Shireen Abu Akleh: cuando la muerte de una periodista es útil para la política
Palestina utiliza el asesinato de la periodista a la que trata como una mártir de su causa
A su primer funeral en Ramala asistió la máxima autoridad palestina, Mahmud Abás, y el primer ministro Mohamed Shtayeh.
La ceremonia se retransmitió en directo y recibió honores de Estado. Shireen Abu Akleh, la periodista a la que una bala le atravesó la cabeza un día antes en Yenin (Palestina), se convirtió en noticia, en una trágica noticia que ninguno de sus compañeros hubiera querido tener que cubrir.
Nacida en Jerusalén en una familia de Belén y ciudadana estadounidense, Shireen, de 51 años, empezó a estudiar arquitectura, pero terminó graduada en Periodismo.
Trabajó en radio Montecarlo, la Voz de Palestina y otros medios hasta que Al Jazeera la contrató.
Su residencia habitual era Jerusalén y su misión, cubrir todos los acontecimientos vinculados con Palestina y, naturalmente, con Israel desde hace quince años.
Su rostro era muy popular en el mundo árabe donde la cadena de televisión, participada en un 10 % por el gobierno, tiene una audiencia extraordinaria.
El miércoles Shireen, greco-católica melquita (católica de rito oriental) se colocó el casco y el chaleco antibalas sobre el que están impresas las letras PRESS, término inconfundible para saber quién eres.
La noticia que tenía que cubrir era una redada de las fuerzas israelíes en el norte de Cisjordania. Allí se fue, como siempre, con su cámara y su micrófono.
En plena operación una bala con precisión milimétrica penetró entre el lóbulo de la oreja y el borde del casco. Cayó fulminada.
También se negó a entregar el proyectil a Israel, una prueba determinante para saber de qué lado salió la bala.
La muerte de Shireen, a la que Palestina trata como una combatiente o mártir propia, se utilizó políticamente y se presentó como la caída en combate de uno de los suyos.
Mahmud Abás colocó una corona de flores sobre el ataúd y calificó a la periodista de «heroína que sacrificó su vida en defensa de su causa y de su pueblo».
El cortejo fúnebre, con honores de Estado, que le habían brindado partió del Hospital Istihsari con destino al Palacio presidencial de la Muqata.
La guardia de honor había envuelto el féretro con una bandera palestina y un chaleco de prensa. Nadie se quejó.
Abás aprovechó la ocasión para afirmar: «Consideramos a las autoridades de ocupación israelíes plenamente responsables del asesinato… Este crimen no quedará impune».
Su solución para resolverlo anunció, «será acudir de inmediato a la Corte Penal Internacional para procesar a los criminales», pero se mantiene en sus trece de no colaborar con Israel para dilucidar la verdad.
El gobierno israelí, con prudencia, aseguró no tener «ninguna conclusión final» sobre quién fue el autor de la ejecución porque aquel disparo fue, en rigor, eso: una ejecución.
El Ejecutivo, tras el rechazo de Palestina a colaborar en una investigación, realizó ésta por su cuenta. Revisó y se entrevistó con los soldados que participaron de la operación en Yenín pero, sin la autopsia que hicieron los palestinos, ni cuerpo ni bala que analizar, todo queda en palabras.
Los restos de la periodista terminaron el viernes en una iglesia greco-católica melquita donde se ofició otro funeral. En la calle estalló la violencia, se registraron incidentes y detenciones.
La verdad sobre su muerte difícilmente se conocerá. Lo que es seguro es que ella cumplía con su deber como periodista cuando la mataron. No era una terrorista ni se arrodillaba ante aquellos que, sin vida, no han duda en usarla.