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Alberto Fernández y Pedro Sánchez, tan lejos y tan cerca

La Cámpora y el kirchnerismo son a Alberto Fernández lo que los socios nacionalistas de Esquerra, Bildu y PNV a Pedro Sánchez

Entre Alberto Fernández y Pedro Sánchez suele haber una distancia de más de diez mil kilómetros. Tierra y mar de por medio, la lejanía física es enorme. La otra, para su infortunio, no tanto.

El primero tiene a Cristina Fernández, al kirchnerismo puro, y a La Cámpora (la versión más moderna de la pandilla K) con la lupa en un ojo y el cuchillo con su nombre entre los dientes.

El peor enemigo de «Alberto», –en Argentina hay tendencia a llamar a los presidentes por su nombre o por su apodo (Méndez, De la Duda, etc., por citar los benévolos)–, es su compañera de «fórmula» y vicepresidenta: Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner.

Desde que ella le nombrase, a dedo, candidato, hasta el día de hoy, han transcurrido más de dos años. Quizás el único respiro que ha tenido el presidente en este tiempo ha sido cuando se iba de viaje.

La excepción fue el año pasado, cuando el hombre la lío con aquellas declaraciones sobre los orígenes en los barcos de los argentinos frente al resto de habitantes del continente que, daba a entender, salieron de la selva. O sea, unos salvajes.

El destino favorito del primer Fernández es Europa, y del viejo continente, Madrid. Italia podría disputarle el puesto, pero ahora parece que las puertas de Vaticano están cerradas para él. También, salvo sorpresa, para el bautizo de su retoño al que, con calculada intención política, bautizó Francisco.

El viaje de Alberto se parece a otros anteriores porque se organiza de manera precipitada, la agenda nunca es lo que parece y lo que parece, de repente, es otra cosa. Le pasó en julio y le pasa ahora. Nada se confirma con la antelación que se presume al traslado de un jefe de Estado.

La última novedad fue la incorporación de la escala en París, cuando su próximo y único destino era Berlín para entrevistarse con Olaf Scholz.

Desde hace unas horas puede presumir de que tendrá un encuentro con Emmanuel Macron, más volcado en preparar la campaña de las elecciones legislativas que en el presidente de un país del que los inversores y sus ciudadanos, huyen.

Pero Alberto Fernández, con poco o nada que ofrecer en ocasiones anteriores, hoy puede resultar un invitado conveniente para los países que sienten la escasez del grano de Ucrania, y la culpa (Alemania en especial), por ser rehenes del gas de Vladimir Putin.

Argentina tiene de sobra las dos materias primas, pero abusa del campo con impuestos previos y necesita inversiones para aprovechar ese enorme yacimiento de crudo y gas que es Vaca Muerta y del que expulsó a Repsol al intervenir y luego expropiar su mayoría de acciones en YPF.

Conclusión, es difícil encontrar a alguien que tenga confianza o fe en este Gobierno donde, además, el poder en la sombra que es «Cristina» pesa más que el de un presidente que tiene que salir corriendo de su casa para poder hacer lo que allí le cuesta: respirar hondo.

A Pedro Sánchez, el poder no se lo discute nadie, la estabilidad sí. Su kircherismo o fuego amigo lo tiene, como Alberto, en los aliados del Gobierno y no en la coalición gobernante.

La Cámpora es a Fernández lo que sus socios nacionalistas a Sánchez. A falta de un Máximo Kirchner que dirija el cotarro, Pedro Sánchez se escurre entre Arnaldo Otegui (condenado por terrorismo), Gabriel Rufián (separatista y golpista de espíritu) y Aitor Esteban, el portavoz del Partido Nacionalista Vasco (PNV) con la mano siempre tendida para recibir propinas.

Alberto Fernández no se habla con su segunda desde hace dos meses. Y Pablo Iglesias (Unidas Podemos) se niega a confesar el tiempo de silencio trascurrido con el presidente desde que dejó la vicepresidencia.

En ambos casos, las palabras escasean y cuando se trata de ruedas de prensa conjuntas, desaparecen. Así fue en la visita del año pasado de Fernández y así será en ésta donde, para evitar patinazos, el presidente de Argentina ni siquiera dijo esta boca es mía o a esta tierra llegué en avión y no en barco, cuando estuvo en La Moncloa.