Una diputada francesa culpa a los hombres del cambio climático
Andróceno, androcène en el idioma de Molière. El neologismo lleva un tiempo circulando en ámbitos académicos.
Sin embargo, el término cobrará popularidad dentro de pocos días, cuando salga a la venta «Par-delà l’androcène», un ensayo que la dirigente ecologista Sandrine Rousseau publica en compañía de las intelectuales feministas Adélaïde Bon y Sandrine Roudeaut.
Rousseau, Bon y Roudeaut pretenden compendiar, al amparo de ese término y como parte de una misma tiranía, extractivismo [extracción de recursos], colonialismo, capitalismo y patriarcado, características que corresponderían a un arquetipo de hombre. Nada menos.
Quien, según ellas, simboliza perfectamente a día de hoy la conjunción de esas vilezas es el empresario Elon Musk.
Como explica Rousseau en las páginas del diario progresista Libération, «ha decidido conquistar Marte, se está apropiando de una tecnología con su propia riqueza y la ayuda de fondos públicos para la investigación».
Más: «No le importa su huella ecológica, se dedica a monopolizar y depredar el bien común para obtener beneficios privados. Se endiosa a este hombre arquetípico, empresario y conquistador, cuando debería ser encasillado entre los más grandes ecocidas [sic] de todos los tiempos».
Por lo tanto, las calamidades actuales serían el fruto de un «enfoque demasiado masculino de la relación entre cultura y naturaleza», tal y como señala en Le Figaro el joven ensayista conservador Paul Sugy.
De ahí que, según prosigue Rousseau, «esta distinción sirviera para encasillar a un montón de gente en el bando de la naturaleza», porque «solo la cultura era noble, digna e interesante».
Quedaban así marginados, de acuerdo con la peculiar opinión de la diputada por el noveno distrito de París, «a mujeres, negros y habitantes de los países colonizados».
Conclusión: «la naturaleza se ha ido convirtiendo en recurso, transformándose en dinero y beneficio, y perdiéndose la visión de conjunto para venderla y comprarla por partes», mientras «el cuerpo de los dominados servía a esta acumulación».
Roussea, universitaria de altos vuelos -fue vicepresidenta de la Universidad de Lille antes de dedicarse en cuerpo y alma a la política-, es desde hace ya años una de las figuras más polémicas de la vida pública francesa.
Asumió el discurso del feminismo radical tras denunciar -y vencer el pleito- por acoso a un compañero del partido Europe-Écologie-Les Verts (Eelv), y lo explota sistemáticamente: no hay semana en que no esté involucrada en una polémica.
Se puede decir que su vida se divide entre los platós televisivos -es una estrella de las tertulias-, el Parlamento y los tribunales.
Asegura haber «deconstruido» -entiéndase desvirilizar- a su compañero sentimental y es partidaria de tipificar como delito la hipotética desigualdad en el reparto de tareas domésticas.
Su único revés hasta la fecha ha sido las últimas primarias de Eelv: los militantes se decantaron por Yannick Jadot como candidato a la elección presidencial del pasado abril.