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El rey Carlos III y la reina consorte tienen problemas para firmar el libro de visitas de Hillsborough Castle, en Irlanda del NorteGTRES

Monarquía británica

Los gestos de Carlos III, ¿degradan a la Monarquía o se cargan las tintas con el Rey?

El intenso escrutinio público al que se ha visto sometido el nuevo monarca le ha pasado factura en los últimos días, aunque la mayoría de los británicos aplaude su gestión tras la muerte de Isabel II

La buena imagen que Carlos III se había granjeado por su gestión de la crisis por el fallecimiento de Isabel II empieza a verse amenazada por la actitud que el nuevo monarca ha mostrado en algunos actos públicos, en los que se ha mostrado visiblemente irritado ante pequeños detalles del protocolo.

El episodio más reciente tuvo lugar el pasado martes. El monarca de 73 años perdió la paciencia al firmar el libro de visitas del castillo de Hillsborough, sede oficial del Gobierno de Irlanda del Norte. «Por Dios, odio esta pluma», se quejó Carlos III tras mancharse la mano de tinta.

El monarca se levantó de la mesa y, visiblemente airado, siguió expresando su frustración: «¡No puedo soportar esta maldita cosa! (...) ¡Lo hacen cada puñetera vez!». Exasperado, el monarca abandonó la sala sin esperar a Camila, Reina consorte, que todavía debía estampar su rúbrica en el documento.

No obstante, las desventuras de Carlos III con este objeto comenzaron días antes, en su ceremonia de proclamación como Rey. En esta ocasión, el soberano realizó un gesto impaciente pidiendo a un ayudante desplazara un tintero que le impedía firmar con comodidad. El vídeo no tardó en viralizarse en redes sociales.

Estos episodios se unen a la polémica que ha provocado la decisión de prescindir de forma inmediata de un centenar de empleados de la que hasta ahora era su residencia oficial, Clarence House.

La opinión pública no ha tardado en comparar la actitud demostrada por el nuevo monarca con la que exhibió durante más de siete décadas su madre, Isabel II, que se forjó en este periodo una imagen de soberana discreta, diplomática y ajena a las polémicas personales.

Una gestión aplaudida por los británicos

Aun así, todo apunta a que la primera impresión de los ingleses respecto a Carlos III ha sido mayoritariamente favorable. Seis de cada diez británicos dicen tener confianza en que el nuevo jefe de la Casa Windsor será un buen Rey, según un sondeo publicado por la firma YouGov.

Sus apariciones públicas tras la muerte de Isabel II también son valoradas positivamente. Tres de cada cuatro encuestados opinan que ha demostrado un buen liderazgo en el periodo transición, que ha estado marcado por un primer discurso a la nación que contó con una aprobación rotunda (94 %).

Al contrario de lo que se podría inferir de sus gestos de los últimos días, la mayoría de los británicos no perciben a Carlos III como una persona arrogante o alejada de la realidad. El 55 % de los ciudadanos consultados por YouGov consideran que el nuevo Rey se preocupa por los problemas de la gente común, frente a un 22 % que considera no cree que sea así y un 24 % que no se pronuncia.

Un reinado con sello propio

La mayoría de los británicos tampoco ven como un problema su falta de neutralidad. Durante su etapa como príncipe de Gales, Carlos III se vio involucrado en numerosas controversias por sus posicionamientos sobre diversos asuntos públicos.

El sucesor de Isabel II envió con frecuencia cartas a ministros y altos cargos del Gobierno para presionar en favor de ciertos intereses políticos en asuntos agrícolas, el calentamiento global, cuestiones sociales, así como sobre planificación urbana y arquitectura.

El 53 % de los encuestados considera apropiado que comente los asuntos que le interesan como Rey, mientras que un 30 % no lo ve con buenos ojos. Solo son más reacios a esta posibilidad los mayores de 65 años, que, por otro lado, son el grupo de edad que más apoya a la Corona.

Sea como sea, todo apunta a que Carlos III impondrá su sello personal a su reinado. Así lo creen el 45 % de los británicos, frente a un 40 % que espera que siga la línea marcada por Isabel II durante sus más de siete décadas en el trono.