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Sin banderaCarmen de Carlos

La guerra y la paz de Putin

Difícil será que el terror de Asia y Europa encuentre una oportunidad mejor que esta para, pese a todo, salirse en parte con la suya

Actualizada 09:08

El teatro de operaciones de la guerra parece bajar de intensidad. Rusos y ucranianos reconocen en público que algo está cambiando, aunque ninguno lanza las campanas de la paz al vuelo. Las conversaciones de Turquía y el paso inmediato a una entrevista entre Sergei Lavrov y Dmytro Kuleba, ministros de Asuntos Exteriores de ambos países, se anunció en un tono cercano al triunfalismo. Subir el nivel de interlocutores es avanzar en la negociación, pero no significa tener un acuerdo.

Moscú proclamó que dejaría de atacar Kiev y Chernígov, pero evita renunciar a seguir con los bombardeos y a la lucha en el Donbás, el feudo que siente como suyo. En Estambul volvió a poner sobre la mesa la posición obligada de neutralidad y ausencia de bases militares en Ucrania. El tema, en esta guerra de un mes largo sin cuartel, es viejo y asumido por Kiev que exige garantías como las que olvidó pedir cuando suscribió el pacto de Budapest que la dejó desnuda de recursos nucleares. Los hombres de Zelenski pidieron un alto el fuego y los que están a las órdenes de Putin ni se lo dieron ni se lo van a dar en todo el país.

La duda se instala pese a los indicios de aparente buena voluntad de Rusia que hasta llega a dejar entre ver que existe la posibilidad de un encuentro entre los presidentes de las potencias que se están matando. Las expectativas fueron rápidamente reducidas, pero ahí quedó dicho.

Pensar que todo esto, las rondas de negociaciones, son un teatro para rearmarse y terminar de dar la puntilla a Ucrania quizá sea disparatado, pero la actitud del Kremlin invita a la desconfianza de forma permanente. Moscú, en ocasiones, aborda una carnicería humana, como la que padecen ucranianos y rusos, como si fuera el falso juego de vida del calamar. Joe Biden, una vez perdido el filtro de la diplomacia, hizo bien en no rectificar. Eso, también es un aviso como el descomunal rearme de Europa y su decisión de soltar lastre de la energía de la Federación Rusa.

A veces parece que cambia o todo puede cambiar, pero se intuye, por las contradicciones recientes, que Putin lo hace para que nada cambie. Dicho de otro modo, para que, de un modo u otro, el Kremlin mantenga el control de lo que no es suyo: al menos el Donbás y el reconocimiento de Crimea. Zelenski ofrece una solución digna, pasar todo por las urnas de un referéndum.

Los cambios de timón de Putin, conocido su perfil, si son sinceros no pueden responder a la lógica de la sensatez, sino al espanto de la derrota pese al probable triunfo militar. El ex agente del KGB no es infalible y esta estrategia, lo niegue Dmitri Peskov, su portavoz, las veces que haga falta, le está saliendo muy cara. El precio ya es demasiado alto para él, para los suyos y para Rusia. Lo es en todos los ámbitos, incluido el plano financiero, comercial, económico, político y social.

La hoz y el martillo con la que castiga el aspirante a zar a una población de más de 145 millones, parecería que se le ha ido de las manos y se ha cortado, él solo, más de una vena. Su círculo áulico le rodea más por miedo que por lealtad, pero en esta ocasión, quizás, aprecie que la derrota de Putin es la suya propia y haya logrado, por la razón que no la fuerza, que entre en razón. A fin de cuentas, difícil será que el terror de Asia y Europa encuentre una oportunidad mejor que esta para, pese a todo, salirse en parte con la suya.

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