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Vladimir Putin en Samarcanda

Vladimir Putin, durante la pasada Cumbre de la Organización para la Cooperación de Pekín, en SamarcandaAFP

¿Derrocar a Putin? Posibles escenarios de sucesión en el Kremlin

La esperada sucesión de Putin en el Kremlin podría resolverse con una decepcionante línea continuista

El presidente ruso, Vladimir Putin, ha llamado a la movilización parcial para revertir la situación en Ucrania. El hecho ha aumentado la tensión, junto con la persistente amenaza nuclear.

Rusia depende cada vez más de China como aliado para evitar que su economía se vea seriamente dañada por las sanciones. Rusia parece debilitarse y los retrocesos de sus tropas en la región de Járkov han disparado la especulación sobre una pronta sucesión de Putin.

Pero lo cierto es que sacar a Putin del poder sería difícil. Moscú no ha experimentado ningún intento de golpe de Estado, con o sin éxito, desde la caída de la Unión Soviética. Ni siquiera ha habido complots serios, al menos conocidos públicamente. Menos todavía bajo el actual mandatario.

El enfrentamiento del expresidente ruso Boris Yeltsin con el Sóviet Supremo en 1993, terminó después de que los tanques rusos dispararan contra el edificio del Parlamento. Aquel hecho fue lo más parecido a un golpe de Estado que ha vivido el país. Nada más.

Sangrienta represión

En la antigua Unión Soviética, los golpes de Estado y sublevaciones eran inexistentes. Bajo Stalin, se desataron décadas de sangrienta represión que afectó a los principales funcionarios comunistas. De los 139 miembros y candidatos a miembros del Comité Central de la Unión Soviética elegidos en el Congreso del Partido de 1934, 98 fueron posteriormente arrestados y fusilados a instancias de Stalin.

En retrospectiva, parece hoy inconcebible que la élite del partido soviético tolerase a Stalin este comportamiento. Sin embargo, lo hicieron. Parte por el reconocimiento de los logros de Stalin como veterano revolucionario y líder de guerra, pero fundamentalmente fue el temor por sus propias vidas lo que les hizo callar.

Cuando murió Stalin, se produjo una lucha por el poder. La primera víctima fue su secuaz Lavrenti Beria, el temido ministro de Interior. Ya tenía el control de los servicios de seguridad, con una considerable información y capacidad de vigilancia, desde la que ejerció una brutalidad que ha quedado en los anales de la Historia.

Nikita Kruschev sacó a relucir los trapos sucios de Beria y Malenkov activó en secreto la intervención de los militares para el arresto del atónito Beria. Más tarde fue juzgado por un tribunal, en el que no se le permitió defenderse, para que no pudiera implicar a otros altos dirigentes en los crímenes del tiempo de Stalin. Fue declarado culpable y ejecutado.

Kruschev sobrevivió en la cima durante otros siete años antes de ser finalmente derrocado en un golpe, en octubre de 1964. A la cabeza de la conspiración estaba el propio protegido de Kruschev, Leonidas Brézhnev, que se aprovechó del creciente desencanto en las filas del partido y del gobierno con las interminables reorganizaciones burocráticas del líder soviético y su costumbre de humillar a sus colegas.

Brezhnev se apoyó en Alexander Shelepin, antiguo jefe del KGB, y en Vladimir Semichastny, posterior responsable del KGB. Aprovecharon la ausencia de Kruschev, que estaba de vacaciones en Abjasia, cuando fue llamado urgentemente a Moscú, donde sus colegas del Presidium le habían preparado una lista de quejas y le pidieron la dimisión. Los conspiradores astutamente mantuvieron a raya al resto de la élite del partido.

Brezhnev fue considerado, al principio, como una figura de compromiso, pero consolidó su dominio en el poder al facilitar la salida de sus rivales, sobre todo de Shelepin.

Lo interesante es que en estas luchas intestinas nunca hubo rastro de participación extranjera. Aunque se usaba, a veces, el argumento de que el derrocado servía a intereses occidentales, como fue el caso de Beria acusado por sus oponentes de ser un espía.

Luchas en el Kremlin

Seguir los giros de las luchas internas en el Kremlin es difícil. Las alianzas políticas en la cúpula tienden a cambiar muy rápidamente. Los resultados de las luchas de poder dependen de la percepción del éxito, y la mayoría de los actores prefieren mantenerse al margen.

Muchos analistas pronostican una larga permanencia de Putin en el cargo. Otros, sin embargo, a medida que se acerca su 23º aniversario, y cuando roza los 70 años de edad, confían en una pronta sucesión calculando cuidadosamente posibles escenarios:

El ministro de Defensa, Sergei Shoigu, tiene ahora un historial militar complicado por la campaña en Ucrania. Aun así, es esencial para cualquier complot o sucesión. El jefe del Consejo de Seguridad, Nikolai Patrushev, se menciona entre los sucesores de Putin, pero esto es poco probable, simplemente porque su edad, es mayor que el presidente.

También está el primer ministro ruso, Mikhail Mishustin, un tecnócrata hábil y una apuesta fuerte de futuro.

Otro es el ex primer ministro Sergei Kirienko, un liberal caduco, al que Putin ha confiado la supervisión del territorio ucraniano ocupado. Viktor Zolotov, antiguo guardaespaldas de Putin y actual jefe de la Guardia Nacional podría ser caballo ganador.

También, Alexander Kurenkov, otro antiguo guardaespaldas de Putin y actual ministro de «Situaciones de Emergencia». Por último, Yevgeny Prigozhin, confidente de Putin y oligarca ruso que controla el grupo paramilitar Wagner.

Pero los mencionados han participado y participan activamente en la política del mandatario ruso de modo que una sucesión sería continuista con la guerra para aplacar a los más nacionalistas o simplemente por inercia.

Estados Unidos y sus aliados sueñan con un cambio en el Kremlin, pero parece que las perspectivas no son muy halagüeñas.

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