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El presidente ruso, Vladimir Putin, y el chino, Xi Jinping, durante su encuentro este viernesAFP

377 días de guerra en Ucrania

La senda tenebrosa de alineamiento entre Pekín y Moscú

La frase de Xi para invocar «una nueva era» nos evoca aquel nuevo «orden mundial» que predicaron la Italia fascista, la Alemania nazi o la Rusia soviética

El alineamiento chino-ruso ha resultado mucho más amenazador para el orden liderado por Estados Unidos de lo que cabía esperar. No cabe duda de que la alianza puede seguir causando daños y desgaste protegiendo a Rusia o Corea del Norte de las medidas punitivas de las Naciones Unidas y permitiendo que continúen sus agresiones.

Pero las prioridades contrapuestas de Pekín y Moscú y las perspectivas del Kremlin limitan la capacidad de ambos para revisar el orden mundial existente de una forma verdaderamente coordinada. Los dirigentes chinos quieren mantener de su lado a su vecino y antiguo rival, dotado de armamento nuclear, ante la perspectiva de una intensa competencia a largo plazo con Estados Unidos.

Pekín considera a Moscú su socio necesario en el proyecto más amplio de alterar un orden mundial que percibe como injustamente sesgado bajo el orden y la narrativa occidental. En este orden, según la línea china y rusa, Estados Unidos y sus aliados establecen las reglas en su beneficio, definen lo que significa ser una democracia o no y determinan lo que supone «respetar los derechos humanos».

Pekín y Moscú quieren establecer otras reglas del juego internacional

Todo lo hacen a su interés y su antojo para conservar la potestad de aislar y penalizar a los actores que no se ajusten a sus parámetros. Pekín y Moscú buscan romper este «orden» en favor de un «orden multipolar» más justo e igualitario que tenga más en cuenta las opiniones y los intereses de los países en desarrollo. Pekín y Moscú quieren establecer otras reglas del juego internacional.

Por esta razón los líderes occidentales deberían aceptar que es probable que fracasen sus esfuerzos por presionar a Pekín para que corte sus lazos con Moscú.

A corto plazo, la mejor posibilidad de Estados Unidos y sus aliados deberían centrarse en evitar que esta alianza se adentre por una «senda tenebrosa» y más arriesgada. Tal vez se esté aún a tiempo de aprovechar el interés que muestra Pekín en preservar la estabilidad mundial.

En términos más generales, Washington y sus aliados deberían reconocer que China y Rusia están canalizando un descontento real con el orden internacional existente en muchas partes del mundo, y deberían ponerse manos a la obra para tender puentes entre Occidente y el resto.

Rusia, un socio preferente para China

Es bueno no perder de vista la historia reciente y recordar que, desde la llegada de Xi Jinping al poder, en 2012, Rusia se ha convertido en un socio preferente y clave para China, con el fortalecimiento constante de sus lazos económicos, políticos, militares y, ahora, energéticos. Pero, además, les aúna la voluntad de arrebatar la hegemonía a Estados Unidos.

Aunque Moscú y Pekín comenzaron como aliados en los comienzos de la Guerra Fría, enfrentaron luego décadas de rivalidad y desconfianza a las que siguieron una ruptura por diferencias ideológicas con orígenes en los años cincuenta.

Pero ahora Pekín y Moscú han vuelto a unirse, en el siglo XXI, debido a los agravios compartidos con Occidente y a los claros paralelismos que perciben en sus respectivas situaciones. Vemos a Rusia acusando a la OTAN de tenderle un, cada vez, mayor cerco y a China sintiéndose acorralada por las alianzas de Estados Unidos en Asia.

Los dirigentes chinos y rusos comparten también el temor a las «revoluciones de colores» motivadas y patrocinadas por el globalismo occidental y que han derrocado a gobiernos autocráticos de todo el mundo, afectando, incluso, en antiguas repúblicas soviéticas. Su último intento y también fracaso se ha producido en Irán.

La frase de Xi para invocar «una nueva era» nos evoca aquel nuevo «orden mundial» que predicaron la Italia fascista, la Alemania nazi o la Rusia soviética

Este marco explica la retórica del año pasado sobre una amistad «sin límites» entre China y Rusia, que ya en 2019 anunciaron que habían forjado una «asociación estratégica integral de coordinación para una nueva era» durante una visita de Xi a Moscú. El invocar «una nueva era», frase de Xi para expresar su apuesta de rejuvenecimiento nacional en un panorama geopolítico cambiante, nos evoca aquel nuevo «orden mundial» que predicaron la Italia fascista, la Alemania nazi o la Rusia soviética.

Bajo esta denominación Xi subrayó la intención de China y Rusia de «trabajar codo con codo durante un periodo de oportunidad estratégica». Esta es la «senda peligrosa» hacia la que el actual desorden internacional se puede deslizar.

En el sur global, China sigue presentándose como defensora apolítica del desarrollo, una postura que Rusia apoya, como ha demostrado en sus últimos esfuerzos diplomáticos. Ambos han ensalzado las virtudes de los proyectos chinos, como la recientemente «Iniciativa de Desarrollo Global», un plan muy vagamente definido que se anuncia como la única y posible alternativa que devuelve «el desarrollo» al centro de la agenda mundial (una vez imposibilitadas la aspiraciones utópicas de la Agenda 2030).

Estas iniciativas, junto con los mensajes chinos sobre «desarrollo» están encontrado un público receptivo en el Sur global, dado que muchos países de renta baja desean un desarrollo rápido, pero siguen siendo reacios al escrutinio internacional sobre su gobernanza nacional. No quieren esas imposiciones liberales que, en sus idearios y creencias, son, cuanto menos, decadentes.

En el centro de la alineación ideológica de China y Rusia está el deseo común de debilitar la vasta arquitectura de alianzas liderada, durante décadas, por Estados Unidos en Europa y Asia. Ambos países acusan a Washington y a sus aliados de violar el principio de «seguridad indivisible» y podrían convertirse en el nuevo Eje alrededor del cual giren los numerosos estados del Sur global.