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Xi Jinping durante una ceremonia

Xi Jinping, durante una ceremonia el 30 de septiembre en la Plaza de TiananmenEFE

El Estado chino, una máquina de vigilancia bajo el mando de Xi Jinping

Las autoridades chinas han adoptado desde hace tiempo un enfoque autoritario de control social, especialmente desde la irrupción de Xi Jinping

Cuando Wen Chen se desahogó en redes sociales por el fastidio que suponía recibir una multa de estacionamiento, su mensaje en WeChat fue apenas una gota en el océano de publicaciones diarias en la mayor red social de China.

Sin embargo no pasó desapercibida y le acarreó problemas de inmediato.

La indignada diatriba del automovilista apuntaba a los «simplones» policías de tránsito, lo que le valió vérselas con el omnisciente aparato de vigilancia del Gobierno comunista.

El caso de Chen, uno de miles planteados por un disidente y difundidos por medios de comunicación locales, expone la omnipresente vigilancia que caracteriza la vida en la China de hoy.

Las autoridades chinas han adoptado desde hace tiempo un enfoque autoritario del control social.

Cuando Xi Jinping irrumpió en el poder en 2012, comenzó a frenar las corrientes sociales relativamente libres de la época, utilizando una combinación de tecnología, leyes e ideología para reprimir la disidencia y adelantarse a las amenazas a su Gobierno.

Aunque se presentan como acciones dirigidas a criminales y a la protección del orden, los controles sociales se usan también contra disidentes, activistas y minorías religiosas, así como contra personas ordinarias, como Chen.

Ojos en el cielo

El chino promedio actualmente pasa cada momento despierto bajo el ojo vigilante del Estado.

La firma de investigación Comparitech calcula que una ciudad promedio de China tiene 370 cámaras de seguridad por cada 1.000 personas, lo que las convierte en los sitios más vigilados del mundo. En comparación, Londres tiene 13 por cada 1.000 habitantes y Singapur 18.

El proyecto nacional de vigilancia «Skynet» se ha expandido, con cámaras capaces de reconocer rostros, ropa y edad.

«Estamos vigilados todo el tiempo», comentó a AFP un activista ambiental que pidió no ser identificado.

El control del Partido Comunista es más duro en la región occidental de Xinjiang, donde el reconocimiento facial y la recolección de ADN se han empleado en especial con las minorías musulmanas por motivos de antiterrorismo, según las autoridades.

La pandemia de la COVID-19 reforzó el sistema chino de vigilancia, con personas rastreadas por una aplicación en sus teléfonos móviles que determina dónde pueden ir según un código de colores: verde, amarillo y rojo.

Las regulaciones vigentes desde 2012 cerraron los portillos que permitían comprar tarjetas SIM sin facilitar el nombre, e impusieron una identificación gubernamental para tomar casi cualquier forma de transporte.

Ofensas en internet

En internet tampoco hay respiro, ya que incluso las aplicaciones de pago requieren registrarse con un número de teléfono vinculado a un documento de identidad.

Wang, un disidente chino que usó un pseudónimo para hablar con AFP por motivos de seguridad, recordó que antes de Xi, los censores no estaban al tanto de todo y «contar chistes sobre (el expresidente chino) Jiang Zemin en internet era muy popular».

Pero el internet chino, resguardado por el «gran cortafuegos» desde inicios de los años 2000, se ha convertido cada vez más en un espacio vigilado.

Wang está a cargo de una cuenta de Twitter que sigue miles de casos de personas detenidas, multadas o castigadas por declaraciones desde 2013.

Gracias a un sistema de verificación de nombres y a la cooperación entre policías y plataformas de redes sociales, muchos sufrieron castigos por ofensas en internet.

Plataformas como Weibo disponen de miles de moderadores de contenido que, automáticamente, bloquean palabras clave sensibles, como el nombre de la tenista Peng Shuai, que el año pasado acusó a un alto cargo chino de agresión sexual.

Vigilancia ideológica

Otros países también han empleado muchas de las tecnologías de vigilancia.

«La verdadera diferencia en China es la ausencia de una prensa independiente y una sociedad civil capaces de hacer críticas significativas o señalar las deficiencias de esas innovaciones», comentó a AFP Jeremy Daum, del Centro Paul Tsai sobre China en la Universidad de Yale.

Xi moldeó la sociedad china a su antojo, y ahora el Partido Comunista estipula lo que los ciudadanos «deben saber, sentir, pensar, decir y hacer», indicó a AFP Vivienne Shue, profesora emérita de estudios contemporáneos chinos de la Universidad de Oxford.

A los jóvenes se les mantiene alejados de las influencias extranjeras. Las autoridades censuran libros internacionales y prohíben a las empresas de tutoría de alumnos contratar a profesores extranjeros.

«Lo que más me molesta no es la censura misma, sino cómo moldea la ideología de la gente», expresó Wang, el propietario de la famosa cuenta de Twitter.

«Con la supresión de la información disidente, cada página web se convierte en un culto de adoración al gobierno y las autoridades».

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