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Victoria Reggie Kennedytwitter.com/martinoweiss

Análisis

Los Kennedy siempre vuelven

Biden nombró a Victoria Reggie, viuda de Ted Kennedy, embajadora de Estados Unidos en Austria, quien cumplirá con la tradición diplomática del clan

El Senado norteamericano ratificó hace unas semanas a la abogada Victoria Reggie Kennedy como nueva embajadora de Estados Unidos en Austria. Según contempla la Constitución de 1787, fue el presidente Joe Biden quien inicialmente promovió el nombramiento, que solo cobró validez una vez superado el trámite de la Cámara Alta. La nueva embajadora tomará posesión de su cargo en las próximas semanas.

Reggie Kennedy, de 67 años de edad, es licenciada en Lengua inglesa y doctora en Derecho, habiendo obtenido ambos títulos en la Universidad de Tulane, en Luisiana, Estado en el que nació en el seno de una importante familia católica de ascendencia maronita libanesa, de larga trayectoria en el Partido Demócrata

En 1956, su padre, un juez convertido en banquero, ayudó a John Fitzgerald Kennedy en su fallido intento por ser designado candidato a la vicepresidencia, Veinticuatro años más tarde, en 1980, la madre de la nueva embajadora aportó a Ted Kennedy (1932-2009) el único voto de Luisiana en su también fallido intento de arrebatar la candidatura demócrata al presidente saliente Jimmy Carter.

La duradera lealtad de los Reggie hacia los Kennedy fue correspondida por estos últimos con una sólida amistad, aunque no fue hasta junio de 1991 cuando -lo recuerda el fallecido senador en su libro de memorias- empezó a salir con Victoria tras aceptar la invitación de sus padres para asistir a la cena que ofrecían en Washington con motivo de sus cuarenta años de matrimonio.

En aquel momento tanto Victoria como Ted estaban divorciados. El heredero político del clan, atravesaba una fase difícil en el plano emocional a raíz de la ruptura con su primera esposa Virginia Joan Bennett, madre de sus tres hijos. De hecho, dos meses antes de conocer a la mujer con quien acabaría casándose en segundas nupcias, protagonizó, junto a su sobrino William, un sórdido asunto de faldas en Palm Beach.

Y como reconoció públicamente, fue Victoria, quien aportó estabilidad a su ajetreada existencia. Desde que enviudó, la brillante abogada -por méritos propios-, además de preservar la memoria del senador, se ha comprometido en múltiples causas, siendo una de ellas la limitación a la posesión de armas.

Un perfil lo suficientemente sólido como para que Biden se fijase en ella para puestos de alta responsabilidad. No cabe duda de que el actual inquilino de la Casa Blanca también ha querido seguir con la tradición de los presidentes demócratas -salvo Harry Truman y Carter- de encomendar embajadas a los miembros del clan Kennedy.

La tradición inició con Franklin Delano Roosevelt al decantarse por el patriarca del clan, Joseph P. Kennedy, para asumir la máxima representación de Estados Unidos en Gran Bretaña a principios de 1938. Fue el primer católico en desempeñar el cargo.

La llegada de Kennedy, su esposa Rose y sus nueve hijos a Londres inyectó una importante dosis de glamour a la vida social londinense. Sin embargo, en el plano político la gestión de Kennedy fue desastrosa: su germanofilia -y antisemitismo- mientras se acercaba la Segunda Guerra Mundial entorpecieron notablemente los intentos de Londres para asegurarse el apoyo de Washington en momentos críticos.

La gota que colmó el vaso fue la insistencia de Kennedy a favor de una paz negociada de Gran Bretaña con Alemania mientras las bombas de la Luftwaffe se abatían sobre la capital británica. En octubre de 1940, Winston Churchill pidió a Roosevelt el relevo del embajador y finalmente lo obtuvo.

Hubo que esperar a 1968 para que otro miembro, aunque postizo del clan Kennedy volviera a ser nombrado embajador de Estados Unidos. El honor correspondió a Sargent Shriver, marido de Eunice Kennedy, a quien Lyndon Johnson nombró embajador en París. El encargo era delicado: mejorar las relaciones con Francia, muy deterioradas desde que el presidente Charles De Gaulle decidiera retirar a su país de la estructura militar de la OTAN.

Tan acertada fue la diligencia de Shriver que el republicano Richard Nixon, le mantuvo durante un año más, en abierta contradicción con la costumbre norteamericana de proceder a un amplio movimiento de embajadores cada vez que llega un nuevo presidente.

Algo más polémico fue el lustro (1993-1998) que pasó en Dublín como embajadora Jean Kennedy, hija menor de Joseph. Bill Clinton, consciente de la evolución de posiciones en el conflicto irlandés, pensó que la mística del apellido con orígenes en la isla podría contribuir al proceso de paz. No se equivocó: su embajadora impulsó un sinfín de gestiones discretas que ayudaron a enderezar el proceso cada vez que se ralentizaba o, incluso, encallaba. Las completaba con gestos espectaculares, como su asistencia a una misa anglicana en la que no tuvo reparos en comulgar.

Un método que aplicó su sobrina Caroline, hija del fallecido presidente, al ser elegida por Barack Obama para encabezar la embajada en Tokio desde finales de 2013 hasta principios de 2017. Su presentación de cartas credenciales al Emperador japonés fue retransmitida en directo por la televisión pública. A lo largo de su estancia en Japón, se esforzó en cerrar viejas heridas acudiendo en más de una ocasión a Hiroshima y Nagasaki para reunirse con las víctimas de los bombardeos atómicos. Logró su objetivo en parte.