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Lula y Bolsonaro

Luiz Inácio Lula da Silva (presidente electo) y Jair Bolsonaro, presidente en ejercicio hasta el 1 de enero de 2023AFP

La derecha se queda sin espacio en Iberoamérica y la izquierda reconquista el continente

De Estados Unidos a Chile; en todo el continente no ha habido un solo jefe del Estado que haya podido conservar el poder desde que «el virus chino», como se refería Donald Trump a la Covid-19, saliese de las fronteras del gigante asiático

La victoria de Luiz Inácio Lula da Silva ha sido la derrota de Jair Bolsonaro, pero el todavía presidente de Brasil ha hecho una elección formidable. Aunque el resultado haya sido amargo, la remontada del candidato liberal entre la primera vuelta del 2 de octubre y la del pasado domingo no tiene precedente en ninguna otra elección anterior.

La diferencia entre uno y otro no llegó siquiera a dos puntos mientras en la primera vuelta Lula le aventajaba por más de cinco. Así las cosas, no parecería descabellado pensar que si hubiera tenido una semana más, Bolsonaro podría haber dado la sorpresa y logrado la reelección, algo que no ha conseguido hasta ahora ningún presidente ni partido en el Gobierno que haya tenido que gestionar la pandemia en las Américas.

En 2019 ya se registraron, aunque a finales de año, los primeros casos de coronavirus. China guardó un silencio ominoso y en enero, febrero y marzo el virus ya se había extendido por Europa hasta el nuevo mundo.

Desde entonces, el oficialismo de todos los países ha ido perdiendo una tras otra las opciones de sostenerse en el poder, y el mapa de Iberoamérica se ha ido tiñendo de rojo en Sudamérica con apenas tres excepciones: Ecuador, Uruguay y Paraguay, que tendrá elecciones el próximo año.

En 2020 República Dominicana y Bolivia acudieron a las urnas. Luis Abinader, del Partido Revolucionario Dominicano, se impuso al resto de los candidatos. Su antecesor, Danilo Medina no fue capaz de presentar un delfín competitivo. Diferente fue lo que sucedió en Bolivia, donde el expresidente Evo Morales, refugiado en Argentina, organizó el relevo de Janine Añez con maestría.

Luis Arce, su ex ministro de Economía, triunfaría ese año en las elecciones junto al excanciller de Evo Morales, David Choquehuanca como vicepresidente.

El regreso del MAS (Movimiento Al Socialismo) al poder supuso el regreso de Morales a La Paz y a las seis Federaciones del Trópico de Cochabamba, para seguir manejando la producción de coca. De paso, sirvió en bandeja la revancha del socialista que presume de indígena, contra la ex presidenta, encarcelada hasta ahora.

Janine Añez ha sido privada de libertad y de sus derechos civiles en un proceso judicial descalificado dentro y fuera de Bolivia. La mujer que, pese a sus errores, hizo posible que se celebrasen unas elecciones libres y transparentes, ha denunciado abusos y suplicios en prisión donde intentó quitarse la vida.

En 2021 Ecuador, Perú, Honduras, Chile y Costa Rica, se despedían de los partidos del Gobierno. Todos fracasaron en las urnas. Costa Rica fue el único que cambió un Ejecutivo de izquierdas por otro de derechas, con Rodrigo Cháves Robles (Progreso Social Democrático). A Honduras llegó Xiomara Castro, la mujer del expresidente sacado del poder a punta de bayoneta, Manuel Zelaya, y representante del Partido Libertad y Refundación.

Centrados en Sudamérica, el cimbronazo o la sacudida más intensa se vivió ese año con el triunfo de Gabriel Boric. El joven activista y agitador, por aquellos rebotes del destino, terminó sucediendo a Sebastián Piñera en el Palacio de la Moneda el 11 de marzo de este año.

Chile, por primera vez desde el retorno de la democracia en 1990, estrenaba una Administración de izquierda y lo nunca visto, en la coalición estaba el Partido Comunista. El mapa de la región, en ese momento, se teñía de colorado y de los países grandes sólo quedaba Colombia con un Gobierno de centro derecha, aunque sería por poco tiempo.

Históricamente orientada a la derecha, Colombia rompía su tradición y cedía el poder al ex guerrillero del M19 y exalcalde Bogotá, Gustavo Petro. El 7 de agosto protagonizaba una ceremonia de investidura no exenta de polémica con la réplica de la espada de Simón Bolívar, símbolo de la guerrilla que le tuvo entre los suyos.

Brasil, con Ecuador, Uruguay y Paraguay se convertían en el último reducto o la resistencia de la marea roja que inundaba el mapa. Pero este escenario tampoco duraría mucho.

La victoria de Lula el domingo pasado dejó reducido ese número en Sudamérica a tres pequeños países rodeados por gobiernos que forman un frente común en torno al Foro de Sao Paulo, vieja iniciativa de Lula que, sin duda, recobrará bríos con su mentor de nuevo en el palacio de la Alborada. También el Grupo de Puebla al que pertenece José Luis Rodríguez Zapatero estaba el domingo de parabéns.

El entusiasmo en la Cuba de Miguel Díaz-Canel , la Venezuela de Nicolás Maduro y lo que queda de la Nicaragua de Daniel Ortega, quedó claramente manifestado por sus dirigentes. Lo mismo sucedió en Argentina. Al punto de que a Alberto Fernández le ha faltado tiempo para subirse a un avión y hacer una visita al presidente electo y a Cristina Kirchner para subir a su Twitter fotos suyas con Lula.

Las relaciones bilaterales entre los dos vecinos han sido tensas con Bolsonaro, pero si Fernández piensa que Lula le va a resolver sus problemas, se equivoca. El líder del PT (Partido de los Trabajadores) demostró en sus dos Gobiernos (2003-2010) que los intereses de Brasil (y los de su bolsillo) están por encima de todo. Entonces, el Congreso y el Senado comían en su mano. Hoy, al menos por ahora, lo seguirán haciendo en la de Bolsonaro, que tiene mayoría en ambas Cámaras.

El excapitán del ejército y exparacaidista tiene que afinar bien su plan de resistencia en la oposición o preparar las maletas antes del 1 de enero. Ese día Lula será investido por tercera vez presidente. La tradición impone que sea Bolsonaro el que le entregue el testigo o la banda presidencial. La realidad, visto lo visto, parece que será otra.

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