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Corrupción «New York-Style»

Para que en España un político acabe con el culete en la trina tienen que pillarle con la foto metiendo la mano en la caja de las galletas

Siempre me ha fascinado la propensión que tenemos los españoles de creernos que lo nuestro es peor que lo ajeno. Tendemos a enaltecer todo lo de fuera, obviamente en detrimento de lo patrio. Desde las luces de navidad de Zúrich, las tiendas de Nueva York o de Londres, la elegancia de los ingleses, la intelectualidad de los franceses, la lista es interminable, y sea la que sea la faceta de conducta humana de la que hablamos, siempre yuxtaponemos la excelencia de algún territorio o sociedad extranjera con «lo que tenemos aquí».

El ejemplo más radical es la corrupción. En eso sí que nos creemos campeones del mundo mundial y parte del extranjero. Los nuestros son chorizos, malvados, cleptómanos y además malas personas… ¡No como los de fuera! Sin embargo, la realidad es otra. Aquí va un pequeño botón (bueno, dos) como muestra.

En el estado de Illinois, antaño conocido centro de corrupción política americana, liderada por la «máquina demócrata» bajo el yugo del gobernador Daley, cuatro de los últimos once gobernadores han acabado en prisión por corrupción. Tres demócratas y uno republicano, por aquello de la representación paritaria. A eso hay que añadirle doce ministros del Estado, siete miembros de la cámara estatal de representantes, todos con el mismo destino.

Para no quedarse atrás, por aquello de la competencia regional, los gobernadores del glorioso estado de Nueva York le han hecho seria competencia a sus vecinos del midwest. Así, este era el obituario de Twitter tras la renuncia del gobernador de Nueva York, Mario Cuomo: «Despedida al gobernador que fue sucedido como fiscal general por un tipo que tuvo que renunciar en desgracia, y que fue precedido por otro que tuvo que retirar su candidatura por otro escándalo, el cual al tiempo había sucedido a otro tipo obligado a dimitir en medio de un escándalo y que tuvo a cuatro vicegobernadores que acabaron imputados». En realidad, desde 2006, de los 18 puestos electos más importantes del estado, once de ellos han tenido que renunciar por escándalos de corrupción o de abusos sexuales.

La lista no es muy diferente a nivel federal. En la administración Obama, diez miembros del Congreso dieron con sus huesos en Camp Fed. Cuatro jueces federales acabaron probando su propia medicina y doce miembros del ejecutivo, incluyendo un ministro, acabaron en prisión. Los números fueron similares con Trump, Bush o Clinton. El único estamento constitucional que parece inmune a la corrupción es el Senado; desde 1904 ningún senador ha sido declarado culpable. Once fueron acusados, pero todos ellos resultaron inocentes. Será casualidad que, para proceder contra un político, se requiere el voto favorable de dos tercios del Senado?

Todo ello me hace pensar: ¿cuál es la diferencia entre estas dos fotos (Spain vs. USA)? Parece que, para que en España un político acabe con el culete en la trina tienen que pillarle con la foto metiendo la mano en la caja de las galletas y, aún así, es altamente probable que el susodicho perezca antes de que se sepa esa ridícula «verdad judicial». De nuevo esto plantea la duda sobre por qué ese resultado tan dispar. Sugiero una explicación y no tiene nada que ver con propensiones culturales o deficiencias morales de los servidores públicos estadounidenses: bajo la constitución americana, la independencia judicial está garantizada.

Los jueces federales son propuestos por el presidente y ratificados por el senado. Una vez jurado su cargo, solo se les puede echar del cargo a través de un proceso de impeachment, con voto favorable de dos tercios del Senado. Eso, combinado con el hecho de que los jueces federales tienen su independencia económica asegurada (un juez gederal gana 218.000 dólares al año y un miembro de la Corte Suprema, 268.000) genera una sensación de independencia del poder político que brilla por su ausencia en tierras patrias. Podría ser que esto de la independencia judicial no tiene tanto que ver con modelos de sociedad o con supuestos rechazos a endogamias oligárquicas en la judicatura, sino que la independencia judicial no le mola a nuestros políticos porque, si la hubiere y esta fuera real, muchos de ellos acabarían en el trullo con frecuencia mucho mayor que la actual.