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El historiador Sean McMeekin, autor de La guerra de StalinCiudadela

Entrevista | Historiador y autor del libro La guerra de Stalin

Sean McMeekin: «Los rusos se abrirán camino hacia la victoria a un alto coste material y humano»

El historiador estadounidense desmonta los mitos sobre el papel de Stalin y la URSS en la derrota nazi

Sean McMeekin, historiador estadounidense especializado en la Segunda Guerra Mundial escribió La guerra de Stalin. Una nueva historia de la Segunda Guerra Mundial (Ciudadela) con la intención de desmontar la mitología sobre el papel de la Unión Soviética y Stalin en la derrota de Hitler y de la Alemania nazi.

En una entrevista concedida a El Debate, explica que en su tesis defiende que «Stalin fue tanto el catalizador como el beneficiario final de la guerra europea». La Segunda Guerra Mundial, explica, «fue la guerra de Stalin y no la de Hitler».

Afirma que la URSS es tan responsable como la Alemania nazi del estallido de la contienda mundial ya que, aunque el detonante fue la invasión nazi de Polonia, «los soviéticos invadieron tantos países como Alemania».

–¿Fue Stalin el vencedor absoluto de la Segunda Guerra Mundial?

–En términos de ganancias territoriales y materiales, incluido el saqueo masivo de fábricas y otros activos industriales en la Alemania ocupada, Europa del Este y Manchuria, Stalin fue sin duda el vencedor de la guerra, aunque a un precio terrible en vidas soviéticas estimadas en casi 30 millones, aunque, por supuesto, a Stalin puede que no le importara el precio por su victoria.

En cuanto a las democracias occidentales, el balance es ambiguo. Ciertamente, las víctimas de las invasiones nazis de Francia y los Países Bajos, junto con las víctimas judías del Holocausto y otras personas asesinadas por los nazis, obtuvieron justicia con la victoria aliada y el enjuiciamiento de muchos líderes nazis en Nuremberg.

Portada de La Guerra de StalinCiudadela

Los europeos situados en el lado occidental del Telón de Acero evitaron la ocupación soviética y la imposición de regímenes satélites alineados con los soviéticos, y no sufrieron los estragos del comunismo.

No obstante, hubo un sabor agrio en la «victoria» occidental, por los costos humanos y materiales sufridos bajo la ocupación alemana, los enormes y a menudo olvidados daños causados por los bombardeos aliados, y el abandono de compatriotas europeos al este del río Elba a décadas de opresión comunista.

–¿Por qué hay una condescendencia casi general con el estalinismo cuando los crímenes de Stalin son tan numerosos como los del nazismo, incluso superiores?

–Hasta 1939 no estoy seguro de que eso fuera así. Si bien siempre hubo simpatizantes soviéticos y «compañeros de viaje» en Occidente, las historias sobre la hambruna en Ucrania, los juicios de Moscú, los campos de trabajo y el terror comenzaron a salir de la URSS a mediados o finales de la década de 1930.

A menudo asumimos que la gente en ese momento compartía nuestra visión de Hitler como una especie de figura del diablo o del anticristo, pero, de hecho, la cobertura de prensa de la Alemania nazi era muy plural en la década de 1930, con mucha cobertura crítica de las Leyes antisemitas, la Noche de los Cristales Rotos y la quemas de libros, pero sin nada parecido a la condena universal que recibieron los nazis después de la guerra.

Hasta cierto punto, creo que podemos decir que el mal sin precedentes causado por el Holocausto, una vez hecho público, causó un punto de inflexión, y los crímenes de Stalin parecieron a partir de entonces moralmente menos odiosos en comparación con los de Hitler.

Pero, en realidad, creo que esto es más una cuestión de la decisión adoptada por Gran Bretaña y Estados Unidos en 1941 de apoyar a Stalin después de que Hitler invadiera la URSS.

Una vez que las dos principales potencias occidentales, que en gran medida definieron el orden de la posguerra en Occidente y dieron forma a la narrativa popular de la guerra, abrazaron el régimen de Stalin sin reservas y con todas sus fuerzas, como un aliado absoluto que merecía una ayuda masiva de préstamo y arriendo, nunca iba a ser fácil para los occidentales ver a Stalin y a su gobierno sin simpatía.

Incluso después de los agresivos movimientos soviéticos en Europa del Este y el inicio de la Guerra Fría, Stalin conservó un prestigio residual como aliado contra Hitler, cuyos ejércitos, de hecho, habían hecho la mayor parte del trabajo, al menos en tierra, en la derrota de la Alemania nazi.

–Si bien existe una condena general contra los partidos fascistas, los partidos comunistas se sientan en los parlamentos de muchas democracias. ¿Cómo consiguieron los comunistas esta autoridad moral después de millones de muertos?

–Una vez más creo que el desenlace (y la mitología) de la Segunda Guerra Mundial tiene mucho que ver. Se debe al hecho de que la URSS sufriera la invasión de la Alemania nazi y de sus aliados en junio de 1941 –a pesar de que Stalin había sido aliado de Hitler y colaboró con él en el reparto de Europa del Este entre 1939 y 1941–, y a que finalmente derrotó al régimen diabólico de Hitler.

El gobierno ruso de hoy continúa apoyándose en la victoria soviética en 1945, en su legitimidad y herencia

Esa realidad continúa arrojando un brillo de prestigio y legitimidad al comunismo, lavando, para algunas personas con memoria selectiva, todos los crímenes cometidos bajo Lenin, Stalin y otros gobernantes soviéticos, sin mencionar a Mao y sus sucesores en China, y todos los otros regímenes comunistas en todo el mundo.

