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El secretario de Estado de EE.UU. Antony Blinken durante la reunión del formato C5+1AFP

El mensaje de Blinken a Putin en su periplo por Asia Central

La visita del secretario de Estado de EE.UU. a las repúblicas de Asia Central se interpreta como un mensaje a Rusia de que la Casa Blanca respalda la soberanía y la integridad territorial de estas naciones

Los días 28 de febrero y 1 de marzo el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, ha visitado Asia Central –más concretamente Astaná y Taskent–, de camino al encuentro de los ministros de Exteriores de los países del G-20 que tiene lugar en India entre el 1 y el 3 de marzo.

Sin embrago, no se trata ni de una visita meramente protocolaria ni «de paso». Ha sido una visita con un mensaje crucial en medio de la guerra de Ucrania.

Gira para recabar apoyos

Acaba de cumplirse el primer aniversario del comienzo de la invasión rusa de Ucrania. La Administración Biden ha aprovechado esta simbólica efeméride para intentar involucrar más a otros países en su ayuda a Zelenski.

Si a finales de diciembre el presidente ucraniano visitó Washington, el americano visitó la semana pasada Kiev.

Entre medias, sendos gobiernos han estado presionando a sus colegas europeos para que comprometieran más ayuda económica y militar a Ucrania, para sostener su esfuerzo de guerra, en la creencia de que están librando una guerra de desgaste contra Rusia, y cuanto más se esfuercen mejor será para ellos.

El tiempo dará y quitará razones y pondrá de manifiesto si todo esto es, como dice la Administración Biden-Harris, un tremendo error, si al final desembocaremos en una guerra abierta con el oso ruso, enviando también soldados (españoles) al frente ucraniano.

Todo parece insuficiente para minar la moral y las fuerzas de los soldados rusos –y los mercenarios de Wagner–, así que la maquinaria diplomática americana intentó poner en evidencia a Putin, mostrando en la votación de la Asamblea General ONU el 23 de febrero que el mundo le había dado la espalda.

Sin embargo, el resultado fue algo distinto al que se esperaba: 141 votaron a favor de defender la integridad territorial –algo bastante normal, por otro lado–, 7 votaron en contra y 32 se abstuvieron.

La resolución no buscaba condenar a Rusia, sino reafirmar uno de los principios fundamentales de la Carta de Naciones Unidas, uno de los principios de ius cogens, el del respeto a la integridad territorial de los Estados.

Para sorpresa de algunos, los cinco estados centroasiáticos estaban entre esas abstenciones. ¿Se pusieron de perfil? ¿Temen a Rusia? ¿Están ya un poco hartos de esta guerra infinita? Algo de todo eso hay, pero cada país tiene sus propias circunstancias y, por tanto, la respuesta fue, en consonancia, diferente.

Turkmenistán es un país tradicionalmente neutral. No dejó de serlo ni en el conflicto afgano, con quien comparte una buena frontera, menos ahora, siendo este un conflicto que le pilla bastante lejos.

Además, se sabe que, aunque oficialmente deben mostrarse asépticos, el nuevo presidente, Serdar Berdimujamedov, parece más próximo a Putin.

Al menos eso deja traslucir con ciertos gestos, como abandonar la sala cuando en reuniones internacionales usa su turno de palabra el ministro de Exteriores de Ucrania, Dmitry Kuleba. Además, la prensa en Ashgabat compra la versión rusa de que todo este conflicto es culpa de la OTAN.

Tayikistán y Kirguistán mantienen también silencio, pues dependen económicamente en gran medida de Rusia. Su comercio está orientado hacia allí, muchos de sus emigrantes trabajan en ciudades rusas, muchos de sus estudiantes disfrutan de becas en universidades rusas, y así un largo etcétera.

De ahí que no condenen la invasión y mantengan un elocuente silencio. Estos países, además, se han quejado por unos supuestos casos de nacionales suyos, que estaban recluidos en cárceles y han acabado combatiendo –y muriendo– en el frente ucraniano. ¿Fueron allí obligados? ¿Sabían a lo que se exponían realmente?

Kazajstán y Uzbekistán, que se sienten con más fuerza y autoridad, tampoco osan decir una palabra más alta que la otra pues, en el fondo, temen ser los próximos en ser visitados por tropas rusas.

Sus territorios albergan importantes colonias rusas y, aunque es cierto que no son ciudadanos de segunda y están plenamente integrados, basta con que deseen reclamar más autonomías o agiten el fantasma de no sentirse lo suficientemente bien atendidos como para inspirar temor en los gobernantes centroasiáticos.

