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Kassym-Jomart Tokayev, presidente de KazajistánAFP

Elecciones en el país euroasiático

Cortejado y liberado, Tokayev ganará otra vez la Presidencia de Kazajistán

Basta una visita a las oficinas de campaña de los candidatos para darse cuenta de que Tokayev y solo Tokayev es un candidato sólido

Dentro de unas horas, Kassym Jomart Tokayev, actual presidente de la República de Kazajistán, volverá a ganar las elecciones. Ya lo hizo en junio de 2019 con el 70,9 % de los votos. Y lo hará esta vez con un porcentaje desconocido todavía, sobre el que nadie se atreve a apostar. Los otros cinco candidatos han puesto sus esperanzas en que obtenga menos del 50 % de los votos, lo cual no deja de ser un deseo muy poco fundado. Basta una visita a las oficinas de campaña los candidatos para darse cuenta de que Tokayev y solo Tokayev es un candidato sólido.

Hoy hace frio aquí en Astana, la capital de esta exrepública soviética, «porque hoy solo nieva y no sopla el viento», dice un kazajo. Menos diez grados de máxima para este domingo no es nada que arredre a un descendiente de mongoles acostumbrados a las estepas para quedarse en casa y no votar.

El Museo de la Energía de Astana

Astana nevado el fin en la jornada electoral

El presidente de la Junta Electoral Central se dirige a los periodistas

Esta víspera lo que en España llamaríamos la «fiesta de la democracia». La tribu de periodistas internacionales que ha caído como paracaidistas sobre la ciudad va a ser guiada por las autoridades del país en un tour nada turístico: los cuarteles generales de los principales candidatos. La tribu ha gastado el Día del Silencio (Dia de Reflexión) que manda la ley electoral kazaja en hacer acopio de notas para crónicas como esta.

La tribu periodística en una de las furgonetas del Ministerio de Exteriores kazajo

El punto de partida de la gira está en el Bulevar Nurhol, centro de Astana, en la sede Amanat, el principal partido y apoyo incontestable del presidente Tokayev. Todo allí es azul y blanco, los colores de la bandera nacional. Todo es joven, todo es occidental: pantallas gigantes en los tres niveles de esta oficina electoral tipo loft que tiene hasta un futbolín para estudiantes voluntarios que aporrean sus teléfonos móviles como cualquier europeo en la veintena. Los dirigentes reciben a la treintena de periodistas con las sonrisas francas y aspecto fresco. Visten tajes entallados, ni rastro de corbatas, ni de arrugas. Más de la mitad no llega a los 30. Solo los jefes se acercan a los 45. Nos pasean por este cuartel general de campaña que no se ha hecho para combatir sino para mostrar. Por eso nos hacen más fotos que nosotros a ellos. Nos van a mostrar al mundo.

Oficina de campaña de Amanat

Oficina de campaña de Amanat

Estudiantes voluntarios en el cuartel general de Amanat

Mostrar que Nursultan Nazarvayev es un pasado que queda atrás, que se ha hecho un referéndum Constitucional este mismo año, que el presidente ha firmado nuevas leyes para desarrollarlo. En suma, que el sistema se está reseteando. Menos poder para el presidente, más poder para el Parlamento, que se elegirá también adelantado; para el nuevo Tribunal Constitucional, que arranca en 2023, y para los nuevos alcaldes que serán elegidos en un sistema mixto.

Las nuevas leyes y los nuevos calendarios también dejan definitivamente a algunos fuera del poder: a los familiares y amigos de Nazarvayev, incluido su propio sobrino ahora en prisión, y a todos los demás que ocupaban cargos en multitud de entidades públicas y privadas. Este espacio tan azul y moderno, con su sala de prensa anexa, guardado por pulcros guardias de seguridad de paisano. También muestra que el poder kazajo no está dispuesto a que le zarandeen ni desde dentro ni desde fuera del país. Esto vale para los antiguos jefes de los aparatos de Seguridad del Estado vinculados al pasado y también para los radicales armados, que hicieron de unas protestas por la subida del gas un enfrentamiento saldado con 240 civiles y policías muertos en enero pasado. Demasiados. No lo va a borrar, pero los juicios a policías y agentes de seguridad encausados por torturas, y la propia amnistía decretada por Tokayev para miles de detenidos, al menos no lo ha abierto más la herida.

