Miedos nucleares y sin paz en el horizonte
Parece que fue ayer, pero ha pasado un año. Un año desde que Putin dio la orden de invadir Ucrania. 12 meses de bombardeos, fuego de artillería, secuestros, torturas, violaciones y ejecuciones. Ancianos, jóvenes, mujeres y niños han sido víctimas de la furia del presidente de la Federación Rusa: Vladimir Vladimirovich Putin. Maternidades, colegios, edificios de viviendas… Nada ha escapado al objetivo del hombre, hoy por hoy, posiblemente más peligroso del mundo.
La madrugada del 24 de febrero de 2022 amanecimos con una guerra que, el Kremlin sigue sin reconocer. La Operación Militar Especial fue el eufemismo que encontró Moscú para negar la invasión. La conquista de Ucrania se imaginaba en Moscú como una aventura bélica relámpago. La sensación de que Zelenski no podría resistir y la diferencia de fuerzas entre ambos países, llevaron a pensar en medio mundo que el Goliat euroasiático liquidaría deprisa a un David encarnado en un presidente, subestimado, que venía del show business. Estábamos equivocados.
Ucrania se revolvió –y se revuelve– como un tigre frente al oso ruso, pero sin la ayuda de Occidente toda su rabia y coraje no serviría de nada. El invadido aguanta porque la OTAN y los aliados le suministran armamento, tecnología, y porque los mejores servicios de inteligencia del mundo trabajan a su favor.
En estos 12 meses de sangre y fuego aprendimos nombres desconocidos o en desuso: bombas de racimo, misiles Javelin, Stinger, carros de combate Leopard I y II, drones iraníes kamikaze Shaed… El término oligarca volvió a ser cotidiano al conocer, con nombre y apellidos, a los millonarios del régimen que poseían mansiones en Londres o Mallorca y surcaban las aguas del Mediterráneo con yates propios de jeques árabes. Los falsos suicidios o muertes que parecían un accidente se convirtieron en noticia frecuente identificada con las malas artes del ex agente del KGB que no soportaba la traición o inoperancia de los que consideraba suyos. La estrategia militar del Ejército se cruzó con las tácticas de los mercenarios del grupo Wagner.
Desde la distancia hemos visto naufragar la esperanza de una posible paz. De cerca conocimos a refugiados que lograron escapar del horror. El éxodo de ocho millones de ucranianos se extendió por Europa. A lo largo de este año de tragedia, descubrimos que la dependencia energética nos hacía rehenes de Moscú y se destaparon redes de influencia de antiguos presidentes y cancilleres que cobraban sueldo de la Federación Rusa. Nada era casual.
La amenaza de una Tercera Guerra Mundial ha flotado en un ambiente confuso y en ocasiones desconcertante. La gran Rusia que iba a liquidar de un zarpazo a su vecina mostró una versión miserable: carros de combate trasnochados, servicios de comunicación obsoletos, militares mal pertrechados, jóvenes forzados a ir a la guerra que desertaban, criminales reclutados en cárceles… Rusia, ante el asombro general, de repente, sumaba derrotas y Europa, tras perder su inocencia, le disparaba una batería de sanciones en diferentes oleadas.
En el fragor de la batalla, China, el aliado clave de Putin, se puso de perfil, aunque ahora propone un plan de paz que aún desconocemos. Pero en la ONU ha quedado claro quiénes están con quién. Una vez más en la historia, Estados Unidos se ha crecido, vuelve a demostrar quién manda y todavía, quién ordena el mundo. La visita de Joe Biden por sorpresa a Kiev es una muestra de ello o desafío a Putin.
Zelenski no conmemorará hoy un año de guerra, con razón insiste en que ésta empezó cuando Putin ocupó la península de Crimea en 2014. Todo viene de atrás. La pregunta ahora sería. ¿Cómo seguir adelante?
Especial realizado por:
Redacción: Carmen de Carlos. Diseño: David Díaz.