Elecciones en Colombia
Petro, el «revolucionario» que gobernará, con mano izquierda, Colombia
En su última etapa se presenta como un «progresista» de corazón sensible que apuesta «por los pobres» y recupera la cuestionada teología de la liberación
Gustavo Petro ha roto el maleficio de la izquierda en Colombia. A la tercera ha llegado al poder que acariciaba con insistencia pero no lograba atrapar.
Petro se educo entre sacerdotes en el colegio de La Salle. Su madre era liberal y su padre lo contrario. Él pronto apuntó maneras. Hoy se describe a sí mismo como un «revolucionario» de varias causas.
Como guerrillero del M19 fue un hombre violento que enfrento al Estado y asaltó a tiros el Palacio de Justicia.
Senador y exalcalde de Bogotá prometió cambiar la «historia de 200 años» y parece que ha empezado ya a hacerlo. Para conocerlo mejor o para darse a conocer como él deseaba, escribió su autobiografía: «Una vida, muchas vidas».
Temores y reservas
Los empresarios se llevan las manos ala cabeza con su triunfo, los ganaderos temen un futuro negro bajo su gestión y los militares dan por descontado que Colombia ha dado un «salto al vacío».
Los más moderados expresan su rechazo por su mesianismo. «Se cree predestinado (...) la única persona que puede salvar a Colombia», resumió una fuente próxima que habló bajo reserva al portal independiente La Silla Vacía.
Petro se describe como progresista antes que izquierdista, en un intento por evitar que lo asocien con una corriente que causa repudio en un país con las guerrillas marxistas en el centro de un conflicto de seis décadas.
Pero su pasado en la lucha armada lo persigue y es el caballo de batalla de sus adversarios. Por 12 años se rebeló contra el Estado que ahora pretende reformar de fondo. Hoy las armas oficiales lo protegen.
Varias veces amenazado de muerte y forzado a un exilio de tres años en Europa, Petro es el candidato más protegido en esta contienda. En los últimos mítines se le vio prácticamente blindado con chaleco antibalas y escudos a su alrededor y al menos 20 guardaespaldas en tarima.
En febrero, este Petro confesó a Afp su miedo de que lo mataran. No ha sido la primera vez que ha temido por su vida.
Un guerrillero mediocre
Su militancia en el M-19, la guerrilla nacionalista de origen urbano que firmó la paz en 1990, fue intensa pero mediocre.
Según él, se rebeló en rechazo al golpe militar en Chile de 1973 y un supuesto «fraude electoral» en Colombia por los mismos años contra un partido popular.
Ferviente admirador del nobel Gabriel García Márquez, en la clandestinidad adoptó el nombre de 'Aureliano', en homenaje al personaje de Cien Años de Soledad. Fue detenido y torturado por militares, y estuvo preso durante año y medio. Siempre fue un combatiente «mediocre» afirman sus antiguos compañeros de armas.
En su libro lo resalta: «Nunca sentí, a diferencia de muchos de mis compañeros, una vocación militar (...) yo lo que quería era hacer la revolución».
Desde entonces se presenta como un «revolucionario» de varias causas, pero insiste en que está alejado del marxismo. Su «opción preferencial por los pobres», sostiene, proviene de la teología de la liberación.
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Un líder despótico
Después de firmar la paz, Petro llegó al Congreso y a la alcaldía de Bogotá en 2012-2015.
Como parlamentario se destacó por las denuncias sobre los nexos de políticos con los sangrientos paramilitares de ultraderecha, pero como alcalde ganó fama de autoritario y mal administrador por su caótico plan para que la empresa pública se encargara de la recolección de basuras, entonces en manos de privados.
Daniel García-Peña, asesor de Petro en la época, se alejó de él por su «despotismo». Aún recuerda sus «dificultades para trabajar en equipo» si bien reconoce su conocimiento del país e inteligencia.
Tiene «un temperamento muy impetuoso y autoritario, y cuando se empeñaba en sacar adelante sus propuestas (...) No supo concitar y convocar a los diferentes sectores. Cazó muchas peleas al mismo tiempo y eso generó mucha frustración para alcanzar las metas que él mismo se había trazado», comentó a Afp García-Peña.