Los talibanes cambian el kalashnikov por el cuaderno en Afganistán y vuelven a las universidades
Los talibanes envían a sus jóvenes a instruirse a las universidades para ser más eficientes en la gestión de la administración afgana
Antes, Gul Agha Jalali colocaba bombas contra las fuerzas afganas, estadounidenses o de la OTAN. Ahora, este joven talibán trabaja en un ministerio y aprende informática e inglés para «instruirse» y «servir» a su país.
Después de la caída de Kabul en manos de los talibanes en agosto pasado, varios cientos de jóvenes combatientes del grupo islamista han retomado sus estudios en la capital afgana, a iniciativa propia o animados por sus jefes.
«Cuando nuestro país estuvo ocupado por los infieles, necesitábamos bombas, morteros y fusiles», explica a AFP Gul Agha Jalali, de 23 años, destacado en el servicio de archivos del ministerio de Transporte y Aviación Civil.
«Ahora necesitamos bolígrafos y ordenadores. El mundo ha evolucionado mucho, necesitamos tecnología y desarrollo», continúa el joven, que ha combatido cinco años con los talibanes, colocando bombas contra el «enemigo».
«Es evidente que la educación es una esperanza para todos los afganos», estima Bilal Karimi, portavoz adjunto del gobierno.
«Un gran número de muyahidines motivados, que no han terminado sus estudios, se han acercado a centros educativos y estudian sus materias favoritas para mejorar sus capacidades», dice a AFP.
En una sala del ministerio de Transporte, vecino de la embajada estadounidense cerrada hace diez meses, una treintena de empleados, entre ellos Gul Agha Jalali y otra decena de jóvenes talibanes, responden a un cuestionario sobre el curso de informática de la semana pasada.
«¡No se copien!», grita el profesor a un talibán que echa el ojo al examen de su vecino.
Estudioso y motivado, Gul Agha Jalali dice que quiere «instruirse» y proseguir sus estudios universitarios en Turquía, Alemania o Italia, hasta sacar un doctorado, para «ser capaz de servir a su país».
Dejar la pistola al entrar
También asiste a clases en el Instituto Musulmán de Lengua Inglesa, que se presenta como el principal centro privado de formación de Afganistán.
Los locales de la institución, no lejos del aeropuerto de Kabul, desprenden un aire moderno: clases de color pastel y decoradas con grandes carteles de alumnos y alumnas que alaban los méritos del centro.
Hay 3.000 alumnos inscritos, la mitad de ellos mujeres y unos 300 talibanes, según su director, que pide conservar el anonimato.
En la puerta del instituto, un joven talibán de larga barba y turbante negro acaba de terminar su clase de inglés. Deja rápidamente el lugar después de recuperar la pistola depositada en un estante en la entrada.
Cuando vienen los talibanes, temprano por la mañana o al final de la jornada, «se ajustan enteramente a las normas sociales del centro», asegura el director.
«Cuando entran, dejan sus armas, no utilizan la fuerza, no se aprovechan de su posición (...) Su actitud denota un gran cambio respecto a hace una veintena de años», durante el primer régimen de los islamistas (1996-2001), continúa.
Amanullah Mubariz, de 25 años, ha acudido para inscribirse con un amigo a un curso de principiantes.
Desde los 18 años ha combatido el ejército afgano en varias provincias, así como al grupo yihadista rival Estado Islámico (EI), que todavía lucha contra los talibanes en el país.
En paralelo, siguió sus estudios en periodismo y comunicación en la universidad de Nangarhar. Fue detenido en dos ocasiones por las fuerzas del anterior gobierno, una de ellas cuando iba a pasar un examen.
«Quiero hacer un máster, he postulado para una universidad en India, pero he suspendido en inglés y mi candidatura ha sido rechazada. Por eso he venido aquí», explica el joven, que no quiere revelar el cargo que ocupa actualmente en la organización talibán.
Futuro economista
De pelo largo, inmaculado turbante blanco y ojos delineados con kohl, Mohammad Sabir no duda en señalar que trabaja en la dirección general de inteligencia.
Está inscrito en la carrera de economía en la universidad de Dawat, en el oeste de Kabul. Allí, entre miles de estudiantes, unos 200 talibanes cursan estudios de gestión, economía, informática, derecho y ciencias políticas o de educación religiosa.
Durante cinco años, Mohammad Sabir colocó bombas y tendió emboscadas contra las antiguas fuerzas gubernamentales en la provincia de Wardak. Combatía junto a su hermano, líder de un grupo de cien talibanes.
«Terminé la escuela secundaria en 2018, pero no pude pasar el examen de entrada a la universidad, así que detuve mis estudios. He retomado este año, tras la victoria del Emirato Islámico», el nombre del régimen talibán, dice el joven de 25 años.
Ahora confía en «convertirse en economista para ayudar a su país», inmerso en una grave crisis financiera y humanitaria desde agosto, cuando quedaron congelados miles de millones de activos depositados en el extranjero y se interrumpió la ayuda internacional.
Preguntados sobre si las mujeres podrán cumplir como ellos sus ambiciones educativas y luego trabajar para el país, algunos jóvenes talibanes parecen más abiertos que la dirección del movimiento, que ha excluido a las mujeres de muchos empleos públicos, les ha restringido su movilidad y ha cerrado la educación secundaria femenina.
«Personalmente, como joven, estudiante y miembro del Emirato, creo que ellas tienen derecho a educarse. Del mismo modo que nosotros servimos (al país), ellas podrían también servirlo», explica Amanullah Mubariz.
«¿Por qué no?», responde de su lado Gul Agha Jalali, para quien «este país las necesita a ellas tanto como a nosotros».