257 días de guerra en Ucrania
La guerra de los soldados ucranianos que vigilan la frontera con Rusia: «Que se queden en su país»
El comandante ucraniano señala hacia un poste eléctrico y un árbol a menos de un kilómetro de distancia. «La colina verde, allí es Rusia», explica el militar que ayudó repeler a las tropas rusas hasta su lado de la frontera en septiembre pasado.
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Frente a él un puente –destrozado y sumergido en el río Donets–, el bosque y luego la gran ciudad rusa de Belgorod.
La retirada final de las tropas rusas del pueblo fronterizo y agrícola de Starytsya, el 12 de septiembre, es uno de los puntos fuertes de la contraofensiva ucraniana en el noreste.
En Starytsya, la frontera está tan cerca que la compañía telefónica se equivoca y envía un SMS «Bienvenidos a Rusia».
«Cada uno en su casa. Los rusos tienen su país. Que se queden en él», comenta a Afp el comandante de la 127ª brigada ucraniana, Roman Grishchenko, al frente de 5.000 hombres de la Defensa territorial, que custodian este territorio liberado que va desde la ciudad ucraniana de Járkov hasta la frontera rusa, a 30 kilómetros al este y al norte.
Esta frontera entre ambos países, heredada del fin del Imperio ruso en 1917 y restablecida a la independencia de Ucrania en 1991, fue una de las primeras en ser forzada por las columnas de tanques enviados vía Belgorod el 24 de febrero.
Ahora, la «situación se estabilizó» y la zona es «absolutamente segura», estima el comandante Grishchenko, que la patrulla con un dispositivo discreto de seguridad.
El peligro principal sigue siendo «los ataques de drones» y menos frecuentemente los ataques de artillería y el de los comandos rusos de infiltración, añade.
Vigilar posibles infiltraciones rusas
La última posición oficial ucraniana está enterrada en una trinchera a un lado de una carretera fangosa que conduce directamente a Rusia. Más allá, están apostados los soldados de las fuerzas especiales y los guardias fronterizos.
«Esta colina de ahí, a 500 metros, es la frontera. Mi tarea principal es vigilar la situación alrededor de nuestra posición. Estar atento a posibles movimientos», explica «Sanches», encargado de cubrir la posición en caso de ataque ruso.
El centinela, que permanece solo y con el dedo apoyado en el gatillo, ya no vive con el mismo miedo que hace unos meses. Su puesto de control está blindado, calefaccionado y conectado a internet.
Por su parte, «Cheleh», de 32 años, soldado de la brigada 127, hace desfilar en la pantalla de su computadora los vídeos de vigilancia de la frontera en tiempo real. Son principalmente imágenes de matorrales y caminos de tierra.
«Aquí controlamos nuestro lado (de la frontera) y los posibles cruces que podrían ser utilizados para infiltraciones», explica. «Para contrarrestarlos se instalaron cámaras que nos permiten vigilar día y noche desde nuestra posición, que es segura en caso de bombardeos», continúa.
Esa misma mañana, una columna compuesta por diez soldados rusos se desplazó dentro del territorio ucraniano antes de ser atacada por un dron de la 127ª, que les lanzó una granada, obligándolos a retirarse, según un video transmitido a Afp por la unidad de comunicación de la brigada.
En la parte delantera de su Jeep militar, su comandante, vuelve en peregrinación a varios sitios de la batalla. Un campamento ruso ahora abandonado y, más lejos, un trozo de río en el que se sumergieron en mayo para sorprender a las fuerzas especiales rusas.
En el camino a la salida de un pueblo, el primer tanque T-90 enemigo destruido en Ucrania. El comandante Grishchenko lamenta no haber podido reciclarlo para sus tropas. «Si hubiéramos tenido en marzo el armamento que tenemos ahora, ya estaría en la Plaza Roja», se jacta.