Isabel II
Cercanía, indiferencia y desprecio: así fue la relación de Isabel II con sus 15 primeros ministros
En total 15 fueron los primeros ministros que disfrutaron de su «cordialidad» o tuvieron que someterse a la «mirada gélida» de Su Majestad, como la describió uno de ellos
Liz Truss ha sido la última primera ministra. Apenas un par de días ha convivido su Gobierno con el reinado de Isabel II. La imagen de su encuentro con la Reina en Balmoral ya forma parte de la historia. Su relación no podrá ser analizada, cuestionada, criticada o ponderada porque todo el contacto que tuvo con ella fue aquella entrevista de la que, además, se conoce poco o muy poco.
La segunda mujer en mudarse al 10 de Downing Street, por méritos propios, no tuvo tiempo de crear un vínculo cordial o que le pasara lo que le sucedió a Margaret Thatcher y se convirtiera en un trago de difícil digestión para Isabel II.
Winston Churchill (1951-55)
Al principio veía a la Reina como una niña que había heredado la Corona de forma prematura y no sabía qué se traía entre manos ni lo que suponía tener la testa coronada. Mientras, ella no dejaba de leerse un solo documento de los que le entregaban a diario en las célebres cajas rojas.
Cuentan las biografías que Churchill cambió de opinión el día que la Reina le atrapó en un renunció al consultarle por un asunto internacional que él desconocía.
Churchill, cerebro de la victoria de Gran Bretaña en la II Guerra Mundial, fue primer ministro en dos ocasiones, de 1940 a 1945 y de 1951 a 1955. Su relación con Isabel II fue la mas estrecha y entrañable.
Anthony Eden (1955-57)
Conservador como su antecesor, Sir Anthony Eden no logró tener la influencia sobre Isabell II de Churchill. Su Gobierno tuvo que afrontar la crisis de Suez en 1956, en el segundo año de su legislatura. Exministro de Exteriores de Churchill, no logró ganarse el afecto de la Reina y cayó en desgracia con la pérdida del Canal. Su reputación y la del Reino Unido hacían aguas.
Harold Macmillan (1957-63)
Conocido como 'Supermac', continuó la saga de conservadores en Downing Street. En el balance de su gestión destaca sus reflejos para poner tierra de por medio con el apartheid, impulsar la descolonización y meterse de lleno en las negociaciones del Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares.
La Reina le recibió con mejor cara que a su antecesor. «Encantadora y muy bien informada», la definió el hombre al que ella permitía sentarse mientras despachaban los asuntos de Estado. El 'caso profumo', un asunto de faldas y espías en su Gobierno, forzó su dimisión. A él, le permitía fumar en sus encuentros.
Alex Douglas-Home (1963-64)
Fue el último conservador antes de ceder el puesto a un laborista. Lo había elegido la Reina tras la retirada de Macmillan. Apenas duró en el cargo un año. En rigor, 363 días, poco tiempo para gobernar, pero tenía relación personal con ella antes de llegar a Downing Street. Sus conversaciones iban más allá de los asuntos oficiales. Se consideraban amigos y compartían cacerías.
Harold Wilson (1974-76)
El periodista Craig Campbell, en The Sunday Post, escribiría sobre él: «La Reina lo veía como un tipo británico con los pies en la tierra al que podía contarle todo sobre la vida real y lo que realmente pasaba en las calles».
Wilson puso fin a la pena de muerte, despenalizó la homosexualidad, legalizó el aborto y redujo el presupuesto de Su majestad. Aún así, ella le apreciaba.
Edward Heath (1970-74)
Taciturno, soltero, sin ninguna chispa, la Reina le llegó a decir que era «prescindible». Recuperó el poder para los conservadores tras el paréntesis de Wilson. Le tocó a la decadencia económica de Gran Bretaña y lideró las negociaciones con la UE para el ingreso de Gran Bretaña en la Comunidad Europea.
James Callagham (1976-79)
«Lo que se obtiene de la Reina es simpatía, no amistad». La frase vendría acompañada de otra: «Una de las cosas buenas de ella es que siempre parece ver el lado divertido de la vida. Con ella las conversaciones fluyen libremente y pueden derivar hacia cualquier lugar sobre una amplia gama de temas sociales, políticos e internacionales».