Cuando Nazarbáyev declaró la independencia de Kazajstán, la mayoría de sus ciudadanos eran de etnia rusa; hoy el porcentaje se ha reducido considerablemente, pero aun así son 3,5 millones, frente a los apenas 250.000 ucranianos.

Cuando unos ciudadanos kazajos –cercanos a la Open Society Foundation de Soros– llevaron a Bucha, Kiev, Jarkov, Lvov y Odessa las denominadas «yurtas de invencibilidad» para dar ayuda humanitaria a los ucranianos, la embajada rusa protestó enérgicamente por considerarlo una injerencia de los kazajos en los asuntos internos de Ucrania.

Este hecho, hay que conectarlo con las declaraciones del ministro del Interior de Kazajistán, Marat Ajmetzhánov, quien aseguró que ya habían cruzado la frontera más de 100.000 rusos, varones, en edad militar, aunque en ese mismo momento recalcó que si Rusia solicitaba la extradición de alguno de ellos, su gobierno cooperaría.

Es una mezcla de respeto, admiración y temor por el vecino del norte. La cooperación siempre ha sido estrecha, y ahora al miedo a una excesiva dependencia de Moscú se le une el temor a ser invadidos por ellos.

En 30 años han buscado por todos modos demostrar que son naciones independientes, afianzar ese sentimiento, sin llegar a romper lazos con sus antiguos conquistadores.

Blinken, consciente de esos temores y anhelando tornar su débil apoyo a la causa ucraniana en uno más claro y firme, ha hecho escala en estos países, para trasladarles el aliento americano y reafirmar el compromiso de la Casa Blanca con la independencia e integridad territorial de estas naciones exsoviéticas. Hay que decir que ellos se han dejado querer.

No todo es Ucrania

Después de invertir 113.000 millones de dólares en Ucrania sólo en este primer año, el secretario de Estado Blinken ha ofrecido una ayuda económica de 25 millones a los cinco «estanes».

«También defendimos la iniciativa de resiliencia económica para Asia Central: 25 millones para expandir las rutas comerciales regionales, establecer nuevos mercados de exportación, atraer y aprovechar una mayor inversión del sector privado, brindando a las personas habilidades prácticas para el mercado laboral moderno. Hoy anuncio 25 millones adicionales para esa iniciativa, un total de 50 millones para desarrollar la economía regional».

El día 28 de febrero celebró en Astaná (Kazajstán) una cumbre siguiendo el formato C5+1, los cinco países centroasiáticos más Estados Unidos.

Allí tuvo encuentros con el presidente del país y con cada uno de los ministros de Exteriores de los cinco países, excepto Uzbekistán. Allí recaló el día siguiente, donde mantuvo encuentros con su homólogo, Baxtiyor Saidov, y visitó la Universidad de Idiomas del Mundo de Uzbekistán y el complejo de la mezquita y la madraza Khast Imam.

De nuevo, el mensaje era transmitir el respaldo americano a su independencia, su apoyo a los proyectos económicos y comerciales –que les permitan romper su tradicional aislacionismo, condicionado por su lejanía de mares abiertos– y su ánimo frente a las posibles presiones provenientes de Moscú.

Un viaje con dos escalas

Si el objetivo de la visita a la región era encontrarse con los representantes de los cinco estados centroasiáticos, ¿por qué ha hecho escala primero en Astaná y luego en Tashkent?

Caben un par de respuestas: o bien Blinken quería respetar las formas y mantener esa paridad constante en la zona –hay que tratar con igual respeto a Kazajstán y Uzbekistán, los grandes líderes regionales–, o bien quería mostrar un apoyo extra a Uzbekistán.

Amabas respuestas son posibles y no son necesariamente excluyentes. Pueden darse perfectamente ambas a la vez.

Ahora bien, tanto unos como otros saben que una cosa es aparecer por allí una vez al año, prometer dinero, y otra cosa es que el dinero llegue, se materialice en obras concretas y hacer frente a la presión del vecino ruso.

América está muy lejos, Rusia está al lado, China está cada vez más dentro de la región y por allí hace mucho frío. Ni Europa ni Estados Unidos deberían dejarles abandonados a su suerte, deberían comprometerse más firmemente con la región.

  • Antonio Alonso Marcos es profesor de la Universidad CEU San Pablo