Irónicamente, el gobierno ruso de hoy continúa apoyándose en la victoria soviética en 1945, en su legitimidad y herencia, a pesar de haber abandonado el comunismo y de ser hoy un gobierno despreciado por la mayoría de los izquierdistas occidentales.

–¿Sigue vivo el virus del comunismo soviético?

–Hay características del comunismo soviético que son claramente evidentes en muchas sociedades occidentales de hoy, desde la censura y la vigilancia de las redes sociales, que ahora es, en cierto modo, más ubicua y perniciosa que las escuchas clandestinas de la KGB, a las crecientes filas de «informantes» del régimen, esos «policías del pensamiento» voluntarios que impulsan lo que en Estados Unidos llamamos «cultura de la cancelación».

Hay características del comunismo soviético que son claramente evidentes en muchas sociedades occidentales

Los hábitos mentales que permitieron que floreciera el comunismo, desde la envidia llena de odio hacia los más prósperos o talentosos, hasta la conformidad con la «corrección política», o el deseo de poder estatal, y de ciertos entrometidos, de controlar a otras personas, me temo que siempre estarán con nosotros.

Basta con mirar a las medidas anti-covid adoptadas recientemente en todo el mundo occidental. Las personas fueron encerradas en sus hogares, obligadas a usar máscaras, se les dijo que no fueran a la iglesia ni que practicaran deportes, se les prohibió moverse o viajar libremente y, en algunos casos, salir o regresar a sus propios países.

Es posible que no todo haya sido «soviético», pero el virus de la vigilancia, la censura y el control estatistas ciertamente está vivo y coleando.

–Cuando leí en su libro el capítulo sobre la invasión soviética de Finlandia en 1939, inmediatamente pensé en la actual guerra en Ucrania.

–Ciertamente hay algunos paralelismos, como el desequilibrio de fuerzas que favorece a los rusos, los primeros reveses que parecen humillar al invasor y alentar a los defensores asediados, o las simpatías de los países occidentales con ese defensor (antes Finlandia, ahora Ucrania).

Sin embargo, advertiría a los partidarios de Ucrania en Occidente que no planteen de forma absoluta esta analogía aparentemente alentadora ya que, a pesar de esos primeros reveses, la URSS ganó su guerra con Finlandia de 1939-1940, aunque a un precio terrible en vidas en ambos lados.

–¿Es la Rusia de Putin comparable a la Unión Soviética de Stalin en su proyecto político y competencias militares?

–Aquí es donde difiero de muchos de los críticos occidentales de Putin. Si bien entiendo las preocupaciones occidentales sobre la invasión rusa de Ucrania, realmente no creo que la Rusia de hoy esté en la misma liga que la URSS de Stalin en términos de su poder militar o sus ambiciones territoriales, y mucho menos en términos político-ideológicos.

Putin puede ser muchas cosas, pero no es un comunista creyente

Putin puede ser muchas cosas, pero no es un comunista creyente y no está tratando de difundir un sistema político concreto en Europa, Asia y, en última instancia, en el mundo.

–¿Es el régimen de Putin un régimen neoestalinista, o cómo podemos definirlo?

–No creo que esta sea la palabra adecuada para describir el régimen de Putin. Ciertamente es autoritario, y hay elementos que recuerdan la práctica soviética, desde la censura a los medios controlados por el estado hasta la «desaparición» de algunos críticos del régimen, periodistas, etcétera.

Pero la escala de todo esto no es comparable a la URSS de la era de Stalin. Ciertamente, no estamos en los años del Gran Terror de fines de la década de 1930, por ejemplo.

Creo que el régimen de Putin es más opresivo que, digamos, el de los zares antes de 1917. Sin embargo, no está en la liga de Stalin.

–¿Puede hacer un pronóstico sobre la evolución de la guerra de Ucrania y el régimen de Putin?

–Por desgracia, las lecciones que extraigo de la historia no son alentadoras. Putin sufre una desventaja en Ucrania, a diferencia de Stalin en el frente oriental en 1941. La URSS entonces tenía un apoyo político y material occidental completo, mientras que la Rusia de hoy está casi aislada, aunque mantiene lazos comerciales y económicos con China, India y otros países importantes.

Es cierto que Ucrania no es un oponente tan formidable como la Alemania nazi y sus aliados, pero no debemos olvidar que Ucrania, a diferencia de Rusia, disfruta de un apoyo casi ilimitado de Estados Unidos y cuenta con la fuerza material combinada de la OTAN.

Si no hay una intervención militar occidental a gran escala, Ucrania se quedará sin soldados mucho antes que Rusia

No obstante, a pesar de esta ventaja política y material, no le doy mucha importancia a las probabilidades militares de Ucrania.

Si no hay una intervención militar occidental directa a gran escala, lo que no creo que sea probable, Ucrania se quedará sin soldados mucho antes que Rusia, debido a la enorme ventaja de esta última en términos de población.

Los soldados rusos no siempre son los más eficientes, ni el poderío aéreo ruso suele ser de primera. Pero los rusos tienen un suministro casi infinito de artillería.

En cuanto a Ucrania, tengo mis propias reservas acerca de si la ayuda financiera y los envíos de armas de Estados Unidos solo prolongarán esta terrible guerra y todo el sufrimiento que la acompaña. Pero no puedo culpar a los ucranianos que eligen luchar por su país, a pesar de las abrumadoras probabilidades en su contra.

Al igual que los polacos en 1939, me temo, sin embargo, que los ucranianos descubrirán que tomar una posición heroica y ganarse la admiración de las potencias occidentales, pero sin la intervención militar directa en su país por parte de las potencias occidentales, puede ser maravillosamente propicio para el orgullo y la nación, pero dejarán su país en ruinas, con pérdidas humanas, materiales y económicas terribles.