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El presidente chino, Xi Jinping, junto con el presidente ruso, Vladimir PutinAFP

Así es la liga de los líderes autoritarios que presiden Vladimir Putin y Xi Jinping

Los presidentes ruso y chino son el máximo exponente de una generación de «hombres fuertes» que han asumido el máximo poder en sus países y que aspiran a establecer un nuevo orden mundial

Vladimir Putin, Xi Jinping, Recep Tayyip Erdoğan o Narendra Modi son lideres muy diferentes que, sin embargo, tienen un elemento en común: son hijos de una nueva generación de mandatarios políticos que, cada vez más, cobran mayor protagonismo en la esfera geopolítica.

Se trata de una generación de los líderes autoritarios, una suerte de liga de jefes de estado y primeros ministros que funcionan según los criterios de la política del «hombre fuerte».

En su obra La era de los líderes autoritarios (Crítica), el periodista del Financial Times, Gideon Rachman, expone que «estos líderes fomentan el culto a la personalidad. Son nacionalistas y conservadores sociales, con poca tolerancia a las minorías, la disidencia o los intereses extranjeros».

En casa afirman defender a la gente común contra las élites globalistas; en el extranjero, se presentan como las encarnaciones de sus naciones

«En casa afirman defender a la gente común contra las élites globalistas; en el extranjero, se presentan como las encarnaciones de sus naciones», añade.

Una característica común de los hombres fuertes que conforman esa liga de líderes autoritarios es la construcción por medio de la propaganda, en el imaginario nacional, de la existencia de un enemigo exterior que pretende destruir el país.

Tanto Rusia como China siguen esa estrategia respecto a Occidente. Putin justificó su invasión a Ucrania con el argumento de que Estados Unidos y sus aliados habían parasitado las estructuras del Estado ucraniano para utilizarlo contra la integridad y seguridad de Rusia.

Pekín, por su parte, acusa a Estados Unidos de promover el independentismo al apoyar el sistema democrático de Taiwán y su soberanía.

Putin, el pionero

Rachman defiende que, del mismo modo que esta nueva era de líderes autoritarios la inauguró Vladimir Putin, podría acabar con él. El motivo, su fracaso en la guerra de Ucrania.

«A pesar de los horrores vinculados a la invasión rusa en Ucrania, la guerra bien podría ser un punto de inflexión global en un sentido positivo», argumenta.

Si Putin sufre una derrota en Ucrania, ese fracaso podría suponer el principio del fin de los líderes autoritarios

«La era de los líderes autoritarios empezó con Vladimir Putin. Si sale vencedor en su guerra en Ucrania, el estilo del hombre fuerte que él personifica podría seguir cosechando prestigio y partidarios en todo el mundo. Pero si sufre una derrota, ese fracaso podría suponer el principio del fin de los líderes autoritarios», asegura.

Incluso en países, como los europeos, donde no ha triunfado el modelo de líder autoritario que se ha impuesto en Rusia o China, los líderes políticos se han dejado llevar por la marea dominante y han adoptado tics de «formas de liderazgo del hombre fuerte».

Sería el caso, según Rachman, del caso de Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Reino Unido, o Viktor Orbán en Hungría.

Según el autor, hay más casos en el mundo: Jair Bolsonaro en Brasil, Andrés Manuel López Obrador en México, Rodrigo Duterte en Filipinas, Benjamin Netanyahu en Israel, incluso líderes que presumen de pedigrí democrático caen en la tentación de determinadas actitudes propias del político fuerte, como es el caso de Emmanuel Macron.

El autor cita también el caso de Arabia Saudí, donde el ascenso de Mohamed Bin Salmán estableció en la teocracia árabe un sistema inspirado en el modelo del hombre fuerte.

En todos estos países, incluso en aquellos que ya poseían estructuras estatales autoritarias, se pasa de un sistema de gobierno colegiado, en mayor o menor grado, a otro sistema donde el poder de decisión reside en una sola persona.

