Los tentáculos internacionales del Irán de los ayatolás
El libro de Rushdie es un insulto. Así se titulaba un artículo escrito por el presidente Carter y publicado por The New York Times en marzo de 1989 sobre Los versos satánicos (Londres, 1988).
En él Carter se mostraba firme defensor de la libertad de expresión, pero al tiempo entendía que el libro del autor británico-estadounidense nacido en Bombay en 1947 (dos meses antes de la independencia india) había levantado resquemor entre los fieles musulmanes, así como la película de Martin Scorsese La última tentación de Cristo lo había hecho entre cristianos pues contenía «escenas sacrílegas [que] seguían angustiándome a mí y a muchos otros que comparten mi fe».
Por supuesto, Carter también rechazaba de plano la condena a muerte decretada por el ayatolá Jomeini, quien moriría en junio de 1989.
El proceso conocido como Revolución Islámica de Irán acabó con la huida del último sah de Persia, Mohammad Reza Pahleví, en enero de 1979 y la vuelta de Ruhollah Musavi Jomeiní el mes siguiente, después de 15 años de exilio por poco tiempo en Turquía, pasando después muchos años en Irak y, finalmente, unos meses en Francia.
El régimen que se impuso allí ha sido llevado a la gran pantalla con filmes como No sin mi hija y Argo, que recoge también la crisis de los rehenes de la embajada estadounidense en Teherán, que duró 444 días.
Con sus altibajos, este régimen aplica la Sharía –la Ley Islámica–, vista desde la óptica chií. En los últimos meses la policía que vigila por la pureza de la conducta y las costumbres se ha empelado más a fondo de lo habitual y, gracias a la larga lista de delitos penados con la muerte, Irán ejecutó al menos 314 prisioneros en 2021, superado solo por China (con más de mil ejecuciones); algunas organizaciones de Derechos Humanos elevan la cifra a 333, lo que supondría casi 70 ejecuciones más que las 267 realizadas en 2020.
Además, un anuncio en el que se ve a una mujer llevando chador comiéndose un helado sola dentro de un coche en medio del campo, pero mostrando en su rostro signos de placer, ha llevado a endurecer aún más las medidas sobre castidad (femenina).
Estrategia de expansión
Desde el principio de la Revolución, el nuevo Irán llevó a cabo una fuerte campaña internacional de propaganda para extender sus ideas por todo el mundo islámico.
Más tarde se dieron cuenta de que su sola presencia ya levantaba sospechas y se refrenaron un poco en ese objetivo; no lo desecharon ni lo pospusieron, simplemente lo mitigaron, rebajaron el nivel.
Su propósito era claro: infiltrarse en el mayor número posible de países, sin levantar sospechas donde no fuera prudente (como en Europa o América), o por el contrario financiando y entrenando milicias armadas donde consideraran oportuno hacerlo (como en todo Oriente Medio).
Son dos ámbitos geográficos totalmente distintos que hacen que Irán despliegue en ellos estrategias completamente diferentes, pues obedecen a objetivos bien diversos.
Mientras en Oriente Próximo se pone de manifiesto una descarnada competición entre chiíes y sunníes –ambos musulmanes–, en América se trataría de buscar aliados para cercar a su archienemigo: los Estados Unidos de América.
En Oriente Próximo se trata de una lucha por ser el líder regional indiscutible, carrera en la que se topa con varios competidores dignos de mención como Turquía, Israel y Arabia Saudita.
Líbano, Israel, Siria, Yemen…, son países donde la presencia iraní es una variable que hay que tener en cuenta velis nolis.
Aunque el adversario que se lleva todas las atenciones es el Estado judío, a quien le intenta desestabilizar a través de distintas milicias o grupos terroristas (Hamás, Yihad Islámica Palestina, Hizbalá, entre otros), todos ellos con fuertes vínculos con la Guardia Revolucionaria Iraní, el mayor enemigo para Irán en la zona es la dinastía saudita.
