Fundado en 1910

Milicias leales al Gobierno de Unidad Nacional en Trípoli, Libia luego de enfrentamientos entre grupos rivales libiosMahmud Turkia / AFP

La tensión en el Magreb alcanza un punto álgido

La ruptura entre Túnez y Marruecos a cuenta del Sáhara Occidental y el agravamiento de la guerra civil en Libia sitúan a la región en el centro de las preocupaciones del mundo árabe

Mohamed VI lo avisó sin medias tintas con motivo de su Discurso del Trono, pronunciado el pasado 20 de agosto: «Me gustaría enviar un mensaje claro al mundo: la cuestión del Sáhara es el prisma a través del cual Marruecos mira a su entorno internacional».

A continuación, el monarca alauita enumeró la lista de países cuya diplomacia considera «constructiva». Dicho con otras palabras: que se ajusta a los deseos de Rabat.

Citó a Alemania, Países Bajos, Portugal, Serbia, Hungría, Chipre y Rumanía, destacando de modo especial a Estados Unidos y España, tras el viraje protagonizado hace unos meses por el Gobierno de Pedro Sánchez.

El rey de Marruecos no citó a Túnez. Tal vez barruntaba lo que iba a ocurrir menos de una semana después: la visita oficial a Túnez, donde fue recibido con honores de jefe de Estado, del presidente de la «República Árabe Saharaui y Democrática», Brahim Gali.

Apenas una hora después, Marruecos llamó a consultas a su embajador en Túnez, gestó correspondido al día siguiente por el país magrebí que acababa de romper su tradicional neutralidad en el asunto del Sáhara Occidental.

De ahora, en adelante y de forma algo inesperada -sobre todo para Marruecos-, Túnez y Argelia harán causa común junto a Gali.

Para Marruecos supone un pequeño revés, pues con la inevitable y duradera excepción de Argelia, creía tener bajo control, en lo tocante al Sáhara Occidental, al resto de países que conforman el Magreb.

Simultáneamente, Argelia mejoraba sus relaciones con Francia, mediante una recepción por todo lo alto a Emmanuel Macron, que eligió Marruecos como destino de su primer viaje fuera de los confines de Europa cuando fue elegido presidente por primera vez, en 2017.

Con todo, lo más grave acaecía -y sigue acaeciendo- en la vertiente oriental del Magreb: Trípoli, la capital de Libia, ardía en mitad de los enfrentamientos.

Los cadáveres se contaban por decenas -al final el balance superó los treinta muertos- en el centro de una urbe que, además de las instituciones, también acoge a los dos «pulmones financieros» del país: el Banco Central y la Corporación Nacional del Petróleo (Noc, en sus siglas inglesas), encargada de gestionar los colosales ingresos procedentes del gas y el petróleo.

Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos, Mohamed El Menfo, jefe del Consejo Presidencial, la endeble institución que gobierna, oficialmente, una parte del país se vio obligado a abandonar Túnez apresuradamente.

Ayer, la Universidad de Trípoli permanecía cerrada y se sigue pidiendo a los extranjeros que no salgan a la calle.

Los tiroteos son más intensos que nunca en un territorio que se disputan dos primeros ministros, dos parlamentos y dos países. Bien lejos queda el frágil alto el fuego de 2021.