70 días de guerra en Ucrania
Putin en la encrucijada
Bajo los variados pretextos que el presidente ruso ha empleado para tratar de justificar su sangrienta guerra de conquista está el ansia de gloria de un dictador clásico, que vive por y para el poder
Las guerras son casi siempre asuntos complejos, de múltiples causas que se sobreponen unas a otras, como las capas de una cebolla. Pero los historiadores pacientes saben que, debajo de la última capa, siempre termina revelándose un último propósito, nunca confesado: la ambición de poder.
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Desde que los seres humanos empezaron a formar tribus, los líderes agresivos saben que un enemigo exterior les va a ayudar a reforzar su control sobre su propio pueblo, y saben también que la victoria les dará gloria y autoridad.
Ucrania no es una excepción. Bajo los variados pretextos que Putin ha empleado para tratar de justificar su sangrienta guerra de conquista está el ansia de gloria de un dictador clásico, que vive por y para el poder.
La campaña militar en Ucrania no ha salido tan bien como Putin había esperado ni como muchos analistas occidentales habían temido. Pero este hecho no ha traído tranquilidad a los ciudadanos europeos.
Al mito de la invencibilidad del ejército ruso –que iba a arrasar Ucrania y, después, atacar Polonia o Moldavia– sucede en muchas crónicas, casi sin solución de continuidad, el de la bestia herida.
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Una bestia si cabe más peligrosa en su agonía que, después de fracasar en Ucrania, también –la coincidencia no deja de ser extraña– va a atacar Polonia o Moldavia. O, como el mismo Putin se encarga de recordarnos de vez en cuando, quizá algo aún peor.
Se dice que cuando el demonio no tiene que hacer mata moscas con el rabo. Quizá eso explique que a medida que los combates se concentran en el este de Ucrania, que se ralentiza el ritmo de los movimientos en el campo de batalla y que las grandes ciudades ucranianas ven como los impactos de misiles sobre sus calles –siempre criminales– se hacen más esporádicos, crezcan las especulaciones sobre lo que el líder ruso puede hacer para tratar de alcanzar sus ambiciosos objetivos iniciales.
¿Son creíbles las amenazas de guerra nuclear global? Es probable que Hitler, de haber tenido ese botón rojo virtual de que a menudo alardea Putin, lo hubiera apretado en lugar de suicidarse con la única compañía de Eva Braun. Creo al líder nazi perfectamente capaz de haber aplicado la lógica del amante posesivo y frustrado: «Si Alemania no es mía, no será de nadie».
En parecidas circunstancias, seguramente se atrevería a hacer lo mismo su colega ruso. Pero no saquemos las cosas de quicio: ni Rusia ha perdido la guerra de Ucrania ni Putin ha perdido el amor de su pueblo. Al contrario: ha conquistado una porción significativa de tierra ucraniana y, como él esperaba, su popularidad ha crecido enormemente a causa de la guerra.
En estas condiciones, la desaparición de la amada Rusia es, para Putin y sus colaboradores más cercanos, un precio demasiado alto para poder decir «os lo advertí». Aunque la mera posibilidad sea suficiente para que los seres humanos empecemos a plantearnos en serio si es legítimo que alguien tenga el poder de destruir el mundo, no será esta guerra la que lo provoque.
¿Armas nucleares tácticas? Puede pero, ¿dónde? La resistencia ucraniana se concentra en las ciudades del Donbás. ¿Querrá Putin «liberarlas» destruyéndolas? ¿Aceptará un líder megalómano como él que sea ese su legado? Más lejos del frente, ¿se atreverá a aniquilar Kiev, Odessa o Leópolis?
Lleva desde que comenzó la guerra insistiendo en que él no dispara a civiles y echando la culpa a los ucranianos de fingir las muertes de sus conciudadanos o, incluso, de disparar sobre sus propias ciudades para hacer responsable a Rusia.
Pero Zelenski no tiene armas atómicas, ¿cómo culparle de algo así? La inmolación de una ciudad ucraniana, tan ajena al precedente de Kosovo en el que Putin dice una y otra vez estar inspirado para «liberar» el Donbás, no solo le convertiría para siempre en criminal de guerra a los ojos del mundo –probablemente también a los ojos de China, su mejor socio– sino en el malo de la película para muchos de los rusos que hoy creen en él.
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¿Declaración de guerra? Los analistas han estudiado poco esta posibilidad que, sin embargo, existe. La declaración de guerra, que Putin podría atreverse a presentar como «legítima defensa» por los ataques de Ucrania a los territorios que Rusia decida anexionarse, permitiría al líder ruso movilizar a su población y revitalizar su esfuerzo bélico sobre Ucrania, hoy casi exhausto.
Sin embargo, declarar la guerra a Ucrania y llevar al frente decenas de miles de inexpertos reclutas no garantizaría el éxito de la campaña y obligaría a Putin a hacer algo de lo que le creo patológicamente incapaz: reconocer que la «operación especial» ha fracasado; que, en contra de lo que lleva diciendo desde el primer día de la invasión, las cosas no están saliendo como había planeado.
Renunciaría así a la imagen de líder omnisciente que quiere dar de sí mismo y, con ello, a alcanzar el más valioso objetivo de «su» guerra: reforzar su poder.
Descartado todo lo anterior, solo parece haber un camino posible para que Putin pueda salirse con la suya: bajar el listón de sus ambiciones. La lógica es simple, ¿no voy a conseguir mis objetivos? ¡Pues los cambio! Hay precedentes: ya lo hizo en Kiev, apoyado en su férreo control sobre la prensa rusa. Allí disfrazó su fracaso de concesión en favor de la paz, y nada impide que vuelva a hacerlo en el futuro.
¿Qué pasará entonces? Todo indica que Rusia seguirá combatiendo en el Donbás para tratar de hacerse con el control del territorio de las dos repúblicas secesionistas y, mientras dure la guerra, tratará de ajustar también los límites de los territorios conquistados en el sur de Ucrania para convertirlos en las nuevas fronteras después del alto el fuego.
Y así lo hará en tanto crea que su ejército está en condiciones de ganar terreno, por poco que este sea y por alto que sea el precio en sangre de sus soldados.
Cuando Putin entienda que sus fuerzas en Ucrania han consumido su capacidad ofensiva y no pueden llegar más lejos, entenderá llegado el momento de finalizar la «operación especial» y, de nuevo, justificará los objetivos no alcanzados –si se viera obligado a admitir que existe alguno– por el sincero amor a la paz que el conquistador ruso asegura profesar.