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Pedro Sánchez y Ursula von der LeyenPaula Andrade

Ursula, la 'groupie' de Sánchez

Tal es su admiración por el latin lover socialista, que el propio Peter ha sacado pecho con esa relación privilegiada para denostar a los, sobre el papel, correligionarios populares de la alemana

Ursula Von der Leyen es la tía Mildred de Pedro Sánchez. Mira a su sobrino español como si fuera una groupie de Justin Bieber: con arrobo, admiración, con ganas de encasquetarle un par de besos por listo, alto y guapo. Con deseo de decirle al mundo que este chico es un incomprendido en su país, que los españoles no saben valorar lo que tienen, que está limpiando de fachas Europa. En teoría, ella es una de esas fachas, porque milita en la CDU (el PP alemán), pero su corazón ha evolucionado y ahora está situado en el lado bueno de la historia, donde reinan las feministas, los ecologistas y los progresistas. Tan desgraciada es la UE que su presidenta es hoy la encarnación de la Europa del desistimiento, la expresión de la suicida abdicación de los valores europeos mientras sus ciudadanos corren a cambiar su foto de perfil de Facebook, o descargan su conciencia firmando manifiestos a favor de los hurones o colocando una frase bonita en Internet en apoyo de la paz mientras Ucrania se desangra.

Von der Leyen nació en Bélgica, aunque es más alemana que Angela Merkel, de la que fue ministra en tres ocasiones y con la que guarda una amistad a prueba de broncas, que las han tenido, incluso públicamente. Estuvo a punto de ser su sucesora pero un chanchullete de contratos en Defensa le estropeó la carrera a la Cancillería. Con 61 años hizo historia como primera mujer presidenta de la Comisión Europea, donde desde entonces sestea paseando sus trajes pastel de corte perfecto.

La baronesa por vía conyugal (su marido es un noble que militó en el socialismo alemán) en seguida olvidó sus orígenes conservadores y se ha dedicado a blanquear a un pinturero presidente español al que observa admirada, aprueba sus impuestos a las energéticas y llama en público dear Peter. Tal es su admiración por el latin lover socialista, que el propio Peter ha sacado pecho con esa relación privilegiada para denostar a los, sobre el papel, correligionarios populares de la alemana. Solo la vergüenza corporativa obligó a doña Ursula a grabarle un vídeo a Feijóo para la interparlamentaria del pasado septiembre en el que daba un espaldarazo al PP, todo hace indicar que obligada por los populares europeos, hartos de que la baronesa dificultara la labor de oposición en Bruselas al Ejecutivo de Sánchez.

Esta madre de siete hijos, descendiente de una ilustre familia y ginecóloga de profesión, ha olvidado sus orígenes luteranos para abrazarse a los nuevos credos impuestos en Europa por la izquierda caviar. Desde el Gobierno alemán, apoyó el matrimonio del mismo sexo y la adopción por parte de parejas gais, intentó imponer cuotas feministas en los órganos de gobierno de las empresas y su última cesión fue, cómo no, la persecución fiscal a las eléctricas, promovida por su amado Peter. A él le perdona que desmonte el entramado jurídico de la cuarta economía europea, que cambie el Código Penal a gusto de sus socios delincuentes, que rebaje las penas de los políticos por robar dinero para sus intereses y que altere las reglas del juego para elegir a los jueces; sin embargo, la dirigente europea tiene en el punto de mira a países como Hungría o Polonia por sus políticas migratorias y por «traicionar los valores europeos». Pero es que, claro, Viktor Orbán o Andrzej Duda (o Salvini y Meloni), no son su Peter, ni la pasean por Alicante con galanura a cambio de que les apruebe a él y a Macron el proyecto H2Med.

Ursula, que habla perfectamente alemán, inglés y francés, tiene por explicar en cualquiera de esos idiomas unos sospechosos mensajes que se intercambió con el jefe de una farmacéutica durante las negociaciones para la compra de vacunas contra la covid. Pero ella, como su paradigma sanchista, apela a la seguridad para esquivar la transparencia. De lo más celebrado que ha hecho fue desafiar a las autoridades saudíes no cubriéndose la cabeza con el velo preceptivo en una de sus visitas como ministra alemana o protestar ante la discriminación sufrida en un acto protocolario por el turco Erdogán.

Sin embargo, a la Europa que preside no le salvará solo esos gestos feministas ni las palabras emotivas ni los hilos de Twitter ni los mecheritos encendidos contra los atentados islamistas, ni mucho menos permitir que su Peter destroce España, primer paso para el deterioro de ese continente que desgobierna. Pero sobre todo a Europa no le salvará una presidenta que lo primero que hizo fue abdicar de las generales de la ley para profesar la fe obligatoria del progresismo, condición necesaria para poner a buen recaudo su cargo.