En este lugar tan conectado al estilo de una startup tiene un ordenador en el que reciben las peticiones de los que en horas serán votantes contantes y sonantes. Llevan más de 40.000. Cuatro personas, invariablemente jóvenes y con mayoría femenina escrutan seis pantallas de televisión con grabaciones de los actos de campaña y Euronews en directo. Predicando con el ejemplo porque la ley asegura ahora un 30 % de las listas a los jóvenes y las mujeres.

El presidente, obviamente, no está, pero Askhat Orlov, con sus rasgos esteparios y su conversación informal en ruso, es un bálsamo capaz de convertir una visita de periodistas a un país cada vez menos cuestionado por la OSCE en un corrillo continuo donde un informador lituano ejerce de traductor provisional hasta que llega la traductora oficial y le deja en evidencia con una profesionalidad pasmosa y juvenil, claro, juvenil.

Askhat Orlov, secretario general de Amanat

Panel de control de televisión de la oficina electoral de Tokayev

Orlov sabe que no va de farol, que The Economist, Josep Borrell (alto representante UE), Charles Michel (presidente del Consejo de Europa) y hasta Joe Biden están cortejando a su país. Los dos europeos lo han visitado recientemente. Y es que los amigos de mis enemigos pueden ser buenos amigos si se dan la vuelta. No son solo las materias primas kazajas las que cotizan al alza sino también la posibilidad de asilar a Rusia un poquito más.

Ejemplo de la campaña del presidente Tokayev

Pantallas gigantes que ilustran la infancia de Takayev

Tokayev ha hecho pública una posición clara de neutralidad que demanda el respeto a la integridad territorial y a la soberanía de los estados junto con el respeto al derecho internacional, puede decirlo en kazajo o en ruso, pero difícilmente lo hará en inglés. Como antiguo ministro de exteriores y alto cargo en la ONU podría porque es políglota, pero el ruso es mucho más usado en Kazajistán.

Astana es la ciudad de los roperos. Cuatro capas contra el frio hace imprescindible quitarse tres cada vez que entras bajo techo. De menos diez a más 25, eso hacen 35 grados de sopetón. Tras una larga rueda de prensa, indistinguible de una en unas elecciones occidentales, para bien y para mal muchas palabras, comemos cosas que no sabemos pronunciar y que se parecen a otras cosas de muchos países que conforman la Babel de la tribu de periodistas. Orlov se despide solicito. Es hora de hacer cola y, embutiéndonos en plumas y polares, dirigirnos al siguiente cuartel general electoral. No sabemos que vamos a viajar a otra dimensión: la de los otros candidatos.

Todos los conductores de furgonetas kazajos que transportan gentes que informan llevan a todo volumen música de canciones pop internacionales o una especie de folk clasicón. Cuando el nuestro nos deja frente a la sede del Partido Democrático Patriótico Popular, se empieza a barruntar que hemos cambiado de liga. Esto no es la Champions.

La sede política del candidato Jiguli Dairabaev es compartida con una variopinta cantidad de pequeñas empresas. En el panel del hall los occidentales podrían confundirlas con departamentos del partido, pero la ilusión de grandeza se desvanece cuando un flyer junto a ascensor proclama rotundo que hay un estudio de manicura en alguna planta.

Un estudio de manicura comparte sede con el Partido Democrático Patriótico Popular

Carteles con el currículum abreviado de Jiguli Dairabaev

Sede del Partido Democrático Patriótico Popular

Se acabó la juventud. Desde el portal hasta la mesa de comparecencia, todos están cerca de los 70. El ascensor está chapado en cromo biselado, como remachando la cifra con la estética de la década. Es lento, se parece a cualquier cosa menos a una partida de futbolín.

