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Sin banderaCarmen de Carlos

La última palabra de Cristina Kirchner

A la vicepresidente, lo que le pone enferma (más), es que AlbertoFernández, su delfín, le saliera rana y no haya sido capaz de hacer desaparecer su «prontuario» de los cajones de la justicia

Cristina Kirchner, como se conoce popularmente a la señora Fernández, está preocupada. La vicepresidente de Argentina, experta en defenderse con un ataque, siente que, en esta ocasión, la justicia argentina podría hacer honor a su nombre y cambiar ese destino de gloria y poder eterno con el que soñó.

El fiscal, Diego Luciani, ha pedido para la viuda de Néstor Kirchner, prisión incondicional de 12 años, inhabilitación de por vida de cargos públicos y la incautación del equivalente a unos mil millones de dólares de su patrimonio y del de los otros 12 acusados de formar parte de una organización ilícita encabezada por ella, la jefa.

El asalto consumado a las arcas del Estado, mediante contratos irregulares de obras públicas, con sobreprecios de hasta 65 por ciento o no consumadas, son la médula de las acusaciones. Atravesado en la causa figura Lázaro Báez, presunto testaferro de Kirchner y constructor improvisado en vísperas de la investidura del ex presidente, en mayo de 2003.

La vicepresidenta, de 69 años, conoce al detalle el terreno judicial que pisa. sabe que la protegen sus fueros, un escudo sin fisuras que impedirá, si resulta condenada en diciembre, que termine en una celda.

En cuanto al dinero, su fortuna es tan poco transparente como lo fueron los tres gobiernos consecutivos del matrimonio (2003-2015) que multiplicó por tres dígitos su fortuna mientras estuvo en el poder.

Lo que se ve y se conoce de su capital ya sufrió bloqueos y embargos por otras causas de las muchas que la han tenido y la tienen acorralada. Aun así, la madre de Máximo y de Florencia (los hijos que hizo cómplices en sus negocios turbios) tiene fondo de armario sobradamente abultado para mantener un tren de vida al ritmo que se le antoje.

A CFK, siglas por las que se conoce a la mujer más poderosa de la historia argentina (Evita se quedó en nada a su lado), lo que le quita el sueño de verdad no es la cárcel que difícilmente pisará, ni el dinero que almacenaba en cajas fuertes con dimensiones de vestidor, lo que la pone enferma (más) es la posible prohibición de presentarse a las elecciones en 2023. También, que AlbertoFernández, su delfín, le saliera rana y no haya sido capaz de hacer desaparecer su «prontuario» de los cajones de la justicia.

La inmunidad/impunidad de la vicepresidenta depende de que esté en el Senado, el Congreso o en la Casa Rosada. Si no tiene escaño ni cargo en la primera magistratura, el resto de las amenazas judiciales que la acechan podrían transformarse en realidades negras, para la viuda que baraja presentarse como candidata a la Presidencia el próximo año.

En su primera comparecencia en este juicio Cristina Elisabet Fernández, reprochó a los jueces que le exigieran explicaciones de la colección de delitos que le imputan. «Preguntas tienen que responder ustedes», dijo a caballo entre la soberbia y la amenaza. Su «alegato» lo terminó con un remedo de la frase pronunciada por Fidel Castro en 1953, cuando proclamó al mundo aquello de: «La historia me absolverá». Visto lo visto, parece que no será asi.

Cristina, como también se refieren a ella compañeros de partido (amigos no se la conocen) y adversarios, exigió ahora recuperar el micrófono del banquillo, pero el tribunal lo rechazó. No le toca por cuestiones procesales y lo sabe.

Eligió entonces la tribuna mediática para despacharse a gusto. Movilizar a los suyos y a esa clase política y sindical (cómplice) que la acompaña es su especialidad.

Pero a ella, abogado de título cuestionado, nadie la tiene que explicar que diga y haga lo que haga, la última palabra, esta vez, no es ni será la suya. Al menos, si existe algo parecido a la justicia.