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El primer ministro Boris Johnson en la puerta de Downing Street en el mediodía de este lunesAFP

Más dura será la caída: claves del hundimiento de Boris Johnson

La dimisión del primer ministro parece ineluctable: solo le puede salvar la falta de alternativa clara en las filas conservadoras

El goteo de dimisiones acaecidas en apenas veinticuatro horas en el Gobierno (aún) presidido por Boris Johnson se ha saldado, por el momento, con la salida de 36 miembros de su Gobierno, dos de ellos pesos pesados del Gabinete, el ministro de Economía y Finanzas, Rishi Sunak, y el de Educación, Sajid Javid.

Ambos dieron los primeros portazos y el primer ministro les sustituyó de inmediato, antes de que terminase el aciago día.

Más la rápida reacción de Johnson se asemejó pronto a un espadazo en el agua: el miércoles por la mañana, además de las dimisiones, su calvario continuó con un navajazo especialmente doloroso procedente de uno de sus máximos aliados.

Michael Gove, ministro de Cohesión Territorial y fiel compañero de Johnson desde los tiempos de la campaña del Brexit, le pidió sin contemplaciones que dimitiera. Cosa que él, a diferencia de sus excompañeros, no ha hecho. A estas alturas, la estrategia de Gove es lo de menos.

Porque su petición fue seguida por un festival de banderillazos, a cada cual más puntiagudo, procedente de la prensa filoconservadora, principalmente, pero no solo, lanzados por los columnistas de The Daily Telegraph.

Sin ir más lejos, Camilla Tominey, una de las plumas mejor informadas de Westmisnter y no precisamente hostil al inquilino del 10, Downing Street: «Todos, salvo el primer ministro, son conscientes de que el show ha terminado».

El diario tradicionalmente más próximo a los conservadores hurgó en la herida de Johnson, a través de otro artículo que vaticinaba el gran futuro político que aguarda a Nadhim Zahawi, el nuevo ministro de Economía y Finanzas, siempre que maniobre correctamente.

La paciencia también se ha agotado en el seno del grupo parlamentario conservador en la cámara de los Comunes: si el mes pasado solo un 41% de sus miembros desafió el liderazgo de Johnson, el número de descontentos ha aumentado considerablemente en las últimas horas.

Tan es así que el Comité 1922, que agrupa desde hace casi un siglo a los diputados conservadores, se dispone a cambiar la regla que impiden organizar una moción de desconfianza menos de un año después de la anterior.

Se reducen, asimismo, las bazas argumentales de Johnson.

¿La guerra en Ucrania, único escenario donde aún logra brillar algo? Herbert Asquith se vio obligado a dimitir en mitad de la Primera Guerra Mundial y Margaret Thatcher en pleno despliegue de 35.000 soldados británicos en el Golfo Pérsico.

¿La hábil conclusión del Brexit o la eficaz gestión de la pandemia? Recuerdos que se esfuman paulatinamente ante una inflación con dos dígitos, el aumento vertiginoso del coste de la vida o la vuelta de las maniobras centrífugas en Escocia e Irlanda del Norte.

Solo le podría quedar la falta de una alternativa clara en las filas conservadoras. Si, por ejemplo, su histórico enemigo Jeremy Hunt asomara la cabeza, Johnson le podría echar en cara su larga estancia en Sanidad como causa de la crisis por la que atraviesa el Sistema Nacional de Salud. Pero parece nimio.

Tal vez lo único que quepa esperar a estas alturas sea la modalidad de la renuncia de Johnson: ¿de tipo traumático, como las de Anthony Eden -a raíz de la Crisis de Suez- o Harold Macmillan, como consecuencia del Caso Profumo? ¿digna como las de Thatcher o Theresa May? ¿O con una buena dosis de humillación como la de David Cameron?