Los separatistas también lloran a Isabel II
Tras la muerte de la Reina, el país exhibe sin fisuras un profundo sentido de Estado y respeto institucional. La ministra principal de Escocia, la independentista Nicola Sturgeon, se apresuró a lanzar un cariñoso mensaje honrando su memoria
Caminando por The Mall entre Union Jacks cuesta no sentir envidia hacia los británicos, no porque sean mejores, sino por la determinación con la que defienden lo suyo. La muerte de Isabel II ha despertado en España un inesperado fervor hacia la Corona británica, incluso entre quienes miran con recelo la impecable labor del Rey Felipe. Monarquía sí, siempre y cuando no sea la nuestra.
Carlos III pasea estos días por una Escocia acechada por el separatismo, entre la reverencia y el profundo respeto. La ministra principal, Nicola Sturgeon, en seguida lanzó un cariñoso mensaje a Isabel II, quien exhaló su último aliento en el castillo de Balmoral, en Aberdeenshire, la puerta de las Highlands escocesas. «Su vida fue de una dedicación y servicio extraordinarios. En nombre de la gente de Escocia, transmito mis más profundas condolencias al Rey y a la familia real», señaló la dirigente del partido Nacionalista Escocés (SNP, en inglés). Incluso el partido republicano irlandés Sinn Fein, antiguo brazo político del IRA, se sumó a las condolencias con un mensaje de la vicepresidenta de la formación. El país al completo aparca sus diferencias para exhibir sin fisuras un profundo sentido de Estado y respeto institucional.
¿Qué hubieran hecho, por ejemplo, Pere Aragonés, Torra o Puigdemont en una situación similar? Parece poco probable que el actual presidente de la Generalitat se aviniese a un comportamiento tan respetuoso, cuando le niega el saludo a Don Felipe en cuanto pisa Barcelona. Hemos sufrido, incluso, a un secretario de estado que afirmó que asaltaría el Palacio de La Zarzuela con el mismo fin que Lenin asaltó en su día el Palacio de Invierno y que «liquidaría» al Rey.
En Reino Unido, ni al más incendiario separatista republicano se le ocurriría manchar el nombre de Isabel II o poner una mala cara a Carlos III, quien a partir del lunes se embarca en una gira por Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Sería cesado de inmediato, mientras que en nuestro país camparía a sus anchas. El PSOE avaló, en mayo, tramitar una ley que despenaliza las injurias a la Corona propuesta por ERC y Bildu. Claro que teniendo un presidente como Pedro Sánchez tampoco llama a sorpresa.
Durante la proclamación oficial de Carlos III como Rey, en el Palacio de Saint James, miembros del Consejo de Ascensión de Escocia, Gales e Irlanda del Norte rubricaron su condición como jefe de estado con rictus solemne y perfectamente enlutados. En Gerona tenemos que estar pendientes de quienes tratan de boicotear una entrega de premios o quienes se escuecen porque ondee una bandera cuando en Reino Unido la han colado hasta en la taza del desayuno.
El poder de La Firma
La muerte de Isabel II resulta histórica, el fin de una era, pero decretar tres días de luto en los márgenes del Manzanares resulta un tanto desmedido. Hemos comprado lo que nos han querido vender. Reino Unido ha rentabilizado su monarquía como atracción turística, diseñando un completo merchandising con el rostro de Isabel II hasta en los botes de kétchup y mermelada. Ha exportado sus peripecias a medio mundo con series fabulosas como The Crown o películas como The Queen. Celebran por todo lo alto jubileos, bodas y cumpleaños, con una puesta en escena que hace olvidar los verdaderos problemas del país, que a día de hoy no son pocos. «No somos una familia. Somos una firma», sentenció Jorge VI, padre de Isabel II, haciendo alusión al apelativo de 'The Firm', como se les conoce popularmente.
Durante estos días de luto, los presentadores de la BBC visten de negro, se ha suspendido la Premier League y se ha prohibido la caza. Reino Unido llora a su Reina de forma digna y elegante. Exceptuando el perímetro de Buckingham no hay lágrimas trágicas ni desparrame sentimentaloide. El lunes 19, el mundo entero asistirá a un funeral donde desplegarán toda su pompa y circunstancia apelando a un orgullo identitario que les hace creer mejores.