Apenas hemos entrado el cuartelillo general, ladra un perro. Un «soldado de reenganche» nos adelanta por la derecha. Es hábil, teniendo en cuenta que hay 10 personas y varias cámaras con trípode en el estrecho pasillo. Abre una puerta deprisa, como solo las abren los que van a echar una bronca, y ahí están: dos hombres con bronceado labriego sentados a dos mesas minúsculas de funcionario curtido en el paso del tiempo. Busco con la mirada el perro, pero la puerta se cierra deprisa, como se cierran las puertas a los que no van a triunfar.

Sala de presentación del candidato Jiguli Dairabaev

Los periodistas atestan la sala. Las sillas son grises, como la nieve de Astana, como el cielo aquí, como la tarde y el aire que es de un gris casi líquido. Quien estuvo en las anteriores elecciones presidenciales puede atestiguar que este gris pasará. Las estanterías cargan con docenas de libros encuadernados con tapas verdes idénticas. Ya no hay nada audiovisual. Solo un poster del tamaño de una valla publicitaria exterior muestra al candidato de apariencia jubilado en un campo de cereal detrás. Recuerda a un anuncio de seguros agrarios. Todo el mundo sabe que sin pantallas no hay paraíso.

Un señor en la misma edad de jubilación habla durante diez minutos en kazajo (importante, no en ruso). Es Toleutai Rakymbelov, presidente del Partido Democrático Patriótico Popular. Rotundo, firme, intransigente como un imperio antiguo. Declama una frase. El traductor traduce. Declama otra frase. El traductor traduce. Una sola vez detiene el bucle y se para en mitad de la frase, Su mirada emplaza al traductor a mediar su trabajo en dos veces. Resumen: «Le debemos todo a Nazarvayev, tenemos empleo por él». Es curioso, a la salida una anciana que pasa por la acera nos grita lo mismo al ver que somos extranjeros.

La tribu se dispone a cabalgar de nuevo

Aunque asegura que han usado mucho las redes sociales, su campaña sería el sueño de un tecnófobo: 2.000 acciones personales en el medio rural con 6.100 colaboradores voluntarios.

Por fin, habla el candidato. Mesurado, tranquilo, como un agricultor que aspirará a la procuraduría en Cortes de Castilla y León. Un hombre bueno, que se llamaban antes. El pelo blando, el rosto lleno. No hay en la sala nadie que saliera más auténtico sobre un campo de cereal. Si no hubiera uno mejor le votarías, seguro. Parecen hombres de conciencia, de nación, de campo. Saben lo que les espera, como cuando se pierde la cosecha: «No estamos para coger el poder», «Tenemos tradiciones nómadas, pero somos agricultores. Queremos orden en las calles», «No confundamos la hospitalidad con la debilidad». Traducción: gente de orden, nada de protestas, cualquier tiempo pasado fue, como mínimo, tan bueno como el futuro.

El candidato dice representar a 400.000 miembros del partido dispuestos a respaldar la integridad territorial y la soberanía de Kazajistán. Lo dice remarcando con la punta del dedo en la mesa, mirando fijamente al traductor. Él sabe y ellos saben que Tokayev también lo está, lo ha demostrado. También quiere desmonopolización, mercado, diversificación, política.

Nos vamos. Un minuto en la calle y la tinta del bolígrafo se hace más densa.

Los rascacielos de Astana grises y altivos

Tercera parada. La sede del partido del candidato Meiram Kazhyken, y de Mancomunidad de Sindicatos Amanat. «Nada que ver con el partido Amanat (apoyo de Tokayev)», enfatiza el jefe de la oficina de campaña de Kazhyken. Está solo en una sala más pequeña que la del anterior cuartel general.

«¿El candidato no ha venido?», termina por preguntar alguien después de escucharle durante diez minutos. El candidato no ha venido. Tiene catarro. Descubrimiento colosal: los kazajos se pueden resfriar.

