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El presidente chino, Xi Jinping, y el presidente de EE.UU, Joe BidenNicolas Asfouri, Nicholas Kamm / AFP

El desafío de Biden en el Sudeste Asiático y la apuesta de China

Estados Unidos toma posiciones en un espacio dominado por Xi Jinping en el marco del ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático)

Esta semana se celebrará en Washington una cumbre especial con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, cuyos países miembros son: Brunéi Darussalam, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam). Joe Biden busca posicionar mejor a su país en la región, en competencia geopolítica con China.

La importancia de esta cumbre ahora radica en el contexto bélico que vivimos en Europa y muestra que Estados Unidos no quiere desatender su influencia en el Indo-Pacífico.

Será la primera cumbre con estas naciones desde el año 2016. Ha habido ya preparativos: ya en julio de 2021 el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, visitó Singapur, Vietnam y Filipinas.

También la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, visitó Singapur y Vietnam en agosto de 2021; la secretaria de Comercio de Estados Unidos, Gina Raimondo, visitó Singapur y Malasia en noviembre, y el secretario de Estado, Antony Blinken, visitó Malasia e Indonesia en diciembre de 2021.

La Administración Biden se había centrado antes en reforzar la asociación de seguridad entre Australia, India, Japón y Estados Unidos, conocida como «la Cuadrilateral».

También, el pasado septiembre de 2021, estrechó lazos con Australia y Reino Unido en el pacto estratégico bautizado como AUKUS (acrónimo inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) con la mira puesta en «defender los intereses compartidos en el Indo Pacífico».

AUKUS establecía un reforzamiento de alianza militar para contrarrestar la presencia de Pekín en el Mar de China Meridional. Un pacto que China calificó de «extremadamente irresponsable».

El gobierno de Pekín reaccionó con gran enojo y aseguró que el nuevo pacto era una «amenaza que afecta gravemente a la paz regional e intensificaba la carrera armamentística».

Un pacto, decían los chinos, propio de «una mentalidad obsoleta de la Guerra Fría».

Tampoco este acuerdo militar cayó muy bien, durante el pasado verano, a la ilusa y pacifista Unión Europea, particularmente a Francia que lo criticó duramente.

Tal vez, cegados por el idealismo, los gobiernos europeos no sospechaban lo que les deparaba el porvenir al siguiente invierno.

El acuerdo AUKUS beneficia, principalmente, la seguridad de Australia a la que permite recibir alta tecnología de los otros dos países, para construir submarinos de propulsión nuclear por primera vez en su historia.

A China esto le sentó muy mal pues, ciertamente, se estaba expandiendo por el Pacífico Sur de un modo alarmante.

En esta esperada cumbre con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático se pueden resolver relevantes incertidumbres para estas naciones, pues Biden aún no ha nombrado un embajador para la ASEAN, un puesto que quedó vacante en 2017, tras el último representante designado por Barack Obama.

Todos estos países del Sudeste Asiático temían que Joe Biden, al igual que Obama, fuera reacio a usar su capacidad militar para contrarrestar el desafío de China.

Estos temores se han ido disipando conforme los buques de guerra estadounidenses han hecho valer el derecho a la libertad de navegación, frente a extravagantes reivindicaciones marítimas chinas e intentos de intimidación, en el estrecho de Taiwán y en el Mar de la China Meridional.

Todo apunta a que la Administración Biden no repetiría el error fundamental de Obama de creer que los discursos elocuentes podían sustituir el ejercicio de la fuerza militar.

Obama creía que las palabras conjuraban los males, pero, asimismo, agitando las primaveras árabes, propició numerosos conflictos.

La guerra de Ucrania también ha puesto de manifiesto la importancia de los equilibrios regionales y el papel vital que desempeña Estados Unidos en el mantenimiento de dichos equilibrios.

La importancia de ser China

Para Norteamérica hay mucho en juego. China es la potencia económica más influyente en el Sudeste Asiático, pero los gobiernos de la zona, y un alto porcentaje de población, están preocupados por su creciente influencia política y estratégica.

En una reciente encuesta del Instituto «Yusof Ishak de Estudios del Sudeste Asiático (ISEAS)», de este año 2022, al preguntar a los encuestado de la región que en caso de que la ASEAN se viera obligada a alinearse, «qué elegirían»: o China o Estados Unidos; el 57 por ciento de los encuestados elegía a Estados Unidos y el 43 por ciento a China.

Está claro que la Administración Biden tiene ahora una oportunidad de mejorar su posición en el Sudeste Asiático, pero no debería intentar meterles en un enfrentamiento mayor, con el dilema de «o democracia, o autocracia».

Como indicábamos recientemente, esa «religión imperial» de imposición demoliberal de la que Estados Unidos se ha servido, por tantas décadas, empieza hoy a «no funcionar» y «no es bien entendida en el Sudeste Asiático», donde «el gobierno centralizado es la norma y un Estado fuerte es la aspiración».

Una imposición doctrinal así corre el riesgo de no alienar a los socios del Sudeste Asiático y que miren más hacia China.

Estos países y sus gobiernos no encuentran atractivos todos los valores demoliberales estadounidenses, ni aborrecen todos los aspectos del sistema chino.

Un enfoque que invoque un enfrentamiento entre democracia y autocracia sólo correrá el riesgo alejar a estos gobiernos que no ven el mundo con categorías binarias y que no desean ser forzados a ello.