Análisis
La amenaza bielorrusa: la estrella de la muerte de Vladimir Putin en su ocupación de Ucrania
Lukashenko ha conseguido neutralizar durante años cualquier movimiento opositor de democratización en Bielorrusia, gracia al apoyo de Moscú
La realidad está para pocas ficciones (aunque un incidente en la agencia estatal de noticias rusa Ria ha publicado por error un comentario preparado en el que el autor celebraba ya la victoria de Rusia sobre Ucrania).
El comentarista ha pronunciado cosas como estas: «Rusia está restaurando su unidad», refiriéndose a la Unión Soviética, cuyas fronteras Putin ha descrito repetidamente como «la Rusia histórica». Añade que «la tragedia de 1991», es decir: el colapso de la Unión Soviética, «ha sido superada».
«Pero Ucrania como país anti-ruso ya no existirá», dice el comentarista usando una cita de Putin que se usa a menudo entre la élite de Moscú. «Rusia recupera su plenitud histórica, reúne al mundo ruso, al pueblo ruso, en su totalidad a los grandes rusos, bielorrusos y pequeños rusos»; el último significa los ucranianos. Si Rusia no lo hubiera hecho, sino que hubiera permitido que «la división temporal se solidificara en siglos, no solo habríamos traicionado la memoria de nuestros antepasados, sino que nuestros descendientes nos habrían maldecido por permitir que la tierra rusa (sic) se desmoronara».
Putin –continúa diciendo la publicación– ha aceptado la «responsabilidad histórica» al decidir «no dejar la solución de la cuestión ucraniana a las generaciones futuras». Esto era necesario para que Ucrania no se convirtiera en «anti-Rusia y en un puesto de avanzada de Occidente para presionarnos».
Esta ficción nos acerca mucho a lo que quiere Putin, pero sumergiéndonos aún más en las ficciones y dedicado a aquellos amantes de La Guerra de las Galaxias (yo me incluyo) estamos ante algo parecido a la primera y más antigua película de la saga: Una nueva esperanza cuando Grand Moff Tarkin, el siniestro gobernador imperial del satélite artificial la Estrella de la Muerte está deseoso de mostrar la potencia destructiva de su estación de combate.
Alexander Lukashenko se asemeja a este oscuro gobernador, aunque en su fisonomía (más que a Peter Cushing) parece el Christofer Lee del Conde Dooku y más aun a la caracterización que Gregory Peck hizo Dr. Josef Mengele en Los niños del Brasil.
Luxashenko es el Tarkin, en esta tremenda historia, deseoso de activar el poder destructor de Bielorrusia. Dahrt Vader es Vladimir Putin. Y, quién sabe, más allá, si el emperador en la sombra, el Palpatine, es el mismo Xi Jinping que aun no se ha manifestado.
Lukashenko ha conseguido neutralizar durante años cualquier movimiento opositor de democratización en Bielorrusia, gracia al apoyo de Moscú que le ha facilitado medidas y técnicas de represión inteligente a través de sofisticadas tecnologías que han aniquilado las corrientes occidentalizantes iniciadas en 2020.
En el momento presente y a la sombra del conflicto de Ucrania, Lukashenko ha realizado un referéndum con el que aprobar cambios constitucionales y perpetuarse en el poder: le gustaría según su proyecto seguir de presidente hasta 2035 (ahora tiene 67 años y si vive en esa fecha tendrá 81 años). Vladimir Putin, a sus 69 años, también espera seguir siendo presidente hasta 2036, es decir, hasta que cumpla los 84 años.
Lukashenko ya ajustó la Constitución bielorrusa a sus intereses en 2004 y levantó el límite de mandato para ocupar un tercer mandato y ahí le tenemos. Tiene previsto que se otorguen amplios poderes a la Asamblea del Pueblo de Bielorrusia que no será elegida directamente porque la componen el presidente y expresidentes.
En esta asamblea Lukashenko podrá ser puesto al frente del cuerpo «por votación secreta». En este país hay al menos 1.078 presos políticos. Además, la Constitución bielorrusa preveía que el país fuese una zona libre de armas nucleares, pero este artículo ha sido modificado en la nueva versión propuesta por Lukashenko.
Como fiel gobernador imperial se ha mostrado entusiasta de desplegar armamento nuclear en su territorio, aprovechando la coyuntura: «Si nuestros rivales toman medidas tan absurdas, no solo se desplegarán armas nucleares en Bielorrusia, sino incluso súper nucleares y más avanzadas para defender nuestro territorio», ha manifestado el pasado 17 de febrero.
Putin, nuestro Dahrt Vader, ha puesto en alerta a los expertos en estrategia nuclear de Rusia y sus declaraciones fueron escuchadas y analizadas cuidadosamente en Occidente obligando a tomar ya medidas internas que aún no se han hecho públicas; incluso se podría considerar convocar una reunión del Grupo de Planificación Nuclear de la OTAN, lo que sería un paso políticamente muy significativo.
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En una situación así, la inteligencia y el análisis aliado compartiría una evaluación conjunta de la que resultarían una serie de medidas que manifestarían visiblemente la capacidad de disuasión de la OTAN, como un ejercicio demostrativo de aviones con capacidad nuclear.
«Si Putin considera la idea de atacar militarmente a la OTAN, la alianza tendría los medios para impedir su éxito e infligir un daño militar superior a la agresión prevista. Si planeara un ataque nuclear, correría el gran riesgo de un contraataque estadounidense contra la propia Rusia, que en el peor de los casos podría tener un efecto devastador.
Putin lo sabe y no puede querer eso (…) Sin embargo, si continúa amenazando así, correspondería al presidente estadounidense recordarle a Putin de manera adecuada los mecanismos de disuasión nuclear», ha declarado a la prensa alemana Heinrich Brauß, que fue secretario adjunto de Política de defensa y planificación de las Fuerzas de la OTAN, hasta 2018.
Confiemos, a pesar de la gravedad del momento, que todo no es más que una amenaza fantasma y que no pase de la ficción.