El Papa Francisco, Vladimir Putin y Xi Jinping sitúan Asia Central en el foco de la atención mundial
Estos días Asia Central está siendo el foco de atención mundial por varios acontecimientos. En primer lugar, el Papa Francisco ha viajado a Kazajstán para participar en el Congreso de las Religiones Mundiales y Tradicionales.
En segundo lugar, los líderes de catorce países se citan en Samarcanda (Uzbekistán) para participar en la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), y entre ellos están Vladimir Putin y Xi Jinping. ¿Qué relevancia tienen estos hechos? ¿Qué se espera de ambos encuentros?
El Papa en Kazajstán
Habitualmente, los países de Asia Central no acaparan la atención de los titulares mediáticos en España si no es porque sucede algo negativo.
Sin embargo, el país más extenso de Asia Central –Kazajstán es cinco veces España— acoge esta semana el Congreso de los Líderes Mundiales y Tradicionales y es la primera vez que el Papa estará presente en ese evento.
Juan Pablo II viajó al país de las amplias estepas en septiembre de 2001, poco después de los atentados del 11-S, y centró su mensaje en la tolerancia y la convivencia pacífica entre personas de distintos credos.
En 2003 el primer presidente del Kazajstán independiente –Nursultán Nazarbáyev— reunió en su capital a representantes de una buena cantidad de religiones, con un doble objetivo: por un lado, promover el modelo de tolerancia religiosa y de convivencia interétnica que ese país puede ofrecer al mundo; por otro lado, impulsar, animar a los líderes religiosos a que trabajasen activamente en sus respectivas comunidades por la paz mundial.
Este Congreso se reúne cada tres años, aunque hay un órgano permanente que procura que los trabajos de los asistentes no sean puntuales, para darle continuidad a tan encomiable objetivo.
A ninguna de estas citas había acudido un Papa hasta ahora; que lo haga ahora Francisco, en silla de ruedas –como se ha visto en las imágenes cuando era recibido por el nuevo presidente Tokáyev—, en medio de una guerra que afecta al mismo corazón de Europa, no parece mucha casualidad.
Sin duda Francisco va a lanzar un mensaje de paz, de diálogo, de reconciliación, de poner la religión al servicio del bien común y no al servicio de intereses espurios –léase, subordinado al poder político; quien tenga oídos para oír, que oiga.
Hay otra parte de la visita al país que quizás no acapare tanto la atención mediática, pero tienen una importancia capital para la comunidad de españoles y de católicos que viven allí.
No sólo el embajador –Jorge Urbiola— es español, también lo son un puñado de sacerdotes y el presidente de la Conferencia Episcopal de Kazajstán –José Luis Mumbiela—. Sin duda, la visita del Papa servirá de impulso misionero, animando a personas de otros credos o incluso agnósticos o indiferentes a acercarse a las iglesias y preguntar por ese tal Jesús.
La cumbre de la OCS
Francisco coincide en la capital kazaja con Xi Jinping en la primera visita que el mandatario chino realiza al exterior desde el inicio de la pandemia. Aprovecha que tiene una cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la ciudad uzbeka de Samarcanda para realizar una pequeña gira por los países centroasiáticos.
Esta cumbre tiene su relevancia por varios motivos. En primer lugar, porque esta organización, como recuerda el presidente de Uzbekistán –Shavkat Mirziyoyev— no es un bloque defensivo contra nadie, no es una alianza militar contra Occidente, sino que es un foro de cooperación regional, para resolver los principales problemas que afectan a Asia Central y las superpotencias que la rodean.
Es comprensible que esta reunión levante suspicacias en mucha gente pues se reunirán Putin y Xi Jinping en medio de una guerra que está sangrando a Europa, pero nada más lejos de la realidad, pues el objetivo de la reunión no es que Rusia se atraiga a su causa a sus aliados en la zona, sino trabajar por elevar el nivel de seguridad de la zona frente a los tres grandes males señalados por la OCS: extremismo, terrorismo y separatismo.
En segundo lugar, Rusia no será el centro de atención, lo será Samarcanda, tradicional cruce de caminos por ser considerada el centro de la Ruta de la Seda, aquellas vías que unían comercialmente China y Europa y, por el camino, dejaban un poso de sabiduría y tolerancia.
Esto es lo que Mirziyoyev ha denominado «el espíritu de Samarcanda», donde se construye un mundo «unido e indivisible, no fragmentado», donde surgen nuevas relaciones entre los países, no basadas en la superioridad de nadie sino en la cooperación entre todos, pues todos se necesitan entre sí.
En sus palabras: «Sólo hay una manera de salir de la peligrosa espiral de problemas en el mundo interconectado en el que vivimos hoy en día: mediante el diálogo constructivo y la cooperación multilateral basada en la consideración y el respeto de los intereses de todos».
Es, sin duda, un momento decisivo en el que se pone de manifiesto que países con intereses tan dispares como India, Pakistán, Rusia o Uzbekistán pueden alcanzar acuerdos –más de treinta sólo en el marco de esta cumbre— de manera pacífica y siguiendo una lógica win-win, donde todos ganan.
El lema de la presidencia uzbeka es muy elocuente en ese sentido: «La OCS es fuerte si cada uno de nosotros es fuerte».
Ojalá ambos encuentros –el de Kazajstán y el de Uzbekistán— no se queden sólo en palabras, sino que produzcan frutos abundantes de diálogo y paz.