La tragedia de Gorbachov
Gorbachov ha sido profundamente elogiado en el mundo occidental mientras que en Rusia su deceso ha sido acogido con frialdad
Muere Mijaíl Gorbachov a los 91 años
Cuando Felipe González visitó oficialmente la Unión Soviética yo formaba parte de su séquito y mi mujer viajó también como intérprete de Carmen Romero.
Tuvo poco trabajo porque los funcionarios anfitriones, con tics aún propios de la URSS, intentaban que todo el trabajo lo hicieran sus intérpretes para controlar mejor cualquier tema.
Tuvimos, con todo, tiempo de conocer a unos parientes muy cercanos de mi mujer que llegaron desde Saratov. La catástrofe de Chernobyl era reciente y nuestros familiares se explayaron detalladamente sobre cómo las cosas habían cambiado con la glasnost (apertura) de Gorbachov: «El camarada presidente fue a la televisión», contaban embobados, «y explicó que había habido un accidente peligroso en Chernobyl».
Era un cambio radical, en efecto, los predecesores de Gorbachov habrían silenciado el drama nuclear y habrían castigado a quien lo difundiera como hace hoy Putin al que critica o solo menciona la guerra de Ucrania.
Lo que nuestros familiares olvidaban apuntar es que Gorbachov fue a la tele tres semanas después del accidente y no sabían que había criticado a los medios de información occidentales por hacer tremendismo con los problemas de la Unión Soviética.
El hecho es revelador sobre la personalidad de un líder que cambió la historia de Europa y del mundo. Creemos que para bien. No vaciló en hablar con aceptable claridad a su pueblo sobre una catástrofe que ponía de manifiesto las carencias de su país.
Victimismo
Con todo, aún había en él ese victimismo, que Putin explota con habilidad, que quiere demostrar que el mundo exterior, sobre todo Occidente y Estados Unidos, disfrutan con las penalidades de Rusia porque les encanta debilitarla.
Fueron las penalidades de la Unión Soviética las que llevaron a Gorbachov a desarrollar la revolución en su país que recuperó en buena medida la libertad y, para bien de todos, enterró durante un tiempo la Guerra Fría.
El ruso tuvo varias entrevistas trascendentales con el capitalista Reagan, una en Ginebra, otra en Reikiavik, alguna de ellas con solo los intérpretes, sin ningún colaborador, y de ahí, de la química entre el ruso y el americano surgió, la eliminación de un cierto armamento nuclear y dar por cerrada la Guerra Fría.
Reagan venía aleccionado por la señora Thatcher en el sentido de que con Gorby se podían hacer negocios y que era persona que escuchaba, que te dejaba hablar.
El americano, más inteligente de lo que creían sus aliados europeos, comprobó que la británica no se equivocaba y en una ocasión en que el ruso absorbía lo que le decía le espetó que seguir con la carrera de armamentos no podía ser beneficioso para Rusia, nunca podría vencer a Estados Unidos: Washington siempre tendría más recursos que Moscú para gastar en armas.
Gorbachov era muy consciente de las estrecheces presupuestarias de Rusia, de las deficiencias de su técnica y sacó sus conclusiones al ser persona claramente preocupada con el desarrollo de su país, con el bienestar de su pueblo.
La mayor parte de los líderes que trataron con él, británicos, americanos, canadienses, franceses, repiten que el ruso era persona honesta y decente, que ansiaba que Rusia se convirtiera en una sociedad próspera.
Felipe González, con el que también surgió la química, abundaba en esto y el ruso, al que me tocó acompañar a Barcelona como representante del gobierno, se despidió de mí cogiéndome las dos manos y sinceramente conmovido me dijo que transmitiera al presidente español, y también al Rey, que Rusia necesitaba amigos y comprensión en los delicados momentos en que se encontraba y que España se la había dado.
La apertura de Gorbachov fue elogiada, fuera y dentro, mientras que sus reformas estructurales pincharon. Para muchos fueron equivocadas en su enfoque desde el principio, para otros no obtuvieron el apoyo económico occidental necesario porque los asesores de los presidentes americanos, Reagan y Bush padre, así como los de otros dirigentes europeos concluyeron que volcarse con Rusia con la política que se estaba siguiendo allí era tirar el dinero.
En las relaciones internacionales Gorbachov dejó huella. Él quería reformas, pero no destruir, como diría más tarde, la Unión Soviética. Dicho de otra forma, no quería algunos de los resultados geoestratégicos que propició su reforma, pero no estaba dispuesto a emplear los cañones para impedirlo. Eso le honra.
Dio el beso de la muerte al dirigente de la Alemania comunista cuando le dio a entender que no se podía parar el curso de la historia, poco más tarde caería el muro de Berlín, no se opuso ni en el terreno ni en la ONU a Bush padre cuando lideró la alianza para impedir que Sadam Husseim se tragase a Kuwait, pareció siempre dispuesto a entenderse con Estados Unidos en el desarme y otros temas y puso fin a la invasión soviética de Afganistán.
Esa es otra diferencia con Putin, uno paró una guerra de invasión, el otro la ha empezado en Ucrania y de forma bárbara en ocasiones.
Elogiado en Occidente
La tragedia de la figura de Gorbachov es el contraste en las reacciones a su muerte. Ha sido profundamente elogiado en el mundo occidental, todos los periódicos le dedican portadas y amplias glosas benévolas, el secretario general de la ONU afirma que es un hombre irrepetible, una de las mayores figuras del siglo XX, mientras que en su país su deceso ha sido acogido con frialdad.
Kissinger lo elogia diciendo que fue un hombre que no pudo llevar a cabo sus proyectos, pero en Rusia, donde una encuesta de hace pocos años reflejaba que solo 7 % de los interrogados lo veían positivamente, se le critica a menudo porque trajo «un capitalismo caótico y el derrumbe del imperio soviético».
Un diputado, poco moderado, ha manifestado que para Rusia su herencia ha sido peor que la de Hitler. No sabemos si Putin, que ha dado un giro reaccionario brutal a la apertura de Gorby, comulga de algún modo con el diputado.
En China significativamente no hay comentario oficial. Curioso. Pero un periódico cercano al régimen lo fulmina como un «político ingenuo, inmaduro, al que deslumbró el capitalismo». En China, evidentemente, no habrá apertura como la que inauguró aquel hombre de paz que fue Gorbachov. Lo que es de lamentar para un país de 1.400 millones de habitantes.