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Sin banderaCarmen de Carlos

El segundo tiempo de Bolsonaro y Lula

Las elecciones son como los partidos de fútbol, hay que jugarlos y el resultado no está escrito. Ni para Bolsonaro, ni para Lula, por muy favorito que siga siendo

Jair Bolsonaro, una vez más, dejó descolocadas a las encuestas y a Brasil. Como sucediera en las elecciones de 2018, el capitán del Ejército y paracaidista demostró en las urnas que la guerra de las elecciones no ha terminado.

Los sondeos le daban como perdedor y así ha sido, pero su derrota es una victoria. Luiz Inacio Lula Da Silva no consiguió su segunda reelección en la primera vuelta y ahora debe batirse el cobre, el último domingo de mes, con un adversario fortalecido al que aventajó en cinco puntos y no en diez o quince como se pronosticaba.

Lula se quedó a poca distancia de la victoria definitiva (48 %). Ahí es donde patinaron groseramente los estudios demoscópicos que pocas horas antes de la votación apostaban fuerte a que sacaría el soñado respaldo de la mitad más uno de los votos válidamente emitidos (sin nulos ni blancos).

La abstención no favoreció las expectativas del viejo líder sindicalista que se libró de la cárcel por errores procesales, no porque fuera inocente de las causas de corrupción que empañaron su historia y dejaron al PT (Partido de los Trabajadores) enterrado en un fango del que, visto lo visto, ha logrado salir.

Los votantes de Lula están lejos de ser aquellos que se enamoraron de él en 2003. Los votantes del expresidente, en diferentes proporciones, le dieron su respaldo unidos más por el rechazo a Bolsonaro.

Al presidente de Brasil le subestimaron las encuestas que arriesgaron su prestigio. Quizás, más leales a una expresión de deseo que a la realidad. Pero también porque no supieron ver ni proyectar ese voto «vergonha» que se ha destapado en el escrutinio, la verdadera encuesta que le adjudicó un apoyo del 43 %.

La remontada ahora es posible aunque, de nuevo los sondeos, la dan como improbable. Bolsonaro no se rindió nunca y defendió hasta última hora que era víctima de una conspiración mediática en alianza con las encuestadoras. Aún así, su preocupación era real y recurrió hasta a Neymar para atajar la goleada que le anticipaban.

En ese proceso, el jefe del Estado de la República Federativa de Brasil, dinamitó el rigor del sistema electoral y llegó a amenazar con no respetar los resultados. Esa actitud es impropia de alguien que lleva a sus espaldas el peso de la primera economía de Sudamérica.

Esta segunda vuelta a todo o nada promete librarse en todos los frentes. Los debates, como lo fueron en la primera, serán a cara de perro, pero únicamente entre estos dos finalistas que, por desgracia para los brasileños, han conseguido polarizar y generar una crispación en la sociedad nunca deseable.

Los jefes de campaña deben analizar ahora cómo acometen la batalla final a la Presidencia. La partida sigue, pero toca barajar y dar de nuevo.

Entre las conclusiones que dejan las elecciones del domingo es que ni Bolsonaro genera tanto rechazo como se presuponía ni Lula es capaz de resucitar políticamente con la rapidez que se le atribuía.

A la liga de países hispanoamericanos de la izquierda (México, Venezuela, Colombia, Chile y Argentina) se les arruinó la fiesta para incorporar al club a Lula. A Joe Biden, se le terminó la supuesta certeza de que tendría un interlocutor válido en la región para contener las aguas revueltas de lo que fue el patio trasero de EE.UU.

Estados Unidos no cree en Bolsonaro y éste se ha ganado a pulso su desconfianza. La última vez la semana pasada, cuando Brasil se alineó con China, India y Gabón en Naciones Unidas y se abstuvo de condenar la anexión de los cuatro territorios ucranianos que Putin decretó suyos tras la parodia de los referéndums celebrados a punta de fusil.

Bolsonaro es torpe en sus relaciones internacionales y en la política nacional, pese al resultado, también. Vencer a Lula debería haber sido un paseo para él. No ha podido por su despreció a la Covid, por sus expresiones ofensivas y en ocasiones disparatadas contra el Poder Judicial, por su ataque al sistema electoral, al voto electrónico (sin conexión a internet y blindado a los hacker), por ser como una apisonadora con los medios de comunicación, las mujeres que no son la suya y las minorías a las que, por su cargo, estaba obligado a tratar con respeto aunque no las entienda.

Las formas en política hacen al fondo y el presidente de Brasil cayó, sin ninguna necesidad, muy bajo. Aún así, ha demostrado que es capaz de resurgir de sus cenizas y de empezar a enderezar la economía, que no es poca cosa.

Jair Bolsonaro fue a votar con una camiseta con los colores de la selección. Metió el gol que necesitaba a las encuestas y ahora le queda volcarse en el segundo tiempo. Las elecciones son como los partidos de fútbol, hay que jugarlos y el resultado no está escrito. Ni para él, ni para Lula, por muy favorito que siga siendo.