Italia asume el «gatopardismo» como modelo de Estado
Sergio Mattarella jura este jueves como presidente de la República italiana tras resultar reelegido
Desconcierto y cierto alivio. La repetición de Sergio Mattarella como presidente de la República de Italia por un segundo mandato, al menos durante los próximos dos años, ha alejado los fantasmas de un adelanto electoral que podría poner fin a la buena gestión de Mario Draghi al frente del Consejo de ministros y sumir al país en un incierto futuro.
Mattarella resultó elegido en la octava votación, el pasado domingo 30 de enero, con el respaldo de 759 grandes electores, y jurará su cargo este jueves 3 de febrero para, a continuación, volver a instalarse en el Palazzo del Quirinale, sede de la presidencia de la República.
«Todo debe cambiar para que todo siga igual», decía Tancredi Falconeri, el inmortal personaje de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El gatopardo, con no poca resignación ante los cambios que se estaban produciendo en la Sicilia, y la Italia, de la segunda mitad del siglo XIX.
Tancredi trataba de convencer a su tío, el príncipe don Fabrizio, máximo exponente de la aristocracia siciliana, para que se sumara a la causa saboyana y de la unificación de Italia.
La aristocracia siciliana asistía a la descomposición de su mundo, de su escala de valores, de sus principios conservadores y su sustitución por un moderno liberalismo que atentaba contra el antiguo régimen y su cabeza más visible en Italia: la casa real de Nápoles.
La llegada de las tropas de Garibaldi a Sicilia puso de relieve lo que parecía inevitable: la incorporación del Reino de las Dos Sicilias al nuevo Reino de Italia unificado y la sustitución de la casa real de los Borbones por la casa real de los Saboya.
El cambio político se mostraba imparable, por lo que ya solo quedaba salvar lo salvable del antiguo sistema que permitiera a la aristocracia siciliana seguir funcionando como hasta entonces: «Que todo cambie para que todo siga igual».
Mattarella sustituye a Mattarella
En un arrebato gatopardesco, los grandes electores italianos (1.009 grandes electores entre diputados, senadores y representantes regionales) han roto la baraja política en Italia con toda clase de aspirantes para sustituir a Mattarella y terminaron reeligiendo a Mattarella.
El presidente de 80 años había declarado en varias ocasiones que no quería seguir los pasos de su predecesor, Giorgio Napolitano, forzado a repetir como presidente ante la incapacidad de los grandes electores de elegir a un sucesor.
Sin embargo, no ha habido alternativa y Mattarella se puso «al servicio de la República». Por el camino, han quedado muchos puentes rotos, tanto dentro del bloque de derecha como en el consenso parlamentario que sostiene al gobierno de Draghi. En Italia todo seguirá igual, pero ya nada será lo mismo.
El baile comenzó en el último trimestre de 2021 con la candidatura espontánea de Silvio Berlusconi, luego confirmada por los tres principales partidos de derecha, Forza Italia, la Lega y Fratelli d’Italia.
Los partidos de izquierda respondieron con la propuesta de presentar a Mario Draghi. El presidente del consejo de ministros, centrado en la gestión de la ola de ómicron y en los planes de recuperación, no salía de su asombro. «No voy a responder a las preguntas sobre el Quirinale», espetó durante una rueda de prensa a los periodistas a los que ya veía sus intenciones.
Tras la renuncia de Berlusconi a mantener su candidatura, todo se precipitó. Los nombres de candidatos con posibilidades empezaron a multiplicarse: Andrea Riccardi, fundador de la organización católica humanitaria Comunità di Sant’Egidio, fue el nombre más potente presentado por la izquierda como alternativa a Draghi.
En el caso de la derecha, la apuesta del líder de la Lega, Matteo Salvini, por Elisabetta Alberti Casellati, la presidenta del Senado, después del fracaso de su apuesta personal por Berlusconi, provocó la implosión del en apariencia sólido bloque de derecha.
Casellati obtuvo en la votación únicamente 382 votos, lo que significa que un número de electores de los partidos de derecha no dieron su apoyo a la candidata. No en vano, la otra apuesta de parte del bloque de derecha era Pier Ferdinando Casini, veterano diputado democristiano, pero que no contaba con el plácet de Salvini.
Otro nombre por la derecha, el juez Carlo Nordio, otro fracaso. Solo 90 votos. El bloque de derecha había quedado dividido y enfrentado. ¿La única solución? Que Mattarella siga en el Quirinale y esperar a que unas futuras elecciones den mayor peso parlamentario a los partidos de derecha y centroderecha.
Federación de derechas
Hasta entonces, toca reconstruir lo destruido. Matteo Salvini publicó el lunes una larga carta en el periódico italiano Il Giornale en la que puso de relieve «los límites» de la coalición de derecha. «No entiendo la decisión de atacar a los aliados», lamentó ante el enfrentamiento entre los partidos de derecha durante la elección presidencial.
«Es necesario crear desde el principio condiciones para nuestra coexistencia», añadió. En ese sentido, propuso un nuevo ente político que reúna a todos los partidos de derecha italianos. Una federación que siga «el modelo del Partido Republicano estadounidense: la federación de las fuerzas de centroderecha que apoyan al gobierno Draghi», argumentó Salvini.
Salvini tiene hasta 2.023 para concretar su plan y presentar un bloque de derecha unido a las elecciones legislativas. Por el momento, Italia respira. El primero, Mario Draghi, que se apresuró a felicitar al reelegido presidente Sergio Mattarella: «Una espléndida noticia para los italianos», afirmó el presidente del Consejo de ministros.
En resumen, todo ha tenido que cambiar en el panorama político italiano para que todo siga igual: con Mario Draghi como presidente del Consejo de ministros y Sergio Matterella como presidente de la República.