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Devolviendo a América su sanidad

Es posible competir contra y ganar a la izquierda radical en el campo de las ideas apelando al sentido común y a la sanidad de una mayoría silenciosa que está ya harta de que le digan lo que es aceptable decir, pensar o hacer

La elección presidencial del año pasado en EE.UU. fue una contienda centrada en la respuesta a la pandemia y a la aversión de una gran parte de la sociedad a un presidente cáustico y narcisista. Sin embargo, el liderazgo del partido demócrata se pasó de frenada y pensó que era el momento de lanzar sus órdagos culturales y proceder, legislativamente y a través de la presión mediática que tan bien controlan, a transformar de una vez por todas la sociedad americana. Imaginaron que a base de llamar racistas, xenófobos o primitivos a sus adversarios, lograrían una mayoría social forjada de la alianza de mil identidades que aislarían finalmente a los elementos primitivos y retrógrados que no aceptan la nueva religión del progresismo. Afortunadamente, EE.UU. todavía no es Europa, con su borreguil aquiescencia a lo políticamente correcto.

Y mira por dónde, que les salió el tiro por la culata. El mismo The New York Times, el PRAVDA de la pijo-progresía del noreste, reconoció en su editorial analizando los resultados electorales que «hace falta una conversación honesta dentro del partido para volver a las políticas moderadas que dieron la victoria a Joe Biden». Lo que no dice el editorial del NYT –quizás porque esa herida está demasiado cerca de sus convicciones más arraigadas– es que uno de los factores centrales en la elección fue en qué medida la escuela pública debe exponer a sus alumnos a «Critical Race Theory» (esencialmente, racismo a la inversa) y el rol de los padres en la educación de sus hijos, así como otros elementos de la «guerra cultural» como eliminar estatuas de los padres fundadores por su pasado racista, etc..

Parafraseando a una cierta exministra española, el candidato demócrata a gobernador de Virginia anunció que «los padres no deben tener voz en lo que se les enseña a sus hijos en la escuela». Dicho y hecho. En menos de un mes, pasó de liderar todas las encuestas con un cómodo margen, a perder la elección por 2 %, perdiendo el Gobierno estatal para los demócratas por primera vez en doce años. Hace menos de doce meses, Biden ganó Virginia por más del 10 %.

Es por todo ello que, quizás, la frase que mejor resuma el resultado de las elecciones que han tenido lugar el pasado martes en EE.UU. –tras un año de orgía de gasto público, de CRT, revisionismo histórico y apocalipsis medioambiental– sea «Let’s make America Sane Again». Estas últimas elecciones han supuesto un varapalo no solo para el partido demócrata, sino, casi más importante, para el ala radical de dicho partido, liderado por los autodenominados «progresistas», socialistas y sus acólitos mediáticos. Probablemente, Biden tiene tiempo de corregir los excesos y estar en una posición de volver a presentar al partido demócrata como un partido razonable y forjador de consensos. Pero casi imposible que logre un giro tan radical en doce meses, cuando se juegan las elecciones de mid-term (1/3 del Senado, la totalidad del Congreso y 38 Gobernaturas estatales). Como dijo su vicepresidenta Kamala Harris, cerrando la campaña del candidato demócrata de Virginia: «Lo que pase en Virginia va a ser determinante para lo que pasará en el 2022». Dios la oiga.

Lo interesante de esta elección, desde una perspectiva más ibérica, es la demostración que es posible competir contra y ganar a la izquierda radical en el campo de las ideas apelando al sentido común y a la sanidad de una mayoría silenciosa en la sociedad que está ya harta de que le digan lo que es aceptable decir, pensar o hacer.