No sólo por cuestiones geopolíticas (como el control de los pasos por los estrechos del Golfo Pérsico) o incluso económicas, sino también religiosas: no hay que olvidar que son dos cosmovisiones totalmente distintas –la sunní y la chií— de una misma religión, subrayando ellos mismos más sus diferencias que sus similitudes.
Competición sunní-chií
Dicha competición se vio en los años ’80 y ’90 en Afganistán –además de la más reciente presencia de Al Qaeda en el país, culminada con el asesinato de Ayman Al Zawahiri– y también en la guerra civil tayika (1992-97) y sus posteriores conversaciones de paz.
Yemen es, sin embargo, el teatro por excelencia para esta contienda en la actualidad pues los iraníes apoyan a los rebeldes hutíes, a quienes usan para lanzar ataques contra campos petrolíferos de Aramco en Arabia Saudita en reiteradas ocasiones.
Pakistán también juega un papel decisivo en estas ecuaciones peligrosas del Oriente Próximo y, de hecho, se dice que el principal interés iraní por obtener armas nucleares no es tanto por protegerse de Israel –país cuyos servicios secretos, el Mossad, ya ha llevado alguna operación encubierta, léase asesinato selectivo, en suelo iraní contra las élites militares y científicas del país–, sino por protegerse de Pakistán, país nuclear desde hace décadas y que es visto como una amenaza por los ayatolás por su defensa de la pureza islámica, pero sunní en este caso.
También es bien conocida la afirmación de los árabes de que, si los iraníes consiguieran fabricar una bomba nuclear, al día siguiente ellos comprarían una como fuera.
Acuerdo nuclear
Los avances en la vuelta al Acuerdo nuclear entre Irán y Estados Unidos o Plan de Acción Conjunto, más conocido por sus siglas en ingles JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action), han sido impulsados por la diplomacia bruselense.
Aunque los otros dos actores han hablado de «volver a la mesa de negociaciones», la UE parece que se ha puesto dura en esta ocasión –quizás exhausta tras 15 meses de conversaciones–y ha dicho que es un texto definitivo que se toma o se rechaza.
Hace meses parecía que el acuerdo estaba próximo, después que se frustraba con el comienzo de la guerra de Ucrania –no hay que olvidar que Rusia es un firme aliado de Irán, con la Siria de Bashar al-Ásad cerrando el triángulo estratégico–, y ahora parece que estaría a punto de ser resucitado; aunque el acuerdo no está extinto, la retirada de Trump del mismo lo dejó K.O.
Presencia en América del Sur
Por otro lado, tenemos la presencia iraní en América del Sur. Sean Goforth publicó en 2011 Axis of Unity: Venezuela, Iran & the Threat to America, una investigación sobre el autodenominado «eje de unidad» entre Irán y Venezuela, que sería la base de la alianza forjada entre Caracas y Teherán desde 2007.
Según Goforth, quien hace de argamasa en esta extraña componenda vuelve a ser Rusia, quien proporcionaría cobertura internacional al acuerdo, además de renovar el armamento –entendido en sentido amplio– de Irán y Venezuela, por valor de miles de millones de dólares.
Una estatua de Simón Bolívar en un parque de Teherán y la existencia de aldeas chiitas en la amazonia venezolana y de predicadores chiíes.
También Argentina ha sido testigo de la expansión del chismo en el país, gracias al dinero iraní y a la predicación de Abdul Karim Paz, entre otros.
Sin salir del continente americano, tanto la revelación de la existencia de un complot contra el asesor de seguridad Bolton como el apuñalamiento contra Rushdie han puesto de manifiesto que puede existir un buen número de simpatizantes de la causa de los ayatolás en suelo estadounidense, altamente motivados y suficientemente cualificados como para llevar a cabo ataques limitados pero eficaces que pongan en entredicho la seguridad del país y que demuestren que los tentáculos de Irán pueden llegar muy lejos y alcanzar objetivos codiciados.