Excepción entre sus antecesores, la experiencia al frente delos principales Ministerios, Hacienda, Interior y Relaciones Exteriores, le ayudaron a Callagham a desenvolverse como Primer ministro en una etapa siempre complicada.
Margaret Thatcher (1979-90)
La bautizaron Dama de Hierro por su fortaleza y decisión ante la adversidad. No le tembló el pulso para frenar las protestas de los mineros ni dudó en mandar a la flota al Atlántico sur cuando el general Leopoldo Fortunato Galtieri ordenó invadir las islas Malvinas.
Fue la primera mujer, en dos siglos y medio, en vencer a un hombre en las elecciones y posiblemente, la primer ministro que peor sintonía tuvo con la Reina. Isabel II no le tenía ninguna simpatía y llegó a mantenerla de pie durante uno de sus despachos más de una hora.
Jonh Major (1990-97)
Hombre serio, riguroso y formal gozó de un periodo de bonanza en Reino Unido. El país, bajo su gobierno, logró el periodo de crecimiento económico sostenido más prolongado. El mayor desafío lo tuvo con el proceso de Paz de Irlanda del Norte.
La Reina supo reconocer en este hombre, más joven que ella, su valía y apreció sus consejos para afrontar la crisis del divorció de Carlos y Diana. Tras la muerte de ésta, el príncipe de Gales le nombraría tutor de sus hijos.
Tony Blair (1997-2007)
El laborista hizo lo imposible –y finalmente lo logró– para convencer a la Reina de que debía abandonar Balmoral y mostrarse de inmediato en público tras la muerte de Diana. Isabel II se resistía porque quería permanecer junto a sus dos nietos: Guillermo y Harry.
Quizás fue la primera vez en su reinado que priorizo a la familia. El pueblo interpretó su ausencia como una falta de sensibilidad y desprecio a «la princesa del pueblo», como se conocía a Lady Di.
Lo cierto es que la Reina había ordenado retirar todos los aparatos de televisión de Balmoral para proteger a sus nietos y desconocía la marea humana que había salido a las calles con ofrendas florales, a llorar la muerte de la mujer del por entonces príncipe de Gales. La Reina desconfiaba de él y le reprochaba su afán de protagonismo.
Gordon Brown (2007-10)
El laborista estuvo al frente de la primera Ley de Cambio Climático del mundo. Al hoy Rey la iniciativa le entusiasmó. Ordenó la retirada de las tropas de Irak. La II Guerra Mundial había tenido a Isabel II con las botas puestas y profundizaba en cualquier asunto que hiciera referencia a un conflicto bélico.
De origen humilde, Isabel II, por primera vez en la historia, le invitaría con toda su familia a una audiencia tras su dimisión.
David Cameron (2010-16)
Pariente de la Reina, autorizó el referéndum de la independencia de Escocia en 2014 y se envalentonó con el resultado. Eso explica que se animara a repetir la operación con el Brexit, decisión de la que se arrepentiría hasta el día de hoy. La leyenda dice que la Reina era partidaria de salir de la Unión Europea, pero lo cierto es que no hay un solo testimonio o prueba que lo confirmara. Cameron escribió unas memorias donde violó la confidencialidad de sus entrevistas con la Soberana. llegó a escribir que a su último hijo lo había concebido en Balmoral. Isabel II no se lo perdonaría.
Theresa May (2016-19)
Heredo el problema del Brexit y se puso al frente de las negociaciones con la UE. Segunda mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra, tuvo más suerte que Thatcher y mantuvo un vínculo cordial, dentro del corsé de la monarquía, con Isabel II y el resto de la familia real que entendía el insoportable peso de la herencia recibida.
Boris Johnson (2019-22)
No hay noticias que indiquen que a la Reina Johnson le hacía gracia. Más bien, lo contrario. El primer ministro más payaso que haya pasado por Downing Street, escandalizó al país con las fiestas en confinamiento durante la covid que despejaron el camino para su dimisión.
Para disgusto de la Reina encima era divorciado y llegaba sin haberse casado con Carrie Symmonds. Ni siquiera fue capaz de respetar el luto por la muerte del duque de Edimburgo. Mientras la Reina lloraba su pérdida, en los parties corría el alcohol. Mintió, aunque lo negó, a la Reina cuando la aconsejó disolver el Parlamento. Ese episodio abrió una brecha severa en su relación.