de agosto. A pesar de todo –desde 2001 a la fecha– los avances en materia antiterrorista son significativos, aunque todavía insuficientes.
La estrategia global de lucha contra el terrorismo de 2006 de la Asamblea General de Naciones Unidas sigue siendo el único marco global de lucha contra el terrorismo acordado a nivel mundial y la Oficina de las Naciones Unidas contra el Terrorismo –establecida en 2017– incluye un personal de casi 200 personas y gestiona un fondo fiduciario de más de 250 millones de dólares para apoyar la lucha contra el terrorismo y prevenir el extremismo violento en todo el mundo.
Cuarenta y dos entidades diferentes de la Naciones Unidas son miembros del Pacto Global contra el Terrorismo, muy lejos de lo que había poco después del 11 de septiembre «cuando los actores humanitarios, de desarrollo y de derechos humanos de la ONU se mostraban reacios a participar en los debates antiterroristas –en el seno de la organización– por temor a que su trabajo principal fuese securitizado» según analiza la Coalición Global contra Daesh.
Una lucha sin consenso mundial
Como respuesta a los ataques terroristas del 11 de septiembre, se desarrollaron una serie de resoluciones en el Consejo de Seguridad de la ONU y, desde entonces, la lucha contra el terrorismo se considera –al menos en teoría– una prioridad de los 193 miembros del organismo mundial. Sin embargo, no hay entre todos los países un consenso absoluto ni igual compromiso con respecto a la lucha contra el terrorismo.
Un ejemplo claro lo vemos en la Coalición Global contra el Daesh –conformada en septiembre de 2014– que agrupa a 83 miembros en todo el mundo «comprometidos a combatir al Daesh en todos los frentes, desmantelar sus redes y contrarrestar sus ambiciones globales». Más allá de la campaña militar en Irak y Siria, la Coalición está comprometida con «prevenir el flujo de combatientes terroristas extranjeros a través de las fronteras; apoyar la estabilización y la restauración de los servicios públicos esenciales en las áreas liberadas y contrarrestar la propaganda del grupo».
Sin embargo, no son parte de la coalición «global» Rusia, China, India, Sudáfrica o Argelia, por ejemplo; así como casi toda América Latina con la particular excepción de Panamá que sí participa activamente, probablemente por su especial posición geoestratégica como paso interoceánico y potencial blanco de ataques terroristas. Suiza por su parte, fiel a su tradición de neutralidad, se ha abstenido de formar parte de este bloque.
Entre los socios altamente comprometidos se encuentran organismos como la OTAN y la INTERPOL y países tales como Estados Unidos, Canadá, todos de la Unión Europea, Reino Unido, Australia, Japón, Corea del Sur y hasta hace poco más de 2 meses Afganistán. Todavía está por ver si el régimen talibán asume compromiso en esta materia, por ahora, al menos parecen querer contrarrestar a las milicias del Estado Islámico en territorio afgano que amenazan su incipiente gobierno.
En víspera de la retirada de Afganistán, la Coalición manifestó que «continúan hombro con hombro, como lo hicimos cuando luchamos para lograr la derrota territorial de Daesh / ISIS en Irak y Siria». De igual forma, apuntan que «Daesh / ISIS sigue siendo un enemigo decidido y continuaremos tomando las medidas necesarias para asegurar su duradera derrota».
«Seguiremos luchando para vencerlos»
Jürgen Stock, secretario general de INTERPOL, cuando se unió a los demás miembros de la Coalición para condenar los atentados terroristas de Kabul –del pasado 26 de agosto– afirmó que «la policía desempeña un papel fundamental para prevenir actos terroristas y llevar ante los tribunales a quienes los cometen».
Hasta antes de la retirada de Estados Unidos de Afganistán, la INTERPOL había trabajado con las fuerzas afganas para luchar contra grupos terroristas como el Estado Islámico y para actuar también contra el tráfico de drogas, tareas que por ahora parecen estar suspendidas.
El máximo representante de la policía internacional también puntualizó que seguirán «combatiendo al Estado Islámico y a los demás grupos terroristas junto con nuestros socios. Somos más fuertes que los que siembran el dolor y la división, y seguiremos luchando para vencerlos, todos juntos».
El «particular» enfoque chino
Recientemente el diario POLITICO, con sede en Estados Unidos, publicaba un especial titulado Cómo China secuestró la guerra contra el terrorismo en el que desarrollaba la idea de cómo China se unió a la guerra global contra el terrorismo «con un enfoque férreo en el control social interno a toda costa».
Según Phelim Kine, periodista especializado en China, «el gobernante Partido Comunista Chino aprovechó la repulsión internacional hacia el terrorismo provocada por los ataques del 11 de septiembre para reformular la represión estatal de los musulmanes uigures en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang». El gobierno chino interpretó la calamidad en suelo estadounidense como una oportunidad para «cambiar el nombre de su lucha con los uigures independentistas en Xinjiang como una extensión de la guerra terrorista aprobada por Estados Unidos».
Mientras el liderazgo y los estrategas estadounidenses dedicaban su atención y tropas en Afganistán, Irak y en general Medio Oriente como parte de su campaña antiterrorista, Kine afirma que «China persiguió el objetivo de estampar la autoridad del gobierno central en una región inquieta dominada por minorías étnicas y religiosas».