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Putin y Biden

Putin y BidenKindelán

Ucrania

Bienvenidos a la Segunda Guerra Fría

Los estados de Novorusia (Donestk y Lugansk) han sido reconocidos como Estados soberanos por parte de Rusia tras más de un mes de escalada retórica entre Occidente, capitaneados por Estados Unidos, la OTAN y la UE frente a Rusia. Tras la acumulación de tropas cerca de la frontera de Ucrania para las maniobras en Bielorrusia la administración Biden, con oscuros intereses en Kiev a través de los negocios de su hijo Hunter Biden, decidió acelerar la degradación de la situación en el este de Ucrania.

La situación era insostenible desde hace varios años a pesar del parón en la conflictividad internacional tras la pandemia del COVID. Putin, que dejó claro que el derecho a la secesión fue la gran razón de la caída dela URSS y el embrión de la conflictividad en el espacio postsoviético, salpicado de guerras civiles, estados no reconocidos e inestables estados artificiales ha ido configurando una «doctrina Putin».

La doctrina Putin es muy sencilla, no es la doctrina Breznev ni Sinatra, sino una menos elaborada pero efectiva: identificar organizaciones internacionales y estados enemistados (que no enemigos) con Moscú que ponen en peligro el país (caso de Georgia o Ucrania) por sus movimientos geopolíticos hostiles y actuar de la manera más efectiva para neutralizar esa hostilidad. ¿El objetivo?, la defensa de Rusia teniendo en cuenta la creciente militarización del espacio europeo al este del río Elba.

Rusia, en definitiva, actúa en espejo; no es la amenaza de Europa sino que la han convertido en amenaza. Esta doctrina arriba aludida es la que hizo que tras el intento de Georgia de atacar Osetia del Sur, que quiso unirse a Osetia del Norte en los noventa y, por ende, a Rusia, Moscú decidiera defender este territorio aliado donde tenía tropas de paz desplegadas por el acuerdo de Dagomis, tropas que fueron atacadas por Georgia. ¿Resultado tras la guerra?: Rusia reconoció Osetia del Sur y Abjasia, privando a Georgia de todo posible control sobre el territorio en el futuro y estableciendo pactos y alianzas. La paciencia de Rusia tiene un límite: tardaron casi veinte años en reconocer estos dos estados de reconocimiento limitado.

En Transnistria, por ejemplo, Rusia ha abogado por la resolución pacífica y pactada del conflicto interno entre Moldavia y Transnistria (otro estado de reconocimiento limitado) que también solicitó formar parte de Rusia incluso invocando el precedente de Crimea y Sebastopol. Rusia aboga por negociar: abrió un consulado en Tiraspol y trata de crear un sistema de autonomía asimétrica donde la primacía recaiga sobre Moldavia, copiando el modelo de Gagauzia, pero donde Transnistria tenga derecho de veto sobre cuestiones constitucionales.

Guerra retórica

Sobre Novorusia. Moscú no hubiera intervenido de esta forma ni reconocido a estas repúblicas sin la guerra retórica que se lleva sufriendo desde hace semanas y la escalada de actividades militares entre el ejército y milicias ucranianas contra las milicias y fuerzas militares de Donbás que, sumado a la cobertura mediática, la oleada de refugiados, el duro ataque de Kiev y el supuesto uso de saboteadores así como la presunta penetración el día 21 de febrero en territorio ruso de soldados ucranianos (con resultado de varias muertes entre el ejército de Kiev) aceleró la dura decisión de reconocer Donbás, lo cual trae varias implicaciones para Rusia.

En primer lugar implica reconocer que la influencia sobre Kiev se ha perdido y es casi irrecuperable, el reconocimiento de un estado no se puede revocar y más en estos términos de amistad y cooperación, firma de tratados de mutua asistencia y es reconocer el fracaso de los ocho años de negociaciones de paz, los protocolos de Minsk y pone en jaque los tratados Rusia OTAN de 1997, la declaración de Estambul de 1999, la de Budapest de 1994, la declaración de Astaná de 2010 y los citados acuerdos de Minsk.

Tratados que son papel mojado

Rusia es consciente de que en la actual situación esos tratados son papel mojado. Ucrania, al estar bajo la influencia determinante de Occidente ha tensado la situación y lo que se ha producido no es un mero reconocimiento de dos estados federados sino, literalmente, la partición del país.

El problema ahora, mientras las tropas rusas toman posiciones en Donbás aplicando el decreto presidencial emitido el día 21 de febrero y el tratado de amistad que se entregó a Volodin y a la Duma Estatal, es analizar cómo se va a enfrentar Zelensky a esta crisis, la más grave tras la caída de la URSS en Kiev y peor que el Euromaidán. ¿Podrá el actual gobierno ucraniano hacer frente a esta situación?, ¿qué papel jugarán los grupos radicales y ultranacionalistas ucranianos a partir de ahora?, ¿aumentarán las protestas antigubernamentales?, ¿el futuro de Kiev es un gobierno ultranacionalista y más beligerante aún? Y, sobre todo ¿qué pasará con los rusos y ucranianos ruso parlantes en el país?, ¿están en peligro?.

Sobre este último punto: tras las celebraciones en Donbás y la aparición de los militares rusos en las fronteras de facto con Ucrania ¿qué papel jugarán los núcleos de cosacos y rusos al este del Dniéper como Járkov, Zaporozhia, Mariupol u Odessa?, ¿es posible que se den revueltas prorusas y se encienda el fuego entre separatistas rusos y ultranacionalistas ucranianos extendiendo la guerra civil por todo el país?.

No se sabe aún, lo que sí se sabe es que Rusia, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, ha tomado esta decisión a la vista de la imposibilidad de mantener un estatus quo ante bellum en Kiev o de mantener unas relaciones estables con Kiev equidistantes a las de Kiev con Washington o Bruselas. Las amenazas de medidas restrictivas en la forma de sanciones económicas comandadas por Estados Unidos sólo echaron gasolina al fuego.

Este reconocimiento responde a la percepción en Moscú de que todo estaba perdido: negociaciones con Ucrania, USA y Occidente, las sanciones eran inevitables y se iba a acabar interviniendo directamente en la guerra.

Bienvenidos a la Segunda Guerra Fría

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