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Afganas esperan recibir alimentos y carbón en Kabul, AfganistánEFE

Los talibanes van un paso más allá en su guerra contra las mujeres y prohíben a los maniquíes mostrar el rostro

El grupo fundamentalista pretende hacer desaparecer a este colectivo de la vida pública del país

Los talibanes siguen con su guerra declarada contra las mujeres. La invisibilización de este colectivo se hace cada vez más efectiva en Afganistán. Desde que el grupo fundamentalista llegara al poder en agosto de 2020, las mujeres han visto cómo sus derechos se iban reduciendo días tras día, hasta no tener ninguno.

La última normativa dictada por los talibanes, prohíbe que los maniquíes –femeninos– muestren el rostro, aunque parezca una nimiedad, es un paso más para borrar la presencia de la mujer de la sociedad afgana. Hacer desaparecer su imagen de las tiendas, las calles y, en general, de la vida pública, provoca la sensación de que este colectivo no existe.

Aunque el grupo fundamentalista prometió que velaría por los derechos de las mujeres, así como de las minorías étnicas y religiosas que conforman el país, en la práctica no ha sido así. La primera medida que tomaron fue prohibir la educación secundaria a todas las niñas, lo que reduce sus posibilidades profesionales, y les margina al ámbito doméstico.

Tras esta primera gran restricción, se han sucedido múltiples. Este colectivo se ha visto obligado a recuperar el burka, prenda que cubre la totalidad del cuerpo a excepción de los ojos, donde tiene una rejilla que le permite ver, eso sí, a duras penas y es frecuente que cause daños permanentes a la vista.

Las mujeres están vetadas de coger un taxi sin la presencia de un hombre, y ni hablar de conducir. El Ministerio de Asuntos de la Mujer ha sido sustituido por el Ministerio para la Promoción y el Fomento de la Virtud y la Prevención del Vicio. La aparición de este colectivo en televisión entra «en conflicto con la sharía –la ley sagrada islámica–». Hace escasos días, los fundamentalistas ordenaron a las propietarias de varias tiendas, en la provincia de Balj, al norte de Afganistán, que cerraran sus negocios, por el mal uso, según explica, del hiyab.

Una de las medidas que más revuelo ha causado, sin embargo, ha sido la orden de que no puedan trabajar en organizaciones humanitarias. Muchas de estas oenegés se servían de las mujeres para su trabajo diario, por lo que muchas han tenido que cerrar o han visto cómo su fuente de financiación –dinero procedente de programas de ayudas de la Unión Europea o Estados Unidos– se ha bloqueado, a modo de sanción.