90 días y 90 noches de guerra en Ucrania
90 días y 90 noches de destrucción. Tres meses de bombas, drones, misiles y miles de cadáveres. 90 días y 90 noches de muerte, de cuerpos desmembrados, de familias rotas, de niños huérfanos, de seis millones y medio de refugiados.
90 días y 90 noches es el tiempo que pasa, que sigue pasando, en esa «operación especial» de la que habla Vladimir Putin o en esa guerra a la que ha empezado a acostumbrarse la humanidad.
90 días y 90 noches de convertir en escombros decenas de ciudades y pueblos. 12 semanas eternas para Occidente y su bombardeo de sanciones a Moscú. Horas y horas para que China juegue su baza con las cartas de la farsa pacifista marcadas. Tiempo de reloj oriental para seducir con su falsa candidez a la OTAN y a la Unión Europea.
Winston Churchill resumió un día: sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas. El hombre que sabía, pensaba y se desesperaba demasiado, se adelantó en su retórica y en las decisiones a la II Guerra Mundial y, sin saberlo, anticipó lo que vendría después para naciones como Ucrania: escenarios de sufrimiento y de pólvora o de choques nucleares. O como ahora anticipa Bill Gates, de guerras biológicas.
En la vieja provincia de la URSS hay, desde hace tres meses, en exceso de todo esto. Sangre de 29.000 muertos rusos, según el Gobierno de Volodimir Zelenski, cuerpos reventados de más de 14.000 combatientes ucranianos según la Federación Rusa… La muerte es algo más que números falsos o verdaderos.
¿Cuándo se desencadenó el desastre? Todo empezó cuando la Unión Soviética o la Rusia imperial dejó de ser lo que era. Depende de quién hable, la fecha del origen se coloca en un año o en otro, en un siglo o en el anterior. En el asalto a la península de Crimea de 2014 o en cualquier otra época. Pero esta invasión tiene una fecha concreta de nacimiento: el 24 de febrero.
Unos 130.000 soldados, según estimaciones de la OTAN, comenzaron esa madrugada a cumplir las órdenes de un personaje que ha hecho historia, de esa que figura ya en las páginas de los libros de textos más oscuras. A partir de entonces nada o muy poco sucedió como anticipaban los pronósticos.
La conquista de Ucrania no fue rápida, ni limpia ni indiferente para el resto de Europa y de Occidente. En rigor, no fue. La rendición de Kiev, ante la abrumadora mayoría de esas tropas rusas con capacidad para movilizar a más de un millón de efectivos (incluidos los reservistas), no funcionó.
Tanques obsoletos abandonados como chatarra, cadáveres de soldados putrefactos en los campos de lo que era el granero del mundo, columnas de blindados atascadas en el fango, desertores y hasta suicidas rusos que creyeron ir a la mili, han pintado un cuadro de este trimestre que roza el bochorno o la humillación para el Kremlin.
Putin hizo su purga entre los altos mandos, cambió la estrategia, retiró el grueso de sus fuerzas frenadas en la región de Kiev, y anunció que su objetivo sería el que anunció el 24 de febrero: «Liberar el Donbás». También volvió con la matraca de la «desnazificación».
El repliegue de esta guerra, no declarada, de la región de Kiev, dejó tras de sí el rastro de la brutalidad: crímenes de guerra y de lesa humanidad, asesinatos en masa, descuartizados, torturados, fosas comunes y una lista de muertos que no descansarán en paz hasta que encuentren justicia. Bucha fue el primer ejemplo.
Los campos de concentración (con el eufemismo de centros de «filtración») salieron a la luz. Los combatientes y familias que resistieron con heroicidad en el laberinto de túneles de la acería de Azovstal, levantaron la bandera blanca de la rendición. Su destino es territorio ruso y su final, un misterio.
El primer juicio por crímenes de guerra, con sentencia de cadena perpetua, se produjo esta semana: el condenado fue un joven ruso de 21 años, víctima y verdugo en un mismo cuerpo. Los de los jerarcas queremos pensar que llegarán como les llegaron a los nazis, pero la historia decidirá.
La vieja Europa, después de la Segunda Gran Guerra, ha demostrado en estos tres meses que tiene miedo y que estaba equivocada. Ha entendido que llegó la hora del principio del fin de su dependencia energética con ese vecino medio europeo medio oriental. Le resulta odioso recordarlo pero se lo advirtió Donald Trump hace tiempo.
Putin aprieta y todavía, aunque podría, no ahoga. ¿Hasta cuándo resistirá la unidad de la UE para sostener las sanciones? Quizás tenga respuestas que desconocemos, pese a la exigencia de Reino Unido de que será hasta que no quede un soldado suyo en la Ucrania previa al 24 de febrero.
Descrita así la secuencia se podría pensar que Rusia ha perdido esta guerra, pero no sería cierto. Decir que la ha ganado sería falso también. Una verdad asoma, el Kremlin tiene el control militar de prácticamente la totalidad del Donbás, y ha logrado cerrar esa media luna terrestre con Crimea. En Jersón ha impuesto el rublo como moneda de curso legal, los libros de texto, y el ruso como idioma oficial.
En este contexto el Instituto para el Estudio de la Guerra calcula que, en esta guerra que va para largo, Ucrania podría perder un quinto de su territorio. Más o menos, la suma de Andalucía y la comunidad de Valencia (más de 100.000 kilómetros cuadrados). Y sólo van 90 días y 90 noches.