Es el caso mismo de la monarquía saudí donde, antes de Bin Salmán, existía un equilibrio de poder entre las diferentes facciones dentro de la familia real.

Lo mismo sucedía en China. Antes de la llegada de Xi Jinping las estructuras del Partido Comunista chino tenían una capacidad para orientar la deriva del gigante asiático que el ahora reelegido líder se ha encargado de limitar al máximo.

Falso aperturismo

Otro elemento común: en el momento de su ascenso al poder, prácticamente todos estos líderes autoritarios se presentaron ante el mundo como aperturistas, dialogantes y modernizadores.

Putin, tras su llegada al poder en 1999, se presentó como un líder cercano a las potencias occidentales. Erdogán llegó al poder en Turquía con promesas de reformas democráticas y aspiraciones europeístas.

Modi pretendía que lo vieran como el pacificador que iba a coser las heridas religiosas y sociales de India. Algo parecido pasó con Xi Jinping, un líder que se parecía llamado a introducir las reformas liberales que China necesitaba.

Por no hablar de Bin Salmán, que antes del asesinato del periodista Jamal Khashoggi era visto por la prensa occidental como el heredero que dejaría atrás el autoritarismo salafí imperante en el estado saudí y abriría las puertas a los derechos de las mujeres y el pluralismo.

Con los años, todos ellos fueron aumentando su poder, limitando los espacios de libertad

Nada de eso ocurrió. Con los años, todos ellos fueron aumentando su poder, limitando los espacios de libertad de sus sociedades y asediando los derechos humanos.

Su estrategia totalitaria -en el sentido de que pretender controlar la totalidad de los escenarios sociales, económicos y políticos- comienza por el control de la Justicia.

Una vez neutralizada la independencia judicial, eliminan todos los demás ámbitos de pluralismo, sobre todo en la prensa y la oposición política.

Por último, proceden a establecer un control absoluto de los ciudadanos de a pie, tarea en la que encontraron un gran aliado en las tecnologías de internet: «Ahora que la red y los teléfonos móviles son esenciales para la vida en una sociedad moderna, las autoridades chinas pueden controlar las actividades de sus ciudadanos de maneras verdaderamente orwellianas».

En esta liga de los líderes autoritarios, «cada vez es más difícil mantener la fe en que la verdad, la valentía y las protestas populares acabarán triunfando sobre el autoritarismo».

En ese sentido, cita las fracasadas manifestaciones masivas registradas en Venezuela, Bielorrusia, Hong Kong o la misma Rusia contra sus líderes autoritarios. En todas ellas las protestas acabaron igual: una dura represión y el líder firmemente amarrado a la poltrona del poder.

De todos los líderes citados, Vladimir Putin, sería el arquetipo de esos «hombres fuertes» instalados en la más alta responsabilidad de sus países. Xi Jinping, por su parte, sería el más poderoso, mientras que Erdogán o Modi serían los alumnos aventajados.

Esta liga de los hombres fuertes dio sus primeros pasos en los primeros compases del siglo XXI, tras unos años 90 del siglo XX en que las democracias parecía que habían obtenido un triunfo para décadas tras la caída de la Unión Soviética y el bloque comunista.

El gobierno del hombre fuerte ha estado asociado a la violencia, las conquistas y la anarquía internacional

Sin embargo, sobre todo a partir de la segunda década del siglo XXI, estos líderes comenzaron a adoptar cada vez más estructuras autoritarias.

«Nos hallamos en medio del ataque global más prolongado que han sufrido los valores democráticos liberales desde la década de 1930», asegura. «En los últimos quince años se ha producido el declive más sostenido de la libertad política en todo el mundo desde la década de 1930».

Aunque reconoce que, pese a todo, las democracias se mantienen por delante de los regímenes autoritarios en número de Estados, advierte que desde el ascenso al poder de los «hombres fuertes», «se ha instaurado un proceso de erosión democrática».