Un jefe de oficina de campaña de un candidato menor gasta polo negro, chaqueta muy informal y barba de unos días. Se mueve bien entre los sindicatos y la gestión empresarial y asegura que su jefe mucho lo hace mejor, que ha gestionado varios departamentos de desarrollo. Ellos solo se preocupan del interior y quieren «una oportunidad para todos». A toda la tribu le ha llamado la atención varios cascos de obra que hay en una estantería de la misma sala. Tan apiñados estamos que nos hemos visto unos a otros haciéndoles fotos sin saber muy bien por qué. Puntualmente informados: son cascos que han ido mandando obreros y jefes de obreros de distintas partes del país. Llevan pintados con rotulador deseos para los candidatos a presidente. Están esperando más, más cascos, no más presidentes. No hay ninguna pantalla en la habitación. Aún así, él insiste: «Esperamos ir a la segunda vuelta». Para eso Tokayev tendría que sacar menos del 50%. ¿Con qué campaña? ¿Los cascos?: «Tic-Toc e Instagram. Twitter no». Bueno, pues no. No hay más preguntas.

Los cascos de los obreros enviados a la sede del candidato Meiram Kazhyken

Es tarde, hace más frio y es más de noche. La tribu está cansada, tiene hambre. Se nota en el aire cuando una tribu está hambrienta. Unos pocos que han llegado un día más tarde solo han maldormido tres horas, pero esto es un tour no turístico así que enfilamos hacia en cuarto y último cuartel general.

Hay novedad. Es una candidata, con A de mujer. Es la sede del QA–DJ, valedor de Saltanat Tursynbekova. En el portal no hay luz, pero es una falsa alarma de precariedad creciente. Alguien encuentra el interruptor. Señales de pulgares arriba. Colas en el ascensor, un valiente, kazajo claro, se sube los tres pisos a pie. Otros observamos a los dos guardias del portal. Ya no hay recepciones de hall. Uno tiene más de 70, el otro diez menos. Qué obsesión con la juventud.

Uno lleva unas botas; el otro, unas zapatillas de las de andar por casa. Son eficientes con los ascensores, se ríen de sus comentarios en kazajo. Los guías saben por qué ríen. La tribu les acompaña con sonrisas contagiosas, solo por pura empatía ante una vejez tan feliz. Para que quede claro, Kazajistán tiene un tercio de la población por debajo de los 15 años. Sobrevivirá a Europa mucho tiempo.

Salidos del ascensor, entramos en el pasillo y allí está la candidata con la espalda contra la pared. Un ruso está entrevistándola para la televisión, y todos se agolpan hasta que termina. Es rápido, pero da que pensar: como no era posible una sala más pequeña, hemos acabado en un pasillo. Un grupo de mujeres que podría salvar el mundo con su diligencia y fe acompaña a la candidata. Es una líder nata, pero no populista. Nos van a regalar tabletas de chocolate kazajo, es mejor que el belga. Sus programas electorales son tamaño un poco más grande que una cuartilla. A dos colores, como los de la Transición española.

Saltanat Tursynbekova, una de las dos mujeres candidatas, entrevistada en el pasillo

La candidata tiene dos grados universitarios. Es historiadora, ha trabajado muchos años con abogados. Cualquier profesor podría saber que está frente a un colega solo con mirarla. Habla en ruso y no le importa si el traductor tiene que perder su zurda escribiendo rápido. Quiere la reforma de un sistema que acaba de ser profundamente reformado, subir los impuestos a quien puede pagarlos, subir las pensiones y aumentar el sueldo mínimo. Ante cada pregunta hace un silencio reflexivo, como si pensará que su respuesta va a tener consecuencias inmediatas. Maneja las manos mejor que un político americano adiestrado, da un golpecito con el pie para reafirmar una opinión. Todas las mujeres de la sala la adoran, y miran con desprecio a los hombres que quieren pillarla en un renuncio. Después de una hora de preguntas meditadas, el chocolate es una bendición.

El tour ha terminado. Hay algunos que solo piensan en cenar. La tribu pide nutrirse. Los hay de todos los usos horarios, la mayoría no escribirán nada esta noche. Ya saben seguro que Kassym Jomart Tokayev va a ganar las elecciones en su país, cortejado por las dos mitades del mundo y sin ninguna hipoteca con el pasado.